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Tras el anuncio del presidente Alberto Fernández en la que decretó un cierre total por 9 días, el mandatario de Vicente López, Jorge Macri, compartió el reclamo del Grupo Dorrego, la organización que nuclea a distintos intendentes de la oposición, y pidió la eximición de Ingresos Brutos y la vuelta del Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP).En un hilo de mansajes que compartió vía Twitter, Jorge Macri subrayó la importancia de no caer, nuevamente, en la “falsa dicotomía” entre cuidar la salud o la economía (”ya la vivimos el año pasado, no cometamos el mismo error”); y destacó entonces que, si bien entienden la compleja situación que se vive y la importancia de “tomar medidas para controlar y bajar la circulación”, “las pymes y comercios no aguantan más cierres y restricciones sin ayudas”.Sabemos que hay que tomar medidas para controlar y bajar la circulación. Sin embargo, entendemos que las pymes y comercios no aguantan más cierres y restricciones sin ayudas.— Jorge Macri (@jorgemacri) May 20, 2021Así destacó dos pedidos que le hacen los intendentes al gobernador bonaerense Axel Kicillof y al presidente, Alberto Fernández: “Venimos acompañando a nuestros comerciantes con medidas de alivio fiscal a nivel local, pero reclamamos a la Provincia la eximición de Ingresos Brutos y le pedimos al gobierno nacional la vuelta del ATP para garantizar los sueldos de los trabajadores”.

Fuente: La Nación

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Antes de que el presidente Alberto Fernández anunciara el confinamiento de 9 días para limitar el avance de la pandemia del coronavirus, el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni pidió una cuarentena total de al menos quince días. “La única manera de cortar con la circulación viral es la cuarentena, y la lógica indica que debe ser de 3 períodos de incubación del virus”, indicó el funcionario.Berni se pronunció de forma enfática en favor de un cierre total. Así, el ministro de Axel Kicillof precisó: “El período de incubación [del coronavirus] es de promedio 5,1 día, por lo tanto, deberíamos tener no menos de 15 días de cuarentena”.Es universitario, hace delivery en Alemania y desató la polémica por su changuito de súperEn este contexto, Berni analizó cómo se debería avanzar a nivel normativo. “En un estado de emergencia sanitaria no creo en un estado policial, sino en definiciones cumplibles”, dijo, y remarcó: “Cuando una norma es coherente, su cumplimiento es del 100 por ciento”.En este sentido, Berni apuntó que “si se tiene que usar la fuerza pública es porque la norma carece de alguna metodología que garantice su cumplimiento”.En declaraciones a C5N, el ministro afirmó que aguarda los anuncios oficiales para pronunciarse al respecto, pero destacó: “He leído a diferentes personas, que poco o nada entienden lo que significa una pandemia, que dicen que hay que buscar medidas restrictivas inteligentes, y eso es algo que descubrió la ciencia y se llama cuarentena”.Restricciones por Covid-19: la Ciudad anticipa que habrá más cierres y controlesEn la misma línea, Berni remarcó con ironía: “La cuarentena es cuarentena, lo que no es cuarentena es cualquier cosa, es homeopatía”. Y agregó: “No se pueden aplicar tratamientos homeopáticos en pacientes que requieren cirugía mayor”.Según el ministro de Seguridad bonaerense, el aumento de contagios “es algo que se podría haber evitado”. “Cuando nosotros decíamos que el sistema de salud pública y privada de la Ciudad de Buenos Aires había colapsado era señal de alarma que se prendía de manera intermitente y nadie quería escuchar, y colapsó hace 15 días”, lanzó.Para concluir, Berni expresó: “Parafraseando a [Winston] Churchill la pandemia es un estado de excepción tan importante que no puede estar en manos de epidemiólogos, la pandemia debe estar conducida políticamente por los actores que quienes deben asumir esa responsabilidad y la responsabilidad y la conducción de las acciones debe ser puramente político”.

Fuente: La Nación

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El Tribunal Superior de Bogotá abre incidente de desacato contra el Ministerio de Defensa, la Policía y la Alcaldía de la capitalMADRID, 21 May. 2021 (Europa Press) -El Ministerio de Defensa de Colombia ha emitido este jueves un balance de las protestas que vive el país desde el pasado 28 de abril, asegurando que han muerto 26 personas, de las que 15 estarían relacionadas con las manifestaciones, mientras que 979 civiles y 983 policías han resultado heridos.Según ha informado la cartera de Defensa, las otras 11 muertes están “en proceso de clarificación”, mientras que la mayoría de los manifestantes que resultaron heridos se han dado en Bogotá, Cali, Yumbo, Pasto, Popayán, Neiva y Medellín y en otros municipios de lo departamentos de Risaralda y del Valle del Cauca.El informe del Gobierno también recoge que un agente ha fallecido tras ser herido “con arma cortopunzante” y que de los 983 heridos durante las manifestaciones, siete todavía permanecen hospitalizados.Asimismo, las autoridades nacionales han contabilizado 2.084 bloqueos de vías, lo que, han denunciado, ha generado desabastecimiento de alimentos y combustible en varias ciudades del territorio nacional.Por su parte, la Policía ha comunicado que está llevando a cabo 142 investigaciones, de las que 10 se tratan de homicidio, informa Caracol Radio.No obstante, la cifra que recoge la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía, que aún sumado sus informes, aumenta hasta los 42 fallecidos desde que iniciaron las protestasEn cuanto al balance que hacen la ONG Temblores e Indepaz, alcanza los 51 asesinatos, de los cuales 43 habrían sido a manos de las fuerzas de seguridad, 18 víctimas de violencia sexual, 2.387 casos de violencia policial y 33 víctimas de heridas en los ojos.Incidente de desacatoPor otro lado, el Tribunal Superior de Bogotá ha abierto este jueves un incidente de desacato contra el Ministerio de Defensa, la Policía y la Alcaldía de la capital por el uso de los protocolos del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) durante las protestas.La decisión se ha tomado en el tribunal después de que dos personas presentaran una tutela por afectación directa del escuadrón y porque “toda vez que el desacato al fallo recurrido nos están limitando o restringiendo derechos fundamentales tales como el derecho a la vida, derecho a la libertad de expresión, derecho de circulación derecho a la protesta y a la dignidad humana”, según recoge Semana.Según la tutela, las personas que la han interpuesto se ven cohibidas al asistir a las protestas por la actuación del Esmad, que desencadena “actos violentos que generan situaciones de inseguridad, zozobra, pánico generalizado, poniendo en riesgo incluso la vida misma”.

Fuente: La Nación

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“Hubo decisiones que no compartimos, algunas fueron judicialmente avaladas y debilitaron las acciones contundentes que propusimos”, dijo hoy el presidente Alberto Fernández sobre las medidas adoptadas por el Gobierno nacional a mediados de abril, que disponían la suspensión de las clases presenciales en el AMBA y que el gobierno porteño decidió judicializar.En el marco de la cadena nacional realizada hoy a la noche, en la que se anunció un confinamiento por nueve días y el cierre de las actividades sociales, económicas, educativas, religiosas y deportivas en forma presencial, el primer mandatario habló sobre las medidas restrictivas adoptadas con anterioridad por el Gobierno, y aprovechó la oportunidad para enviar un mensaje al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.“A mediados de marzo anuncié que lamentablemente iba a llegar la segunda ola y, para mi pesar, tuve razón. Ahora podemos ver el cambio en la situación epidemiológica en el país desde marzo hasta la actualidad. Convoqué a redoblar a los ciudadanos todos los cuidados y tomamos a tiempo restricciones que tuvieron impacto positivo en las primeras semanas. Sin embargo, hace varios días los casos comenzaron aumentar”, dijo Fernández, refiriéndose al decreto 241/21 del 16 de abril, en el que dispuso, entre otras restricciones, el cese de la presencialidad escolar para el territorio del AMBA.“Es evidente que hubo decisiones que no compartimos, algunas fueron judicialmente avaladas, que debilitaron las acciones contundentes que nosotros propusimos para controlar lo crítico de la situación”, agregó el mandatario, en alusión a la decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que falló a favor del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, reconociendo su autonomía para resolver sobre la presencialidad en las escuelas.“Lamentablemente, es posible que en el medio de tanto barullo, algunos mensajes hayan generado confusión, llevando a muchos hombres y mujeres de la sociedad a minimizar el problema. Esa confusión debe terminarse poniendo en claro lo que nos ocurre. Nosotros elaboramos indicadores precisos para establecer el nivel de riesgo epidemiológico y sanitario de cada zona del país. Diseñamos un modelo que da previsibilidad, al precisar las acciones que deben adoptarse ante el riesgo creciente. Nos permite conocer de antemano las restricciones que deben imponerse”, puntualizó el mandatario.

Fuente: La Nación

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El presidente Alberto Fernández anunció un cierre estricto por 9 días ante la suba de contagios. Según advirtió, la Argentina “está atravesando el peor tiempo desde que comenzó la pandemia”. Por eso, remarcó: “Un país no puede tener 24 estrategias sanitarias ante una situación tan grave. No se puede fragmentar la gestión de la pandemia”.Tal como resaltó, lo que sucede en cualquier lugar del territorio argentino “impacta, tarde o temprano”, en el resto del país. “Hay una sola pandemia, que no reconoce límites ni jurisdicciones”. Así, dijo que el problema ya no se centra en un solo lugar, sino que se expandió a toda la Nación.Nueva cuarentena: una por una, las medidas que tomó el GobiernoEn relación a este punto, el jefe de Estado se refirió al coronavirus como “una pesadilla” y destacó la importancia de “un marco regulatorio nacional común para minimizar el número de contagios y garantizar la atención hospitalaria para quien lo requiera”.Tras ello, Fernández puntualizó los tres problemas que se evidenciaron en la segunda ola del coronavirus, y que se deberían corregir. En primer lugar, señaló que: “En algunos lugares, no se cumplieron todas las medidas dispuestas”. Luego, dijo que en otras zonas “se implementaron de manera tardía, cuando la experiencia indica que es decisivo anticiparse a la expansión de contagios”. Y siguió: “En muchos lugares, los controles se relajaron, han sido muy débiles o simplemente no existieron”.Entonces, Fernández alertó que “hay ciudades y provincias que tienen hoy su sistema de salud al límite, con hospitales públicos y sanatorios privados que están al borde de no poder dar respuesta”.“No hay lugar para especulaciones y no hay tiempo para dudar”, sentenció el mandatario. Y subrayó la importancia de tomar consciencia: “Estamos atravesando el peor tiempo desde que comenzó la pandemia”.

Fuente: La Nación

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Alberto Fernández anuncia un endurecimiento de las medidas restrictivas a causa de la pandemia del coronavirus que son, por su alcance y dimensión, un regreso a la fase más dura del confinamiento. Sin embargo, dos días atrás, en una entrevista radial, el Presidente había descartado un posible regreso a la fase 1.Coronavirus. Nuevas medidas: cuáles son las actividades esenciales que quedarán exceptuadasEn vistas de que este viernes finalizan las medidas restrictivas que había establecido, a través de un DNU, para todo el país, el Gobierno de la Nación, esta noche Alberto Fernández anunció nuevas medidas para combatir la pandemia de coronavirus, cuando esta se haya en pleno brote de la segunda ola, con números alarmantes.“Fase 1, no”El martes pasado, en una entrevista en Radio 10, el Presidente había señalado que las restricciones iban a continuar más allá del viernes 21, pero había descartado el retorno a la fase 1.En ese momento, luego de dar un pantallazo de la situación de la pandemia en la Argentina, Fernández señaló, en la mencionada entrevista, que “esta mayor cantidad de casos que ocurren es el resultado de seguir como si no pasara nada”. “Está pasando en la Argentina un problema muy serio, que es la pandemia. Nos tiene que doler ver el número de 500 muertos en un día”.“Nos estamos cuidando y todos estamos angustiados por lo que nos toca vivir. Tenemos que cuidarnos y no hacer política con la pandemia”, agregó.Restricciones por el coronavirus en la Ciudad: accesos bloqueados, sin clases presenciales y mínima actividad recreativaCuando fue consultado sobre si las restricciones seguirían luego del viernes 21, Fernández contestó: “Me parece que en estos términos debemos seguir”.Inmediatamente, el periodista Gustavo Silvestre le preguntó: “Fase 1 no, ¿no? ¿No se vuelve a fase 1?” “No, no. Ahí voy a tener un problema sociológico. La gente no lo resiste, esa es la verdad”, respondió el presidente.

Fuente: La Nación

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Desde las 20 de este jueves se puede ver en redes el nuevo video de Chano. Se trata de “Mecha” la primera canción que el solista adelanta de su próximo disco. “Me siento feliz y agradecido por este lanzamiento, y realmente tomo contacto con eso porque hace mucho que no sacaba música. Poder hacer música en este contexto que está todo tan raro está buenísimo”, dijo antes del estreno.“Mecha” no es una inspiración de estos días. La escribió en abril de 2020 y lo que ahora se escucha como producto terminado contó con la producción de Renzo Luca Chiumiento. “Fui a buscar a Renzo en un acto para salir de mi zona de confort, que me resultó mucho más productivo y salieron cosas mucho más copadas”. El video fue dirigido por Juan Chappa, y, según anticiparon, “busca representar a nuestra sociedad, donde el mundo hoy en día es una suerte de Instagram, cada uno en su recuadro”. Y allí se lo ve a Chano, rodeado de micrófonos y de celulares, protagonizando todo el clip, excepto por algunas apariciones de las actrices Camila Boero y Delfina Ternavasio.Chano también quiso agregarle misterio al referirse a la participación de “un colaborador secreto del trap”, en la creación de su flamante pieza. Y lo cierto es que “Mecha” suena un poco trapera, con la posibilidad de circular, también, por el andarivel del reggaetón. Y suena fuerte y bien para arriba, como suelen ser muchas de sus creaciones. La próxima producción discográfica de Chano Moreno Charpentier será la sucesora de El doble, publicada en 2019. Desde entonces, pandemia mediante, el cantante pasó al modo bajo perfil, sin mayores novedades musicales (ni de las otras que suelen alimentar las páginas de celebridades).Entre 2001 y mediados de la década pasada Chano fue el frontman de Tan Biónica, una de las bandas pop de este siglo más convocantes. Desde 2016, en solitario, estrenó temas como “Carnavalintro”, “Claramente”, “Para vos”, “La Noche” y “Amor y Roma”, “El Susto” y “Yueves” junto a Paty Cantú.Chano

Fuente: La Nación

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La cinefilia de los argentinos es casi tan antigua como el cinematógrafo: las primeras proyecciones se realizaron en Buenos Aires apenas seis meses después de la presentación del invento de los hermanos Lumiere y el romance jamás se ha apagado desde entonces. Qué mejor forma para celebrar el Día del Cine (conmemorado cada 23 de mayo en homenaje a la primera película argumental, La revolución de mayo, dirigida por Mario Gallo, en 1909) que recordar sus mejores historias y a los artistas inolvidables que les dieron vida, especialmente en estos momentos en los que las salas permanecen cerradas a causa de las restricciones sanitarias. A continuación, un recorrido posible por las películas más memorables de nuestra historia. La relación entre nuestro país y el cine nació muy temprano: el 28 de diciembre de 1895, los hermanos Lumiere presentaban el cinematógrafo, y menos de seis meses después, el 18 de julio de 1896, se realizaba la primera proyección en el Teatro Odeón de Buenos Aires. De igual modo, aunque era una obsesión de los cineastas desde 1907, el paso definitivo del film mudo al sonoro ocurrió a comienzos de la década del 30, y marcó el inicio del cine argentino como industria. Primero fueron efectos esporádicos, después un par de canciones y más tarde algún que otro diálogo. Entre los muchos proyectos que buscaron ponerle voz a nuestro cine, hubo uno que reunió a Carlos Gardel con al actor y realizador Eduardo Morera. Con la idea de aprovechar la proyección internacional del Zorzal criollo, se realizaron en 1931 quince cortometrajes donde el cantor interpretaba alguno de sus tangos más emblemáticos mientras mantenía un breve intercambio con sus compositores y letristas. Vistos a la distancia, estos cortos podrían entenderse como la prehistoria del videoclip, al tiempo que resultan las únicas “películas” que Gardel filmó en la Argentina. No fue hasta el estreno de Tango! (1933) que el cine sonoro argentino perfiló su identidad, incluso por sobre la necesidad de Hollywood de expandirse al mercado hispanoparlante merced a películas habladas “en español”.El film dirigido por Luis José Moglia Barth fue protagonizado por un compendio de estrellas locales de extracción teatral (por su facilidad para la actuación y su dicción) junto a cantantes consagradas de la época. Libertad Lamarque, Pepe Arias, Azucena Maizani, un pibe de veintipico llamado Luis Sandrini y Tita Merello fueron parte de la experiencia. Tango! también marcó el nacimiento de Argentina Sono Film, productora clave en años siguientes. Tres semanas después del estreno la que fue considerada la primera película sonora del cine nacional llegó Los tres berretines (1933), esta vez a cargo de los estudios Lumiton (acrónimo de “luminosidad y tono” o mejor: “luz y sonido”). En ella Sandrini, ya en un rol más destacado que en la anterior, popularizó un estilo que lo acompañaría a lo largo de toda su carrera: “Hice un prototipo que lo llamé ‘Cachuso’. En radio pasó a ser ‘Felipe’, con el que también llegó a la televisión. Ese personaje me gustaba mucho. A pesar de lo que muchos creen no era tartamudo sino un tipo al que le costaba explicar las cosas. Me inspiré en un hincha de Argentinos Juniors que discutía hablando así. Pero me criticaron porque decían que me repetía, no entendieron que era un ‘tipo de personaje’”.Luis Sandrini en Los tres berretines (1933)La segunda mitad de los años 30 se potenció con algunos de los nombres más significativos de la cinematografía nacional. Mario Soffici debutó con el melodrama El alma del bandoneón (1935), punto de partida de una filmografía que continuaría con títulos emblemáticos como Viento Norte (1937), Kilómetro 111 (1938) y Prisioneros de la tierra (1939). Manuel Romero, que aportó costumbrismo y una certera y popular mirada sobre la sociedad porteña, entregó durante este período producciones como La muchachada de a bordo (1936), Radio Bar (1936) y Los muchachos de de antes no usaban gomina (1937) con Florencio Parravicini, Santiago Arrieta y Mecha Ortiz como la rubia Mireya. También Mujeres que trabajan (1938), debut de Niní Marshall y su Catita en la pantalla grande.Otro de los grandes realizadores surgidos en la segunda mitad de la década fue Luis Saslavsky. Crimen a las tres (1935), La fuga (1937) y El loco serenata (1939) son apenas el germen de una estética que sentaría las bases de películas posteriores, tanto propias como ajenas. Luis César Amadori, Leopoldo Torres Ríos y Carlos Borcosque (este último había hecho algunas incursiones previas en el cine mudo), y Daniel Tinayre fueron también parte de esta prolífica lista de directores, aunque sus obras más recordadas llegaron en las décadas siguientes. Promediando los primeros años del “cine nacional hablado”, Ayúdame a vivir (1936) consolidó para la naciente industria el camino internacional que ya había abierto Riachuelo dos años antes. También descubrió a la primera gran representante del género a nivel mundial: Libertad Lamarque no solo fue la figura principal de ese film, sino también la responsable de la historia y de su título. Como apunte curioso, Ayúdame a vivir incluyó un novedoso recurso para la época: en una escena, su personaje escucha música con sus amigos junto a una fuente. La protagonista pregunta de qué canción se trata, y le responden: “‘Tu cariño’: tango de Alfredo Malerba, estribillo por Libertad Lamarque” le contestan, a lo que ella remata, displicente: “¿Libertad Lamarque? Yo canto mucho mejor que ella. Ponga el disco y vamos a verlo, ¿apuestan algo?”. Excelente.La promisoria década del 30 fue un crisol de nuevos directores, guionistas, actrices y actores que compartían un mismo sueño. Fueron los años en los que se sentaron las bases de la industria cinematográfica argentina a nivel local y también internacional. Todavía quedaba mucho por hacer y experimentar, pero el primer paso ya se había dado.Los tres berretines y Ayúdame a vivir pueden verse en la plataforma Cine.Ar. El resto de las películas mencionadas de esta década están disponibles en copias caseras, con diversos grados de calidad, en YouTube. Para el cine argentino, la década del 40 fue mucho más que el tiempo de la consolidación de su industria y los destellos de su temprano crepúsculo. Es cierto que en esos años algunos estudios como Argentina Sono Film o Estudios San Miguel definieron un cine con peso internacional después del furor del tango y la herencia gauchesca característicos de la década anterior; que el sistema se expandió con fulgurantes estrellas y noveles directores, que encontró en la literatura extranjera una fuente inagotable de historias y apropiaciones. Pero también en ese tiempo emergió la convicción del cine como herramienta cultural y política, surgieron iniciativas decisivas en la definición de una identidad nacional como Artistas Argentinos Asociados de Homero Manzi: el cine construyó un universo propio, más allá de las deudas con la radio y el teatro, una inteligente reformulación de los géneros, una clara vocación estética.El gesto mayor de Manzi en la gesta de La guerra gaucha (1942) como uno de los grandes éxitos del período se condensaba no solo en la conversión de la obra célebre de Lugones en una película de épica criolla, ligada emocionalmente al presente de un país que anhelaba un imaginario propio, sino también en la expansión formal, algo que los melodramas gauchescos del negro Ferreyra no habían terminado de explorar. La dirección de Lucas Demare bajo el auspicio de Manzi se replicó en Pampa bárbara (1945), ambiciosa historia de caravanas y desertores, encontronazos entre la pétrea disciplina y el fuego de su exhumación. Allí Demare abrió las puertas a un recién llegado como Hugo Fregonese, que luego se haría nombre en el cine del mundo y dejaría en este decenio Apenas un delincuente (1949), un policial de un virtuosismo admirable.En aquella década signada por la crisis de la película virgen –Estados Unidos redujo la venta a la Argentina en favor de México, su competidor en Latinoamérica- y el inicio de políticas proteccionistas desde el Estado (que desembocaron en la oscura figura de Raúl Apold y sus listas negras), algunos estudios quebraron o cambiaron de manos, como Lumiton y Estudios San Miguel, y otros nacieron con cierto espíritu independiente (SIFA de Armando Bó), hubo enroque de directores e inesperados apogeos. Mario Soffici filmó La cabalgata del circo (1945) con un aire renovado, que hacía sintonizar la fuerza de Libertad Lamarque y Hugo del Carril con esa naturaleza que los envolvía, y dio a Zully Moreno sus brillos de diva en Celos (1947); Manuel Romero, luego de su fructífera asociación con Niní Marshall, dirigió una serie de comedias –la imperdible Isabelita (1940), Elvira Fernández, vendedora de tiendas (1942)- para una de las grandes actrices de los 40, Paulina Singerman; Luis César Amadori alcanzó el cénit con Dios se lo pague (1948), pieza inolvidable del canon argentino.Mirtha Legrand y Juan Carlos Thorry en Los martes orquídeas (1941), de Francisco MugicaPero si alguien hizo suya la década de los 40 ese fue Carlos Schlieper, cineasta de una modernidad asombrosa, quien exploró el talento para la comedia de actores como Juan Carlos Thorry y María Duval, que dio a Mirtha Legrand –después de su heroína virginal en Los martes orquídeas (1941)- la extraordinaria El retrato (1947), exploró el fantástico con pasión laica en Cita con las estrellas (1949) e imaginó mujeres con deseo y decisión, quien hizo de la burla a toda restricción el arte de la trasgresión. En esos años también emergió el sello de Carlos Hugo Christensen, artífice del film noir autóctono, prodigio de la concepción dramática de la puesta en escena, con sus ominosos contraluces y sus almas heridas de contradicciones. De su arte persiste el rostro inigualable de Mecha Ortiz en Safo: historia de una pasión (1943), la espalda de Olga Zubarry en El ángel desnudo (1946), el ánimo enajenado de Guillermo Battaglia en la extrañísima Los verdes paraísos (1947), y esa definitiva obra maestra que es Los pulpos (1948).Quien aportó un toque excéntrico a la década fue Alberto de Zavalía, con sus odas telúricas preñadas de una fuerza radiante y desbordada. Convirtió la belleza única de Delia Garcés, en el mismo tiempo de su estridente popularidad que se consagraría en La dama duende (1945) de Saslavsky, en la Urpila de Malambo (1942), muerte nacida del folclore, atada a la tierra con espíritu de anunciación. Si bien la película recordada de la dupla Zavalía-Garcés es La maestrita de los obreros (1942), su alianza reverbera en las estridencias de aquella fábula fascinante e inclasificable. También entre las anomalías del período está Yo no elegí mi vida (1949) de Arturo Momplet –eco de tragedia y tenebrismo, en este caso ajeno al mito- y El muerto faltó a la cita (1944), excursión del francés Pierre Chenal en territorio argentino, signada por el juego entre la comedia y el policial, casi como un antídoto al clima de la guerra que lo había llevado a escapar de Europa.En el cierre de la década asomaron figuras que serían relevantes para el futuro. Armando Bó producía el éxito de Pelota de trapo (1948), que mostraba la sintonía de Leopoldo Torres Ríos con la esencia popular del fútbol y la poética de los entornos realistas. Manzi y Ralph Pappier incursionaban en la dirección con Pobre mi madre querida (1948) como antesala de su notable El último payador (1950) que daría nuevo hálito a la experiencia musical criolla afirmada en el esplendor del tango canción. Y allí el que daba vida al payador Bettinotti no era otro que Hugo del Carril, quien pasaba de actor y cantor popular a convertirse en uno de los grandes directores de la historia con su debut en Historia del 900 (1949). Década de vítores y promesas, de apogeos y audacias, último tiempo de esplendor de la industria, con sus finales y despedidas.Los martes orquídeas, La cabalgata del circo, Isabelita, La maestrita de los obreros, La dama duende, Pobre mi madre querida, Safo: historia de una pasión, El ángel desnudo y Los verdes paraísos están disponibles en Cine.Ar. Con el notable peso de la política, pero también de las nuevas tecnologías y de los cambios estilísticos, los años 50 marcaron el quiebre definitivo de algunas constantes que la industria cinematográfica había exhibido en los años previos, con dos hechos gravitantes heredados del último año de la década anterior: el nombramiento de Raúl Alejandro Apold como subsecretario de Informaciones de la Presidencia, y en los hechos, quien determinará la suerte del cine argentino hasta casi el fin del peronismo, y el progresivo cierre de los otrora todopoderosos estudios cinematográficos, entre los cuales solo Argentina Sono Film mantendrá su peso.La crisis productiva afianzó un cine de corte popular con películas como El último payador, La barra de la esquina o Pelota de trapo; pero también la “comedia sofisticada” de la mano del gran Carlos Schlieper, que entregará sólo en 1950 tres títulos (Cuando besa mi marido, Esposa último modelo y Arroz con leche), y tendrá una presencia sostenida incluso llevando clásicos a la pantalla como Los árboles mueren de pie, con guión del propio Alejandro Casona, hasta su temprano adiós en 1957. Pero la “comedia sofisticada”, en este caso con toques policiales, tendrá un gran exponente con La vendedora de fantasías, donde Daniel Tinayre demostrará ser el gran director que también estrenará Deshonra, Tren Internacional, La bestia humana y En la ardiente oscuridad, con la que Mirtha Legrand brindará en un papel de gran exigencia interpretativa. Luis Sandrini traerá al cine su éxito teatral Cuando los duendes cazan perdices (1955), y Carlos Hugo Christensen dos adaptaciones del policial: No abras nunca esa puerta y Si muero antes de despertar.Elsa Daniel y Lautaro Murúa, en La casa del ángel (1957), de Leopoldo Torre NilssonPero frente a un cine de raigambre social encarnado magistralmente por Los isleros (Lucas Demare, 1951), con Tita Merello y Arturo García Buhr en el sufrido retrato de la vida de los isleros del Paraná, o Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952) con la explotación en los yerbatales del alto Paraná, también resurgirá un cine intelectual que progresivamente hará propias experimentaciones estéticas de otras latitudes y culminará dominando el cine argentino al finalizar la década, comenzando por El crimen de Oribe, con la cual Leopoldo Torres Ríos adaptó un relato de Adolfo Bioy Casares y acercó al largometraje a su hijo, quien revolucionaría al cine argentino en 1957 con La casa del ángel, film que encumbró a Leopoldo Torre Nilsson como padre del Nuevo Cine Argentino. “Babsy” fue quien asimismo descubrió a dos grandes actrices para un nuevo modelo de estrella local: Elsa Daniel y María Vaner. También con un interés en el cine argentino de carácter renovador aparecerá Fernando Ayala, quien no abandonará el cine social pero tendrá nuevas inquietudes narrativas que se cimentarán sobre todo con El jefe (1958), largometraje que además será el puntapié de la productora más representativa del cambio del modelo estético y productivo del cine argentino de entonces: Aries Cinematográfica Argentina, fundada por Ayala y Héctor Olivera el 26 de julio de 1956, pero claro resultante de la nueva Ley de Cine promulgada en 1957. Esos años grises de prohibiciones y exilios vieron retornar luego de la caída del peronismo a figuras como Niní Marshall, Orestes Caviglia, Arturo García Buhr o Francisco Petrone, pero también dificultarse las carreras de Tita Merello, Hugo del Carril, Nelly Omar o Luis César Amadori cuando con la denominada Revolución Libertadora cayó en desgracia. Todas proscripciones que sólo terminarían perjudicando al cine argentino en su presencia internacional.Mario Soffici pasará de un film de extraordinario valor inserto en el cine clásico como El extraño caso del hombre y la bestia (1951), a la experimentación narrativa de la mano de nuevos autores con su magistral Rosaura a las diez (1958), surgida de la pluma de Marco Denevi. Hugo del Carril irá desde lo social-folclórico de Las aguas bajan turbias al virtuosismo narrativo de Más allá del olvido (1956), que se adelantó con una historia muy similar a Vértigo, de Alfred Hitchcock.La década marcará la caída de sellos como Emelco, Efa, Lumiton y San Miguel; la pérdida del mercado latinoamericano en manos de México; la llegada de la televisión y el establecimiento del cine argentino en colores. Los años 50 vieron debutar en la pantalla a Graciela Borges, a un actor llamado Leonardo Favio, el primer desnudo de Isabel Sarli con El trueno entre las hojas, despuntar en popularidad a Lolita Torres, brillar a Duilio Marzio y convertirse en revelación a Alfredo Alcón; la realización de dos festivales de Mar del Plata con diferente signo político en 1954 y 1959; y la aparición de entidades como el Cine Club Núcleo (1952) y Directores Argentinos Cinematográficos (1958). Pero la notable expansión del cortometraje marcará una diferencia decisiva con el pasado: los nuevos directores vendrán de un universo independiente y no gracias a una carrera de ascensos y aprendizajes dentro de las grandes usinas de ilusión que conformaban los grandes estudios, que ya no fabricarán estrellas ni determinarán el surgimiento de quien diga: ¡Luz, cámara, acción!La barra de la esquina, Los isleros, Los árboles mueren de pie, El trueno entre las hojas, Cuando los duendes cazan perdices, No abras nunca esa puerta y Si muero antes de despertar pueden verse en Cine.Ar; El jefe está disponible en Xiclos.com
A fines de los 50 y principios de los 60 surgieron en todo el mundo diversos movimientos que revolucionaron al cine, rompiendo las reglas estéticas y de producción del cine masivo, como la Nouvelle Vague (Nueva Ola) francesa, impulsada por los críticos de la revista Cahiers du Cinéma devenidos directores, como François Truffaut y Jean-Luc Godard; el Free Cinema británico; el New American Cinema y el brasileño Cinema Novo. En la Argentina, un grupo de jóvenes realizadores produjo películas que se diferenciaban del cine popular nacional, tanto en cuanto a la temática como en su puesta en escena. Los de la mesa 10, de Simón Feldman, dejó establecido en 1960 que el cine de la década representaría un cambio radical.Manuel Antín es uno de los directores de este grupo, conocido como Nuevo Cine Argentino en ese entonces y ahora denominado Generación del 60. Los films iniciales del realizador, quien fue el primer presidente del Incaa en democracia y el fundador de la Universidad del Cine (uno de los semilleros del segundo Nuevo Cine Argentino) fueron adaptaciones de la obra de Julio Cortázar. La cifra impar (1962), Circe (1964) e Intimidad de los parques (1965) no solo representan un cambio por la fuente de la que toman su inspiración, sino también por su estilo cercano a la Nouvelle Vague y las actuaciones de figuras centrales de este nuevo cine, como Graciela Borges, Sergio Renán y Lautaro Murúa, quien también se volcó a la dirección con Alias Gardelito (1961) y luego continuó con su carrera combinando ambas profesiones.El rodaje de Invasión (1969), con guion de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, y dirección de Hugo SantiagoJunto con Antín y Murúa, conformaron este grupo David José Kohon, director de Prisioneros de una noche (1960) y Tres veces Ana (1961), y Rodolfo Kuhn, quien dirigió Los jóvenes viejos (1962) y Pajarito Gómez (1965), una sátira sobre la brutalidad de la fábrica de ídolos musicales, cuya estructura, mirada ácida y estilo aún hoy resultan innovadores.Otra búsqueda distinta pero igual de rupturista fue la de Fernando Birri con Tiré Dié (1960), un trabajo colectivo del director junto con sus alumnos de la Escuela Documental de la Universidad Nacional del Litoral, que fundó en 1956. Durante dos años trabajaron en este mediometraje que utiliza herramientas estilísticas que no eran comunes en el documental para retratar la vida en los barrios de bajos recursos de Santa Fe. Con Los inundados (1962), Birri combinó la ficción con el documental para presentar las tribulaciones de una familia y sus vecinos obligados a evacuar su hogar debido a la crecida del río Salado.Durante los años 60 también hicieron su debut como directores René Mugica y José Martínez Suárez, ambos con amplia experiencia en la industria cinematográfica y novedoso estilo propio. Mugica había sido actor, guionista y asistente antes de filmar El centroforward murió al amanecer (1961) y Hombre de la esquina rosada (1962), basada en el cuento de Jorge Luis Borges. El crack (1960) y Dar la cara (1962) fueron los primeros largometrajes como guionista y director de Martínez Suárez, hermano de las actrices Mirtha y Goldy Legrand, quien trabajara durante años como asistente de dirección.Leopoldo Torre Nilsson y Daniel Tinayre ya tenían carreras establecidas cuando hicieron películas notables como Fin de fiesta (1960) y La patota (1960), respectivamente. Con La cigarra no es un bicho (1963), Tinayre introdujo un tipo de comedia picaresca que tendría varios exponentes exitosos en esta década. La apertura en la temática sexual también se reflejó en el cine erótico de la dupla Isabel Sarli-Armando Bó, cuyas primeras películas son de fines de los 50 y se extenderán hasta los 70. Estos films, como tantos otros, tuvieron que enfrentarse a la censura, que fue creciendo durante los 60 y se fortaleció luego del golpe de estado de 1966.La censura también azotó a películas cuyo contenido no tenía que ver con lo sexual sino con lo político. Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino, líderes del Grupo Cine Liberación, se vieron obligados a proyectar La hora de los hornos (1968) en funciones clandestinas, ya que estaba prohibida en la Argentina (al mismo tiempo que era presentada y premiada en festivales internacionales). El film, un documental de cuatro horas que se centra en la situación social y política del país desde 1945 en adelante, es el ejemplo más emblemático del cine militante que continuará en los años 70.A fines de los 60, la diversidad de búsquedas estéticas y temáticas produjo también películas como Tute cabrero (1968), de Juan José Jusid; Tiro de gracia (1969), de Ricardo Becher, y la legendaria colaboración de Borges y Adolfo Bioy Casares en el guión de Invasión (1969), de Hugo Santiago.Dentro del abanico de expresiones personales plasmadas en la pantalla grande, se destaca Leonardo Favio, uno de los grandes directores de la historia del cine argentino. Crónica de un niño solo (1965) fue la ópera prima del reconocido actor y cantante, quien ya demostraba allí su particular poética de la realidad, desplegada luego en El romance del Aniceto y la Francisca (1966) y El dependiente (1968). Su filmografía cobraría aún mayor relevancia en la década siguiente.La intimidad de los parques, Circe, La cifra impar, Los inundados, Fuego y Prisioneros de una noche están disponibles en Cine.Ar. Invasión está disponible en Mubi.
Distintas miradas, escuelas, tendencias y enfoques confluyen en el cine argentino de la convulsionada década de 1970. No debe haber mejor pintura de la tensión de esos años que la parábola vivida por Leonardo Favio. Empezó con Juan Moreira (1973), un éxito colosal de crítica y de público. Siguió con la repercusión multitudinaria alcanzada por Nazareno Cruz y el lobo (1975), definida por el propio director como la última película feliz que hizo en su vida, un “canto de amor” concebido como respuesta a la violencia política que ensangrentaba al país. Y se cerró con Soñar, soñar (1976), cuyo estreno casi secreto coincidió con el comienzo de la última dictadura militar.Así fueron los 70. Sin términos medios. En el cine de ese tiempo convivieron los ecos de las transformaciones abiertas en la década pasada, la consolidación de algunos nombres que aspiran a ser reconocidos con identidad de autores, las películas políticas más explícitas de las que se tiene memoria en la historia de la pantalla grande local y un amplísimo abanico de producciones dedicadas a explotar la popularidad de figuras surgidas de la TV y de la música. La década se abrió con espíritu de apertura y no pocas audacias temáticas y estilísticas. Y terminó marcada por la oscuridad, la censura y el exilio de muchos grandes nombres.La tregua vuelve en formatos libro, ballet y miniserie, luego de 60 añosLa obra símbolo de la década es, sin dudas, La tregua (1974), de Sergio Renán, película que “intenta un costumbrismo intimista para contar la pequeña historia cotidiana de un hombre ahogado por la rutina”, según describe el crítico David Oubiña. Aquí aparecen algunas de las marcas más definidas del período: origen literario, búsqueda de realismo desde una mirada de autor, identidad genuinamente local (no debe haber película más cercana a la idea de la porteñidad) y veladas alusiones en su argumento a la tensa situación política del país. La tregua, además, llegó más lejos que ninguna en su tiempo: fue nominada al Oscar como mejor película extranjera en 1974.Juan José Camero en Juan Moreira (1973), de Leonardo FavioEn los 70 algunos directores experimentados y muy reconocidos entregaron sus últimas películas. Daniel Tinayre cerró en gran forma su carrera con el excepcional melodrama La Mary (1974), donde nació la tórrida pasión entre el boxeador Carlos Monzón y Susana Giménez, que entregó en la película el mejor papel de su vida. Leopoldo Torre Nilsson, que empezó la década con sus frescos históricos (El santo de la espada, Güemes, la tierra en armas) produjo en el tramo final de su vida obras que empiezan a ser revisadas: El pibe Cabeza (1973), Boquitas pintadas (1975) y Piedra libre (1975). Murió en 1978. Lautaro Murúa, tras un largo paréntesis, dirigió Un guapo del 900 (1971) y La Raulito (1975), antes de partir a un exilio obligado. De esa década también provienen dos de las mejores películas de otro maestro, José Martínez Suárez: Los chantas (1974) y Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), recuperada por muchos después del homenaje en clave de remake que hizo Juan José Campanella en El cuento de las comadrejas.El intento más sostenido de un cine industrial con producción en serie tuvo a Aries, comandada por Fernando Ayala y Héctor Olivera, a su mejor representante. Olivera dejó en La Patagonia rebelde (1974) el exponente más visible de un cine que se propuso en esa década revisar hechos del pasado. A esa línea se sumaron desde otras perspectivas Juan Manuel de Rosas (1972), de Manuel Antín, y Quebracho (1974), de Ricardo Wulicher. También recurrieron a la historia Hugo del Carril en Yo maté a Facundo (1974), título final de su magnífica filmografía, y Juan José Jusid con Los gauchos judíos (1975). No faltaron en la mayoría de estos títulos referencias y alusiones políticas que dialogaban desde la pantalla con la agitada realidad de los 70, pero ninguno de ellos llegó a tener el perfil netamente militante, activo y comprometido de otros directores que fueron grandes protagonistas de ese tiempo, como Fernando Solanas (con Los hijos de Fierro, 1972) y Jorge Cedrón (Operación Masacre, 1973). El destino de estos directores de cine político osciló entre el exilio (Solanas), la muerte en circunstancias nunca aclaradas (Cedrón) o la desaparición forzosa, como ocurrió con Raymundo Gleyzer.La década del 70 dejó en la historia del cine argentino otros hechos dignos de destacar. A partir de Crónica de una señora (1971), Raúl de la Torre desarrolló una filmografía dedicada a explorar los conflictos de la clase media argentina, representada en los personajes de su actriz fetiche, Graciela Borges. Manuel García Ferré construyó en la pantalla grande un universo animado hecho a imagen y semejanza de sus personajes televisivos, entre divertidos y sensibleros, de la mano de Anteojito y Antifaz (Mil intentos y un invento, 1972), Las aventuras de Hijitus (1973) y Petete y Trapito (1975). Aries puso en marcha en 1973 con Los caballeros de la cama redonda la fructífera usina de películas picarescas protagonizadas por Alberto Olmedo y Jorge Porcel. Y en 1978 se inició con La parte del león la carrera de uno de los mejores directores argentinos, Adolfo Aristarain.Juan Moreira y Un guapo del 900 están disponibles en Cine.Ar. Boquitas pintadas y Nazareno Cruz y el lobo aparecen en el catálogo del sitio Rare Film. El cine de los años 80 empieza recién en 1981 con el estreno de Tiempo de revancha, acaso la mejor película de Adolfo Aristarain. Este film marca el inicio en la pantalla de la transición democrática, el suceso histórico que definió a los 80 y que se vio reflejado en un conjunto de películas de rasgos temáticos y formales muy diferentes a los del cine de la dictadura militar que coincidentemente se apagaba. Aquí, un dinamitero (Federico Luppi) urde un plan para reclamar una compensación millonaria a una compañía minera fingiendo que perdió el habla a causa del shock tras quedar atrapado entre los escombros de una detonación. Si bien la película retoma el tópico del personaje desfavorecido que enfrenta a un rival mucho más fuerte, Aristarain logra que funcione en dos niveles: como una historia de suspenso encabezada por antihéroes cautivantes y como una alegoría política, dado que la “mudez” del protagonista refleja las circunstancias de un régimen en el que la expresión estaba brutalmente cercenada.Julio de Grazia y Federico Luppi en Tiempo de revancha (1981), de Adolfo AristarainEsta película de Aristarain y la siguiente, Últimos días de la víctima (1982), señalan un cambio de época: “La hora de los fierros se acabó… por ahora”, dice un matón interpretado por Arturo Maly sobre el final de este thriller. Ambas postulan una realidad radicalmente opuesta a la del cine comercial bajo la dictadura, ejemplificadas en comedias familiares de acción con figuras populares de la TV, tales como Comandos azules (Emilio Vieyra, 1980) que burdamente presentan una sociedad homogénea cuyo orden se ve atacado por elementos infiltrados y es repuesto por las fuerzas de seguridad de Estado, siempre irreprochables y pocas veces portando uniformes u otras marcas que las identifiquen. Los films de Aristarain, en cambio, muestran una sociedad surcada por diferencias económicas, ideológicas y hasta étnicas y plantean una alianza espuria entre la clase alta, las corporaciones multinacionales y un poder corrupto y asesino. Esta última caracterización, acaso tan antojadiza como la anterior, será la representación regular del Proceso en buena parte de los films surgidos tras el regreso de la democracia en 1983, renovadores en sus temáticas aunque, muchas veces, conservadores en su forma.Con el fin de la censura, el cine ya no tuvo necesidad de metáforas luctuosas (tales como los muertos por la peste de 1871 en Fiebre amarilla, de Javier Torre) para referirse a la realidad política. La apertura democrática generó gran cantidad de películas que narraban abierta y llanamente los crímenes del régimen de facto, a veces con descarado oportunismo como El poder de censura (1983), film típico del “destape”, dirigido por el propio Vieyra, en el que Héctor Bidonde interpreta a un productor de cine arrastrado al suicidio y Reina Reech protagoniza una serie de desnudos no muy cuidados. La historia oficial (1985) de Luis Puenzo, acerca de una profesora de historia (Norma Aleandro) que descubre que su hija adoptiva fue apropiada por su marido durante la dictadura, es la obra más emblemática del período por su gran éxito en la taquilla y porque fue la primera producción argentina que logró un Oscar a la mejor película de habla no inglesa.Si bien la crudeza de los temas y la necesidad de mostrar acontecimientos auténticos y silenciados hace que éste sea un período dominado por el realismo, no todos los realizadores renunciaron a la metáfora, a jugar con un abanico de sentidos más amplio o a explorar otros rubros. Hombre mirando al sudeste (1986) de Eliseo Subiela, es una película de género fantástico acerca de un interno en un neuropsiquiátrico (Hugo Soto) que afirma ser extraterrestre. La centralidad de una institución disciplinaria y la problematización de la identidad son dos rasgos definitorios de la producción de este momento. El recientemente fallecido Fernando “Pino” Solanas dirigió El exilio de Gardel (1985), que narra el exilio con las herramientas del realismo mágico. En Las veredas de Saturno (1989), Hugo Santiago utiliza recursos similares para mostrar a los exiliados de Aquilea, el país apócrifo creado en la mítica Invasión (1969). La apertura trajo una muy necesaria diversidad a la pantalla: el drama costumbrista y la comedia picaresca perseveraron pero también surgieron nuevos realizadores que aportaron estéticas novedosas como Jorge Polaco y el feísmo de Diapasón (1986), Gustavo Mosquera R. y las acrobacias formales de Lo que vendrá (1988) y Alejandro Agresti y su diálogo con el cine independiente norteamericano en El amor es una mujer gorda (1988).Así como el sujeto social de los films característicos de la dictadura es la familia, el del cine de la transición democrática, quizás involuntariamente, es la clase media. Los protagonistas de estas historias, aquellos que sufren la persecución y la muerte (La noche de los lápices, 1986), las consecuencias del desmanejo económico (Plata dulce, 1982), la corrupción (El arreglo, 1983), el regreso del exilio (Made in Argentina, 1987) y tantos dramas más pertenecen mayoritariamente a este sector porque éste era el sector mayoritario del país. La pobreza, la marginalidad, la desocupación y la inseguridad por el delito son temas que aún no se hacían demasiado visibles en el cine nacional. Estas películas, con sus trabajadores aquejados por falta de dinero pero que viven en casitas con jardín, con sus trenes que llegan a pueblos de interior donde hay empleo, con sus chicos que van a escuelas públicas, con sus oficinistas atribulados pero con un ingreso fijo, más allá de sus temáticas, tienen hoy un contenido político nuevo: son el último reflejo de un entramado social que trágicamente ya no existe.Hombre mirando al sudeste está disponible en Cine.Ar; Tiempo de revancha y La noche de los lápices están disponibles en Amazon Prime Video y Movistar Play; Últimos días de la víctima está disponible en Movistar Play y La historia oficial está disponible en Netflix. Entre 1991 y 1994 se estrenaron apenas 50 películas argentinas. En 1994 el derrumbe fue tal que la industria cayó a un subsuelo aterrador: solo 11 lanzamientos, que convocaron en conjunto a menos de 325.000 espectadores (1,8 por ciento del público total). Pero, cual ave fénix, la producción nacional renacería de sus cenizas gracias a la aprobación el 28 de septiembre de ese mismo 1994 de la denominada Ley de Cine, que generó nuevas fuentes de financiación para su fondo de fomento (que se quintuplicó al año siguiente). El rebote fue casi inmediato (39 títulos estrenados en 1996) y sentó las bases para la consolidación en décadas posteriores. Los principales éxitos de la década fueron la producción animada Manuelita (2.320.000 tickets), Un argentino en Nueva York (1.650.000 espectadores), Comodines (1.305.000) y dos películas de Marcelo Piñeyro como Tango feroz y Caballos salvajes, pero a nivel artístico el fenómeno más importante fue la irrupción del denominado Nuevo Cine Argentino (NCA).El boom de ese cine joven, independiente, artesanal, sorprendente y experimental no fue casualidad: la fundación de escuelas como la Universidad del Cine en 1991, la vuelta del Festival de Mar del Plata en 1996, la renovación de la crítica local y el aporte de pioneros como Martín Rejtman, Esteban Sapir, Alejandro Agresti o Raúl Perrone ayudaron a formar a una nueva generación de directores, técnicos e intérpretes.Pizza, birra, faso (1998), de Bruno Stagnaro y Adrián CaetanoLo primero que marca a la Generación del 90 es su ruptura con el cine discursivo, subrayado, aleccionador de aquellos que habían vuelto a filmar durante la primavera democrática de los años 80. Si sus predecesores querían “decir todo” lo que les habían prohibido durante la dictadura militar, los nuevos cineastas apostaron, en cambio, por historias más intimistas, minimalistas, generalmente ligadas a desventuras de jóvenes dominados por la incomprensión y el desamparo. Su conexión más importante fue, entonces, con los autores argentinos de los 60, y muchos encontraron a Leonardo Favio como su principal referente. La piedra basal del Nuevo Cine Argentino no fue una película sino una serie de cortometrajes. En 1995 se estrenó con un impensado éxito comercial (con largas filas que daban la vuelta al hoy desaparecido cine Maxi, sobre la avenida Carlos Pellegrini) la primera edición de Historias breves, donde se vieron cortometrajes de realizadores como Lucrecia Martel (el extraordinario “Rey muerto”), Israel Adrián Caetano o Daniel Burman, que luego se convertirían en referentes del fenómeno local e internacional (el NCA fue durante varios años la moda de los grandes festivales).El estreno de Pizza, birra, faso, de Caetano y Bruno Stagnaro, en la edición 1997 del Festival de Mar del Plata, no fue el primero pero quizás sí el principal impacto del NCA con una historia de esos adolescentes marginados que deambulaban por una Buenos Aires sórdida y desoladora. La película fue vista por más de 100.000 personas en cines generando una avidez del público que se repetiría luego con Mundo grúa, de Pablo Trapero (más de 70.000 entradas vendidas).Mundo grúa es, también, un film clave de los años 90. Luego de haber estrenado en 1995 su multipremiado corto Negocios, Trapero volvió a trabajar con Luis “El Rulo” Margani en un film en blanco y negro que reivindicó al neorrealismo, a los actores no profesionales y a esas historias mínimas que caracterizaron en muchos casos a ese movimiento. En otro registro (una comedia más absurda y asordinada), Martín Rejtman también fue uno de los autores más influyentes de la década con la en principio incomprendida Rapado (1992) y luego con Silvia Prieto (1999), con Rosario Bléfari, Mirta Busnelli, Valeria Bertuccelli y Vicentico. Aunque ya había aparecido en en la década anterior, Alejandro Agresti fue una figura clave de estos años y -entre Holanda y la Argentina- construyó una influyente carrera que incluyó una gema hoy de culto como El acto en cuestión (1993), Buenos Aires Viceversa (1996) y El viento se llevó lo que (1998).Alejado por complejo de las tendencias del NCA, también apareció desde el exterior (en este caso de los Estados Unidos) otro realizador que se convertiría en insoslayable durante las décadas siguientes: Juan José Campanella. Tras rodar El niño que gritó puta (1991), Y llegó el amor (1997) y sus primeras incursiones en el mundo de las series, en 1999 se presentó en sociedad ante el público argentino con El mismo amor, la misma lluvia, drama romántico con Ricardo Darín, Soledad Villamil y un elenco que completaron Ulises Dumont, Eduardo Blanco, Alfonso De Grazia y Alicia Zanca. Aunque eminentemente porteño, el NCA permitió también que surgieran cineastas del resto del país (la movida rosarina, con Gustavo Postiglione a la cabeza, por ejemplo) y se sumaran muchas mujeres (la citada Martel, Ana Poliak, Sandra Gugliotta, Albertina Carri, Celina Murga) a un universo hasta entonces bastante machista, aunque habría que esperar al siglo XXI para que la tendencia se profundice. Y esa, se sabe, ya es otra historia.Silvia Prieto y Rapado están disponibles en Mubi. El acto en cuestión está disponible en Qubit.tv. Historias breves I está disponible en Cine.Ar La de 2000 fue una gran década para el cine argentino. Fueron los años de aparición de directores muy importantes y con gran reconocimiento internacional (Lucrecia Martel, Lisandro Alonso), de la consolidación de una voz clave como la de Pablo Trapero, del desembarco de una obra anómala, ambiciosa, lúdica y provocadora como Historias extraordinarias (más de cuatro horas de duración), capaz por sí sola de establecer a su director, Mariano Llinás, como figura ineludible de la época e impulsor de novedosos mecanismos de producción, pergeñados al margen de los cánones de la industria con el equipo de El Pampero.Luego del trágico final de la experiencia del menemismo y la crisis de 2001, la Argentina viviría con la llegada del kirchnerismo una etapa de recuperación económica y reaparición de las políticas de derechos humanos como asunto privilegiado en su agenda. El cine nacional reflejó de maneras más o menos oblicuas, dependiendo de los casos, ese nuevo contexto. Lucrecia Martel no solo desarrolló el grueso de su obra -La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza-, sino que forjó en esa tríada un estilo muy identificable, apoyado en una gran inventiva para aprovechar múltiples recursos (trabajo virtuoso del sonido y el fuera de campo, oído agudo para capturar los pliegues de la oralidad, capacidad para crear climas de una singular densidad), siempre con la circulación de la energía femenina como combustible. En su cine, las tensiones de un entramado social inestable se manifiestan a través de señales misteriosas que enrarecen los pequeños universos siempre a punto de estallar en los que se mueven sus personajes.Martín Adjemián y Graciela Borges en La ciénaga (2001), de Lucrecia Martel Más ascético y preciosista, Lisandro Alonso también definió su propia caligrafía en esta década: primero con La libertad (2001), un debut sorprendente que se ganó un lugar en el Festival de Cannes con su lenguaje atípico, definido con justicia como un auténtico ovni en el firmamento del cine local. Alonso terminaría de afirmar su personal discurso con Los muertos (2004), Fantasma (2006) y Liverpool (2008), películas caracterizadas por la austeridad y el rechazo categórico de las lógicas y dinámicas del cine convencional, una estrategia que lo ubicó en el terreno de la vanguardia.En las antípodas de ese tipo de búsquedas, Juan José Campanella consiguió en 2009 un enorme suceso comercial y nada menos que un Oscar con El secreto de sus ojos, sustentada en su innegable fluidez narrativa, el carisma de la gran estrella del cine argentino contemporáneo, Ricardo Darín, y una trama que cruza hábilmente el policial negro, la comedia dramática y los interminables ecos la convulsionada vida política argentina de los años 70.En medio de esos dos afluentes bien distintos se puede ubicar al cine de Fabián Bielinsky, que dejó antes de su prematuro fallecimiento en 2006, a los 46 años, dos películas muy valoradas y de características bien diferentes: Nueve reinas (2000), un ejercicio de impronta hitchcockiana que aludía con sagacidad al territorio plagado de oportunistas que se configuró en plena resaca de los años 90 en la Argentina y que rindió muy bien en la taquilla, y El aura (2005), un film más árido y cargado de misterios cuyo prestigio fue creciendo con el paso del tiempo. En ambos casos estuvo involucrado Darín, un imán para el gran público.Pablo Trapero también fue de los más prolíficos: enhebró cuatro largometrajes -El bonaerense (2002), Familia rodante (2004), Nacido y criado (2006) y Leonera (2006)- y se afirmó como un cineasta de corte clásico, capaz de elaborar relatos de una eficacia narrativa indiscutible.Con trabajo deliberadamente al margen de cualquier tendencia, otros tres directores que merecen mención por su trabajo en este período son Martín Rejtman, Raúl Perrone y Albertina Carri. Con Los guantes mágicos -protagonizada por Vicentico- Rejtman retrató con su su humor extravagante el extravío de la clase media argentina en los 90. Perrone sostuvo su política de producción constante y su absoluta independencia: filmó una decena de películas con su metodología de siempre, a excepción de La mecha (2003), uno de sus trabajos de naturaleza más clásica y el primero que tuvo apoyo del Incaa para la ampliación a 35mm. Carri sorprendió gratamente con Los rubios (2003), una película íntima y difícil de clasificar que borra los fronteras entre la ficción y el documental y aborda el espinoso tópico de la militancia política en los 70, señalando con crudeza el vacío provocado por la represión ilegal desatada a partir del golpe de 1976.Rey muerto está disponible en Cine.Ar; La ciénaga, en Amazon Prime Video, y La niña santa en Movistar Play. El secreto de sus ojos está disponible en Cont.ar y Movistar Play. Leonera está disponible en Movistar Play y Amazon Prime Video. Los guantes blancos está disponible en Mubi. Resulta imposible no contemplar la década comprendida entre 2010 y 2019, a la sombra de aquello que fue el Nuevo Cine Argentino. Muchos de esos realizadores que a fuerza de cámaras rabiosas despertaron al adormilado cine argentino (a secas), pasaron de ser jóvenes promesas a ineludibles referentes. De una u otra manera, ese grupo le abrió las puertas a nuevos nombres que si bien no se enrolaron bajo un colectivo tan claramente definido, sí le dieron continuidad a algunos rasgos de esa corriente. La década comenzó de manera contundente con Carancho (2010), de Pablo Trapero, un amargado noir respetuoso de las reglas de género, que se sumerge en la reconocible lógica del conurbano que vive en la obra de ese director. En términos de importancia, a Carancho le siguió El clan (2015), otra muestra de las mil posibilidades que tiene el mainstream local cuando se pone al servicio de un autor sólido. Otra suerte corrieron dos de sus principales compañeros generacionales, Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano, cuyos trabajos más populares (Un gallo para Esculapio y Sandro de América, respectivamente) se vieron ya no en el cine sino en televisión.Tres nombres vinculados también a ese movimiento filmaron una sola obra a lo largo de la década, aunque con resultados notables. Martín Rejtman hizo Dos disparos (2014). En 2017, Lucrecia Martel lanzó Zama, y en 2014, Lisandro Alonso presentó Jauja, con el protagónico de Viggo Mortensen. En muchos aspectos, este trío simboliza la versatilidad del cine local, y que en muchos casos lamentablemente, es materia de exportación más que de un masivo consumo local.El colectivo Piel de Lava, protagonistas de La flor (2016), de Mariano LlinásAl galope de los ya consagrados, surgieron óperas primas o continuaciones de filmografías que mostraron estar en su punto ideal de maduración. En ese ecléctico grupo figuran obras clave de esta década, como La luz incidente (2015), de Ariel Rotter; Alanis (2017) de Anahí Berneri; Las acacias (2017), de Pablo Georgelli; Wakolda (2013), de Lucía Puenzo; La araña vampiro, de Gabriel Medina; Mi amiga del parque (2015), de Ana Katz; El último Elvis (2012), de Armando Bó; La larga noche de Francisco Sanctis (2016), de Andrea Testa y Francisco Márquez, varias de las piezas de José Celestino Campusano (uno de los directores más prolíficos de la década), El 5 de talleres (2014) de Adrián Biniez, y El ciudadano ilustre (2016) de Mariano Cohn y Gastón Duprat.Por otra parte, hay dos nombres que exigen un espacio propio. En primer lugar Santiago Mitre, que luego de un debut compartido en ese enorme largometraje que fue El amor, primera parte (2005), se lanzó en solitario en 2011 con El estudiante (2011), un título que cómodamente se encuentra entre lo mejor de este período, y al que le continuaron La patota (2015) y La cordillera (2017). Mitre logra una trayectoria vertiginosa, que comienza en la periferia para sumergirse sin escalas en el mainstream. El nacimiento cinematográfico de Mitre se vincula con el de Mariano Llinás, guionista de El estudiante, productor de El amor, primera parte, y otro de los grandes nombres de la década (y de lo que de va del siglo XXI). Llinás representa un universo en sí mismo, y con La flor (2016) revela una mirada que todo lo abarca. La maratónica duración de esa película (casi catorce horas) resulta anecdótica en comparación a la pluralidad de mundos e historias, aquí perfectamente plasmadas a través del protagónico del colectivo Piel de Lava.Proponiendo un balance de los años diez, hay una ausencia inconsolable. Por primera vez en cuatro décadas, el nombre de Adolfo Aristarain no forma parte de la lista, aún a la espera de su largamente postergada adaptación de La muerte lenta de Luciana B. Entre las reapariciones fulgurantes es imposible no destacar a Damián Szifron, que luego de un paréntesis de nueve años regresó con Relatos salvajes (2014). Esa antología de historias atravesadas por estallidos de visceralidad, se convirtió en una bomba en términos de taquilla, cuya popularidad superó los límites de la Argentina y alcanzó una nominación en los Oscar 2014 en la categoría Mejor película extranjera. Juan José Campanella, otro realizador cuyo nombre basta para convocar al público, con el estreno de Metegol (2013) y El cuento de las comadrejas (2019), no pudo replicar el suceso de El secreto de sus ojos (2009).Aún muy próximo para afirmarlo taxativamente, la última década parece un período de transición en términos estilísticos, en el que una generación de directores busca un camino propio acercándose (o alejándose) de las huellas formales de aquello que fue el Nuevo Cine Argentino. Y en este contexto en el que tímidamente surge una renovación, interrumpió de forma violenta El ángel (2018), de Luis Ortega. El largometraje protagonizado por Lorenzo Ferro e inspirada en la historia del asesino serial Robledo Puch, es una explosión de melodías pop, y de un desparpajo fascinante. Ortega logra una obra maestra fiel a su mirada, que funcionó excepcionalmente bien en recaudación (superó el millón de entradas vendidas), y que demuestra que el cine nacional puede volver sobre sus pasos más felices, combinando autores y taquilla más como sinónimos que como antónimos.La cordillera, El cuento de las comadrejas y El ángel están disponibles en Movistar Play. Metegol, Wakolda y El ciudadano ilustre están disponibles en Netflix. Relatos salvajes está disponible en Apple TV. Mi amiga del parque está disponible en Cont.ar. La larga noche de Francisco Sanctis, La luz incidente y Las acacias están disponibles en Cine.Ar. Dos disparos está disponible en Mubi. Zama y Alanis están disponibles en Flow. Carancho está disponible en Amazon Prime Video. El clan está disponible en Google Play.Textos de Marcelo Stiletano, Paula Vázquez Prieto, Diego Batlle, Hernán Ferreirós, María Fernanda Mugica, Martín Fernández Cruz, Guillermo Courau, Alejandro Lingenti y Pablo De Vita

Fuente: La Nación

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(Actualiza con detalles y contexto)Ciudad de méxico, 20 mayo (reuters) – méxico podría
implementar una esperada reforma tributaria el próximo año, en
caso de que sea propuesta en septiembre, cuando inicia el
próximo periodo de sesiones del congreso, dijo el jueves el
secretario de hacienda, arturo herrera.A mediados de marzo, el funcionario dijo a Reuters que el
Gobierno sostenía conversaciones con las autoridades regionales
del país sobre sus necesidades fiscales para ayudar a tomar una
decisión sobre si existen, o no, condiciones para llevar a cabo
cambios tributarios.”Lo que hay que hacer es discutir, las reformas fiscales
tienen muchos elementos, uno puede ser de facilitación de los
impuestos. En todo caso si se planteara una reforma fiscal en
septiembre, es para que entrara en vigor en 2022″, afirmó
Herrera en una entrevista con la cadena Radio Fórmula.El presidente Andrés Manuel López Obrador ha prometido no
aumentar impuestos, ni crear nuevos, durante los primeros tres
años de su gestión, que inició en 2018 y culminará en 2024.Herrera destacó la necesidad de hacer una “reflexión
profunda” sobre si los niveles de ingresos actuales son los que
la nación requiere a mediano plazo.La economía mexicana fue duramente golpeada el año pasado
por los coletazos de la pandemia del COVID-19 y cayó un 8.5% a
tasa anual, aunque el Gobierno prevé un repunte del Producto
Interno Bruto (PIB) de un 5.3% al cierre de 2021.Al ser cuestionado sobre cuándo estima que la actividad
económica recobrará los niveles previos a la epidemia, Herrera
dijo que este año “vamos a recuperar como el 60% de lo que
perdimos”, ante la expectativa de un mejor desempeño del PIB
mientras avanza la vacunación de la población.
(Reporte de Raúl Cortés; escrito por Sharay Angulo; editado por
Noé Torres)

Fuente: La Nación

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La temporada de huracanes del Atlántico será más agitada de lo normal, pero es improbable que alcance la magnitud récord de 2020, informaron meteorólogos el jueves.La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés) pronosticó que la temporada de huracanes, que se extiende de junio a noviembre, tendrá entre 13 y 20 tormentas con nombre. De 6 a 10 de estos meteoros se convertirán en huracanes, y entre 3 y 5 serán de gran intensidad, con vientos superiores a 177 km/h (110 mph), según los pronósticos de la agencia.Desde 1990, una temporada típica cuenta con 14 tormentas con nombre, siete huracanes, y tres ciclones de gran magnitud, cifras que han ido en aumento en décadas recientes. Existe un 60% de probabilidad de que esta temporada sea más agitada de lo normal, y apenas un 10% de que tenga menor actividad de lo habitual, indicó la NOAA.El principal meteorólogo de la agencia, Matthew Rosencrans, dijo que la temporada luce agitada debido a las aguas más cálidas, que promueven la formación de tormentas; la reducción de vientos cruzados, que socavan la fuerza de los meteoros; y que frente a las costas de África se produzcan más condiciones que favorecen la formación de tormentas. Además, este año no hay el fenómeno de El Niño, el calentamiento natural temporal del Pacífico central que apacigua la actividad de huracanes del Atlántico, aseguró.Las aguas del Atlántico están casi 0,38 grados Celsius (0,68 Fahrenheit) más calientes de lo normal, aunque no tan cálidas como en 2020, cuando la temperatura estuvo 0,56 Celsius (1 Fahrenheit) por encima de lo usual, dijo Rosencrans.El año pasado se registraron 30 tormentas con nombre, tantas que los meteorólogos se quedaron sin nombres y comenzaron a asignarles letras del alfabeto griego para su identificación. En 2020 hubo 14 huracanes, siete de ellos de gran magnitud.Este año, los meteorólogos decidieron descartar el alfabeto griego una vez que se agote la lista normal de nombres, y en su lugar crearon un listado especial. Siete de las tormentas del año pasado provocaron daños superiores a los 1.000 millones de dólares.Coincidentemente, se produjo clima tormentoso al noreste de las Bermudas esta semana, y el Centro Nacional de Huracanes cree que hay un 90% de posibilidad de que se convierta en una tormenta con nombre en los próximos cinco días. Se llamaría Ana y es probable que se disipe rápidamente sin amenazar las costas. Aproximadamente en la mitad de los años de la última década hubo tormentas con nombre antes de que comenzara la temporada de huracanes el 1 de junio, comentó Rosencrans.

Fuente: La Nación

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