Antonella tenía 14 años cuando una ginecóloga le dijo que estaba embarazada. “No puede ser, si soy virgen”, respondió en estado de shock. Lo que no pudo contar en ese momento -ni siquiera admitírselo a ella misma- fue que ese embarazo era consecuencia del abuso sexual que sufría desde los 12 por parte de su abuelo paterno. Fueron años de un sufrimiento atroz y silencioso. Nadie supo, pudo o quiso ver lo que pasaba puertas adentro de su casa en la ciudad de San Luis.El abuso sexual de niñas, niños y adolescentes es uno de los delitos más subreportados, silenciados e impunes, y nadie está exento. Las cifras alarman. Desde noviembre de 2016, cuando comenzó a funcionar la Línea Nacional contra el Abuso Sexual Infantil que depende del programa Las Víctimas contra las Violencias, hasta septiembre de este año, se abrieron 4658 casos y hay un promedio de siete llamadas diarias.Las denuncias van en aumento, pero son apenas la punta del iceberg: se estima que de cada 1000 casos de abusos, solo 100 se denuncian y apenas uno se condena.Abuso sexual infantil (María Ayuso/)Los especialistas coinciden en que romper con la cultura del silencio y la impunidad son dos de las claves, subrayando el rol fundamental que tiene la comunidad en aprender a leer las señales de alerta, en entender que el silencio solo beneficia al agresor, que hay que creerle siempre al chico y que denunciar es clave.Además, advierten que los desafíos en el ámbito de la Justicia para empezar a desandar el camino de la impunidad siguen siendo muchos.”Hay una mayor conciencia sobre esta problemática, pero todavía es microscópica en relación con lo que haría falta, que es una conciencia general, permanente y densa”, asegura Eva Giberti, referente en la temática y coordinadora del programa Las Víctimas contra las Violencias.En octubre entró en vigencia la ley 27.455, que modificó el artículo 72 del Código Penal para que el delito de abuso sexual contra menores de edad deje de ser uno de instancia privada y pase a ser considerado de acción pública. Esto implica que ante una denuncia los fiscales deberán iniciar la investigación de oficio, sin necesidad de que la víctima, tutor o guardador la ratifiquen.”Lo que siempre ocurrió es que por lo general los niños que sufrían violencia sexual lo denunciaban de adultos y en el medio pasaba una vida. Eso no puede ocurrir. El Estado debe intervenir cuando ocurre el hecho y ese es un gran cambio de enfoque”, explica Carla Carrizo, diputada nacional y una de las impulsoras de la normativa.Paula Wachter, fundadora de Red por la Infancia, y quien trabajó en el proyecto de ley, agrega: “El viejo paradigma sobre abuso sexual infantil lo circunscribía a un problema privado. Eso favorecía la impunidad porque en el 80% de los casos, el abusador es alguno de los familiares varones de la víctima”. Para ella, lo que hace falta es “un cambio de mirada muy fuerte”, concientizando a jueces y fiscales para que investiguen, y a la ciudadanía para que denuncie.Según las cifras de la Línea Nacional contra el Abuso Sexual Infantil, siete de cada 10 víctimas son niñas y, de ellas, más de la mitad tienen menos de 11 años. Con respecto a los agresores, siete de cada 10 son personas del ámbito familiar de los chicos: en el 54% de los casos, padres o padrastros, pero también tíos, abuelos, hermanos, entre otros.Los especialistas coinciden en que además de que por ley los funcionarios públicos, como los docentes o el personal de la salud, tienen la responsabilidad de comunicar la situación, todas las personas en contacto con niños y adolescentes deben actuar ante una sospecha.¿Qué hacer en esos casos? “Pedir asesoramiento en las líneas de atención, funcionan las 24 horas y son atendidas por trabajadores sociales y psicólogos”, detalla Giberti.Verónica María Etchegoyen, jefa de la División Investigación de Delitos contra la Integridad Sexual de la Policía Científica bonaerense, recomienda acercarse a una comisaría, para que el Ministerio Público Fiscal pueda actuar de oficio.Sebastián Cuattromo, Jazmín y Silvia Piceda, en el living de su casa (Victoria Elizalde/)”Este es un delito que a todos nos parece aberrante y terrible, pero sin embargo muchas veces no se denuncia. Con frecuencia, la gente no se quiere meter y se pierde ese momento de oro que tenemos para intervenir y proteger al niño, como ha pasado en hospitales donde llegan con un sangrado genital y los médicos no lo reportan porque no saben qué hacer”, advierte Etchegoyen.Un camino tortuosoClaudio Guerchicoff tenía entre 9 y 12 años cuando fue víctima de abuso sexual por parte de uno de sus primos. El miedo, la vergüenza, el sentir que era imposible hablar de un tema tabú con unos padres de quienes estaba “emocionalmente muy lejos” hizo que guardara silencio por años. Décadas después, los primeros en saberlo fueron sus hijos.”El gran antídoto para que a los niños no les suceda lo que me pasó a mí es que tengan confianza emocional en las personas que los tienen que guiar: eso es lo que hace que puedan hablar”, afirma Claudio, que hoy tienen 66 e integra el colectivo Adultxs por los Derechos de la Infancia. “Nunca denuncié legalmente a mi abusador, que hoy debe tener más de 70 años, pero estoy pensando seriamente en hacerlo”, cuenta.Aun cuando quien fue víctima logra manifestar lo que le está pasando y encuentra adultos receptivos que le creen (lo que muchas veces no ocurre), el camino de la Justicia suele ser sumamente complejo y tortuoso.Para los referentes, los desafíos en ese ámbito radican, entre otros, en una mayor capacitación para los operadores en cómo tratar con las víctimas; en articular el fuero civil y el penal, y en derribar prejuicios que persisten.”Los intentos de revinculación de las víctimas con sus agresores son una verdadera maldición para los niños. La Justicia, sólidamente atravesada por el patriarcado, insiste porque no puede fallar la figura paterna, pero hay que tener en claro que un padre que abusa no es un padre, y una familia donde persiste la presencia del abusador es una ficción”, enfatiza Giberti.Watcher señala cómo hoy se necesitan en promedio casi siete años para que haya sentencia firme en los casos de abuso sexual, el doble que en cualquier otro delito penal. “El niño queda atrapado en un proceso que, para colmo, no es respetuoso de sus derechos y le causa mayor sufrimiento. ¿Qué pasa cuando esas condenas finalmente llegan? Para nuestro Código Penal, el abuso sexual simple de un menor de 13 años tiene la misma pena que librar un cheque sin fondos: de seis meses a cuatro años”, describe.Por su parte, María Fernanda Rodríguez, subsecretaria de Acceso a la Justicia del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, subraya que “el proceso de judicialización es un paso doloroso para la víctima, que tiene que ser repensado y trabajado”. Y detalla: “Aunque se diga que no deben haber muchas intervenciones, a veces las hay y el relato tiene que repetirse, y lo que siente constantemente la víctima y el adulto protector (que suele ser la madre, tía o abuela) es que lo que está bajo análisis es la verdad de lo que están contando. Aún se mantienen estereotipos como que el niño miente y que la madre es manipuladora”.Malena Derdoy, directora de la Dirección General de Acompañamiento, Orientación y Protección a las Víctimas (Dovic) del Ministerio Público Fiscal, coincide en que el gran desafío es lograr la credibilidad. “No se le cree a los chicos. Son investigaciones supercomplejas que requieren operadores judiciales con una instancia de sensibilidad absoluta, y en segundo lugar, con una formación específica en la materia para entender qué le pasa a la víctima, porque en estos casos, los chicos nunca mienten”, concluye.Antonella: “Es muy difícil hablar, pero no hay que quedarse callado”Cuando tenía cinco años, Antonella se fue a vivir con sus abuelos paternos y, a los 12, su abuelo comenzó a abusar sexualmente de ella. “Había muchas actitudes en él que yo no entendía, como toqueteos no acodes a un abuelo. Esas cosas me daban miedo, le gritaba ‘no hagas eso, no me gusta’, me encerraba en mi cuarto y trataba de estar muy cerca de mi abuela”, recuerda la joven.Hoy tiene 19 años, vive en la ciudad de San Luis y su voz serena llega desde el otro lado del teléfono. “Fue muy difícil hablar. Tenía mucho miedo y me amenazaba todo el tiempo con que iba a matar mi abuela”, cuenta Antonella.Intentó contarle a una compañera del colegio el calvario que vivía, pero no le creyó. El suyo era un infierno silencioso, donde el terror, la violencia y las amenazas marcaban cada hora. A los 14, por los atrasos en su período, su abuela la llevó a la ginecológica y la notica le cayó como un balde de agua helada: estaba embarazada. “No lo podía creer. Yo no entendía, o no quería entender, lo que él me hacía. Le dije a la médica que nunca había estado con ningún chico”, describe, y agrega: “De hecho, no quería que ningún compañerito se me acercara en el colegio, o que ningún hombre me abrace, porque lo rechazaba”.Para encubrir el abuso, su abuelo dijo que Antonella había sido abusada a la salida del colegio, y tras la noticia sus padres se la llevaron a vivir de vuelta con ellos. “Una noche mis hermanos me empezaron a hacer preguntas de qué era lo que había pasado, hasta que exploté y dije ‘hasta acá llegue’. Conté todo. Mi hermana se desmayó, mi hermano tenía ganas de salir a matarlo. Fue un caos. Mi mamá se mantuvo fuerte para contenernos a todos”, relata.Fueron a hacer la denuncia en una comisaría y la psicóloga le planteó tres opciones: “Me dijo que podía interrumpir el embarazo, continuarlo y dar en adopción al bebe, o tenerlo. Pasé por muchas procesos, hasta que me decidí por la adopción e hice todos los trámites”, cuenta.Durante los nueve meses que estuvo embarazada y en los que no se animaba a salir sola ni a la esquina por pánico a encontrárselo, el abuelo de Antonella estuvo en libertad. “Solamente le dijeron que si él se negaba a hacer la muestra de ADN lo iba a meter preso, pero había que esperar que nazca la beba”, relata.Voluntarias de la organización Grávida la acompañaron durante ese tiempo. “Ellas me apoyaron y contuvieron mucho”, asegura Antonella.La denuncia y el proceso judicial, fue para ella una tortura. “Para ellos es fácil escuchar, pero para nosotros es muy difícil, porque te hacen recordar todo lo que queres olvidar: te sentís sucia, asquerosa, muy mal con vos misma”, admite.Ni bien dio a luz a Jazmín, su hija, no quiso verla. “Los médicos y la partera me preguntaban si la quería cargar, pero yo no quería. Mi miedo era: ‘o la amo o la rechazo para siempre’. No quería hacerle daño. Tenía miedo de que su carita me recordara todo lo que pasé”, confiesa. Finalmente, se decidió a conocerla y cuando la puso sobre su pecho supo que no iban a separarse nunca más: “La miré y dije ‘es igualita a mí, no me refleja en nada lo que es él’”, describe con emoción.Su abuelo se suicidó un día antes de que Jazmín cumpliera un mes, cuando ya casi estaban los resultados de las muestras de ADN.Hoy, Antonella vive con su pareja y formó una familia. Hace menos de un mes fue mamá por segunda vez de un varón. Su sueño, es seguir estudiando y ser policía penitencia. “Mi consejo para los chicos que pasan por lo que yo pasé es que hablen. Que si la madre no les cree, que recurran a algún otro familiar, que se presenten a un policía o alguien. No hay que callarse: hay que denunciar”, concluye.Silvia y Jazmín: “Tuvimos que huir de nuestra casa””Fui abusada en la infancia por dos personas del círculo de mi padre: un primo y un compañero de trabajo”, cuenta la médica Silvia Piceda, en la casa que comparte con su familia en Caballito.Recuerda el impacto que le provocó el momento en que se lo contó a sus padres. “No vi que ni mi mamá ni mi papá hicieran nada que a mí me mostrara que fueran a defenderme. Ni mi papá salió a buscar a uno de esos tipos para golpearlo o para enojarse, ni nunca más se volvió a hablar del tema”, sostiene.En 2009, cuando pensaba que ese episodio había quedado atrás, otro terremoto volvió a sacudir su vida. Romina, la hijastra del exmarido de Silvia y padre de su hija, Jazmín, la busco para contarle que había sido abusada por él cuando tenía entre 9 y 11 años. “Me dijo: ‘Te vengo a avisar a vos porque tu hija tiene en este momento la edad que yo tenía cuando él abusó de mí, para que no le pase lo mismo’”, explica Silvia. “Eso me significó una crisis terrible. Es un dolor intransferible asumir que te enamoraste, te casaste y tuviste hijos con una persona que agrede sexualmente a niños. En ese momento, tuve que salir además a asumir mi propia infancia”.Silvia y el padre de Jazmín estaban separados desde hacía años, y la mujer fue desesperada al juzgado de familia a contar lo que se había enterado: “No solo supe eso, sino que también el padre biológico de mi exmarido había abusado de múltiples niñas, incluidas tres de sus nietas, las primas de mi hija. Esto significa que en esa casa circulaba el abuso sexual de niñas desde hace décadas”, asegura Silvia. “Todo eso en el juzgado no fue tenido en cuenta y en 2010 tuvimos que irnos de nuestra casa, huyendo de una decisión judicial que me decía que tenía que vincular a mi hija con ese hombre que había abusado de Romina, su hijastra”.Para Jazmín, que hoy tiene 19 años, ir a declarar a los juzgados fue muy traumático. “Todavía no procesaba que el que yo pensaba que era mi papá y que me amaba, en verdad era todo mentira. En el juzgado, me hacían preguntas tramposas, como queriendo que hable mal de mi mamá”, describe. “Hoy siento que contar mi experiencia puede servir para que otros chicos que pasaron por lo misma situación que yo puedan contar también lo que les pasó”.En 2012, Silvia conoció a Sebastián Cuattromo, quien tras una larga lucha logró llevar a juicio oral a un docente y religioso del colegio Marianista de Caballito, quien había abusado de él cuando tenía 13 años. Se enamoraron y juntos fundaron Adultxs por los derechos de la infancia. Con Jazmín, los tres son una familia.Las claves para detectarlo y poder actuar”Todos tenemos que estar atentos y como adultos convertirnos en agentes de detección y prevención del abuso sexual en la infancia. No nos estamos ocupando lo suficiente de un tema que afecta al 20% de la población”, subraya Paula Wachter, fundadora de Red por la Infancia.Según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco chicas y uno de cada 13 varones son abusados sexualmente antes de los 18 años.Para los especialistas, prestar atención a las señales de alerta es clave. Además, subrayan que la educación sexual integral (ESI) cumple un rol fundamental para prevenir y dándoles herramientas a los chicos para que puedan contar lo que les pasa.En esa línea, la semana pasada se presentó una guía para el abordaje de los abusos sexuales hacia menores, en el marco del Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia que llevan adelante los ministerios de Salud y Desarrollo Social, de Educación y Justicia y la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia.Algunas de las señales”Los cambios de conducta de los niños que están siendo abusados son ‘patognomónicos’, es decir, dirigen inmediatamente la atención hacia el alerta”, explica Eva Giberti, psicoanalista con más de 50 años de experiencia en la temática.Entre los indicios enumera: chicos que siempre se dejaban bañar y de pronto se niegan, no se quieren desvestir o que les toquen el cuerpo; sobreadaptación; aislamiento o ensimismamiento; conductas sexuales infrecuentes o precoces; conflicto o desconfianza con las figuras de autoridad o los adultos; pesadillas y miedos que antes no tenían; irritación en las partes externas de los genitales o en la zona perianal; regresiones en cuanto a hábitos ya adquiridos, como el control de esfínteres; entre otros.”Además, hay que mantenerse alerta cuando un niño, por ejemplo, no quiere estar con una persona y dice ‘me molesta’. El chico no sabe decir ‘me abusa’ y aquel es el sinónimo que encuentra para expresar que le hacen algo que no le gusta”, señala Giberti.Cristina Bösenberg, coordinadora de la Comisión de Violencia y Abuso sexual Infantil del Colegio de Psicólogos de San Isidro, agrega: “Los chicos siempre intentan buscar ayuda, pero esto va a depender de si encuentran del otro lado cierta receptividad para lo que intentan develar y un contexto de seguridad. Según la psiquiatra Irene Intebi, solamente a un 20% de los chicos que empiezan a hablar del tema o intentan develarlo, se les cree”.Bösenberg explica que no hay un “perfil” del abusador. Puede ser cualquiera. “En cuanto a sus características psíquicas, se considera que se establece una división entre dos partes que no entran en contradicción. Desde una de ellas, puede concebir al niño o niña como una cosa, que no siente y sufre, por lo que no tiene culpa o compasión y por ende no se angustia y no inhibe o frena su acto”, detalla. Y agrega: “Esta doble fachada de los abusadores las describen significativamente algunos niños: por ejemplo, hay chicos que dicen tener dos papás, el bueno y el mal; otros, utilizan la figura de los transformers para dar cuenta de esa realidad”.Lo que siempre le dicen los abusadores a sus víctimas es ‘este es un secreto entre vos y yo’. “Ése es un fenómeno que se replica en todo occidente. Hay amenazas, pero sobre todo políticas de enorme seducción”, advierte Giberti.La especialista, agrega: “La ESI tiene un rol fundamental. Cualquiera sea su edad, hay que explicarles a los chicos ‘tu cuerpo es tuyo, no tenes que dejar que te toquen el pito o la vulva’, es fundamental hablar un lenguaje correcto”.Para ella, los docentes son de gran ayuda: “En general, son aquellas personas con las que los chicos se confidencian en primera instancia: eso lo vemos muy a menudo”.
Fuente: La Nación