En una época de grosería global casi perfecta, es bueno celebrar la exquisita edición del libro Tendres Stocks (Brotes tiernos), de Paul Morand (1888-1976), publicado por Leteo y traducido por Christian Kupchik. Es la primera obra de ficción del escritor francés y contiene tres nouvelles independientes que cuentan, por momentos, con tristeza y cinismo, la historia en Londres, durante la Primera Guerra, de sendas mujeres extranjeras que dan títulos a los relatos: “Clarisse”; “Delphine” y “Aurore”.Morand (1888-1976) es hoy un escritor casi olvidado por razones políticas más que literarias. Fue diplomático, colaboracionista, se negó a formar parte del grupo liderado por De Gaulle en Londres y, en cambio, se puso a las órdenes del gobierno de Vichy; además, era antisemita. Quizá el aspecto estrictamente literario que conspire contra su lectura sea el esteticismo que se le atribuye, aunque no haya nada de “relamido” en su estilo. Todo lo contrario. A pesar de su racismo, adoptó en su prosa el ritmo del jazz, que él amaba y que, en París, escuchaba en Le Boeuf sur le Toit, el cabaret donde se congregaban la alta sociedad, la alta cultura, la alta prostitución bisexual y la vanguardia más talentosa del siglo XX en feliz camaradería, que incluía endogamia, consumo de alcohol, drogas y esprit.Eso sí, Morand, en su apogeo, era el arquetipo del esnob de entreguerras. Llenaba todos los casilleros, más aún, los inventaba. Conocía a todo el mundo, se casó con una mujer rica y bella, que no se había despojado del título de princesa tras el divorcio de su primer marido, el príncipe rumano Dimitri Soutzo. Era un gran viajero, que supo describir y narrar como pocos lo que había visto en Nueva York, París, Londres, Venecia y Asia.La edición local de Tendres Stocks contiene, además, el prólogo de Marcel Proust para la primera edición francesa (1921), reproducido en Leteo como “Posfacio”, porque Proust, según Kupchik, no sólo comenta poco de los relatos, sino que se ocupa de otros temas. Más aún, cuando se centra en las nouvelles, plantea reparos.Esa extraña conducta hacia un amigo era una venganza proustiana. Morand le había dedicado a su ídolo literario un bello poema, “Oda a Marcel Proust”, donde hay unos versos indiscretos que no le cayeron nada bien al gran maestro. De hecho, éste le “agradeció” al poeta con una carta muy dura. Lo siguió frecuentando porque no tenía interlocutores tan jóvenes y afines de la calidad de Morand y su esposa, la princesa Hélène.Los versos: “Proust, ¿de qué fiestas nocturnas vuelve / con los ojos tan fatigados y tan lúcidos? / ¿Qué terrores –a nosotros vedados– ha conocido / para regresar tan indulgente y tan bueno? / ¿Y sabiendo la tortura de las almas / y lo que ocurre en las casas / y que el amor duele tanto?” En esa época, casi nadie sabía que Proust visitaba una sauna, sostenida en parte por él mismo, donde el encargado le permitía espiar escenas sadomasoquistas. Allí se torturaba el cuerpo y el alma.Las imágenes que, en la versión de Leteo, acompañan cada una de las nouvelles fueron tomadas de la edición de Tendres Stocks, de 1924 (Émile-Paul); las ilustraciones son de Chas Laborde (Buenos Aires, 1886 – París, 1941). Hay también dos dibujos en tinta negra de mano de Morand.Un detalle de complicidad con el lector. En la última página, allí donde se consigna el taller gráfico, se aclara que el libro fue impreso a cien años exactos del nacimiento del perfume Chanel número 5.“Coco” y Paul eran amigos. Ella había sido examante de un nazi. Él, pétainista. Los dos se refugiaron en Suiza. Esperaron. Volvieron. Ella, al sitial de la gran couturière. Él, tras dos intentos fallidos, ocupó un sillón en la Académie Française.
Fuente: La Nación