Hubo un tiempo no muy lejano en el que los caudillos políticos pesaban su poder en kilos de votos cautivos. Según la cantidad de electores que sumaban en los comicios, eran más o menos tenidos en cuenta por sus jefes a la hora de asignar los negocios de la política. Eran, además, los garantes de la supervivencia partidaria, porque administraban urnas y afiliados con total naturalidad. Así fue elección tras elección, durante décadas. Hasta que algo empezó a cambiar. A juzgar por la derrota del Frente de Todos en las PASO, tener la manija de la ayuda social y la máquina de imprimir billetes trabajando a destajo ya no es sinónimo de triunfo electoral asegurado.¿Acaso está en retirada ese tiempo marcado por una relación clientelista entre dirigentes y electores condicionados e incondicionales? ¿Hay una incipiente emancipación de los votantes más pobres que reciben la ayuda estatal, y hasta prometen fidelidad si es necesario, pero que hacen lo que quieren en el cuarto oscuro e incluso se animan a pegar el faltazo en señal de protesta? ¿Hasta qué punto pierde fuerza este recurso, cultivado sobre todo por el peronismo?“El tema del voto cautivo se presta a la mitología. Hay un estereotipo de un señor que va con una valija llena de dinero y reparte plata a cambio de votos. Ese mito ya no existe, como el barón del conurbano, que tampoco existe –dice el historiador Jorge Ossona–. Para ser precisos, es un fenómeno que no sucede en forma masiva y por lo tanto no tiene tanta incidencia en el resultado de una elección. Hay formas de movilizar grupos que pueden incidir en un 2 o 3%, lo que puede ser significativo en una situación de paridad. Pero no más. No se puede pensar que masivamente la pobreza de un suburbio de Buenos Aires puede ser movilizada para que vote en un determinado sentido”. Ossona, investigador y docente, es autor de Punteros, malandras y porongas, entre otros libros que sondean la dinámica social y política del conurbano bonaerense.La experiencia tucumana de las últimas elecciones vale de ejemplo. Un grupo de punteros del PJ que respondían al vicegobernador Osvaldo Jaldo se manifestó clamando que habían sido timados en su buena fe y que estaban en deuda con aquellos a los que llevaron a votar a cambio de mil pesos. No les habían pagado por trasladarlos ni les habían dado la plata que debían entregarles a cambio de la constancia de votación. “No podemos volver al barrio”, se quejaban. La plata, finalmente, llegó. Ahora, con el pase de Juan Manzur al gabinete nacional, Jaldo llega a la cabeza de la gobernación.Un vínculo dañadoLo cierto es que el vínculo entre los representantes y sus representados ya no es el mismo. La devaluación, que genera más y más pobres, y la pérdida de territorialidad en el trabajo político han dejado huella. El Estado perdió eficacia a la hora de responder a las urgencias de los más pobres, que no llegan ni a estar registrados como tales a los fines de recibir la ayuda social. Esta distancia, sumada a las crisis cada vez más recurrentes, ha generado un sordo malestar en los barrios y ha dinamitado la vieja incondicionalidad.En la situación actual, para Ossona pesan “el sufrimiento, la humillación, el uso espurio de los planes sociales, el no pago por razones administrativas por dos o tres meses, subsidios miserables que te obligan a hacer una changa que no alcanza para subsistir, el tener que ir a un comedor a pesar de recibir ayuda. Todo esto puede plasmarse en un voto que primero te dice que sí, que va a estar, y finalmente en el cuarto oscuro termina siendo diferente. Porque nada está dicho”.A Lucas Romero, director de Synopsis, no le gusta hablar de voto cautivo sino más bien de “voto que responde a una identidad”. Plantea que no hay que “sociologizar” el voto. “Solemos pensar que hay un voto peronista y que hay un voto radical. Pero, más allá de los dos sectores de un electorado marcado por la grieta (kirchneristas y anti), no hay mucho más. Cuando vos le preguntás a la gente cuál es su identidad política, te encontrás con un 40% que dice que es independiente. El resto se reparte en distintas opciones de derecha o de izquierda. Pero no hay identidades. Estamos viviendo la fase final del debilitamiento de las identidades partidarias del siglo XX”.No todo el malestar se expresa en el cuarto oscuro. También puede manifestarse en el ausentismo el día de la votación. En las últimas PASO hubo dos millones y medio de personas que no se acercaron a emitir su voto. Algunos quizá por desinterés o por considerar que se trataba de unas internas entre los políticos. Pero posiblemente otros no fueron por enojo, por creer que esa era la única forma que tenían de expresarlo.“El aparato electoral del peronismo es anacrónico, quedó viejo ante la dinámica social. Y no detecta nuevos pobres –dice el periodista y analista político Daniel Bilotta–. De hecho, hubo dificultades para pagar el IFE porque no estaban registrados. Habían frenado el trabajo de empadronamiento que en la provincia de Buenos Aires venía haciendo María Eugenia Vidal con el programa El Estado en tu barrio. Por esta razón, el peronismo no solo no está pudiendo sistematizar nuevos problemas sino que tampoco está detectando a los nuevos pobres. Tal es así que es posible que les hayan dado más plata y alimentos a los que están enojados, y no a los nuevos pobres que no llegaron ni a registrar, por lo que se sintieron más abandonados aún”.¿Se trata de una reacción coyuntural? ¿De época? ¿O responde a un cambio de modelo, a una nueva relación de los pobres con la política?Un tema a tener en cuenta, dice el consultor Carlos Fara, es cuál es el piso de votos del oficialismo. “En las PASO lo que hemos visto es cuál es el piso real del peronismo en esta fase kirchnerista. En una situación extrema, está más cerca del 30% que sacó Néstor Kirchner en 2009 que del 37% de Cristina Kirchner en 2017?.El interrogante, señala Fara, es si lo que está sucediendo es el inicio de un desgaste de la adhesión cultural al peronismo. “Ahora empieza a depender más de lo que haga o movilice, de que seduzca o entusiasme. Ya no se trata solo de un problema logístico de cómo llevar a la gente a votar”. Es un proceso de “desregulación del electorado” que ya había vivido el radicalismo. A su entender, tarde o temprano le iba a tocar al peronismo. A la luz de lo ocurrido el domingo 12 de septiembre, ese momento podría haber llegado.Un largo procesoComo todo cambio social, lo que estamos viviendo es parte de un proceso más largo en el tiempo. “Las dos crisis importantes que tuvimos, la del 89 y la de 2001 –precisa Fara–, produjeron cierta desestructuración de voto cautivo de las distintas fuerzas. El 2001 le hizo un daño importante al radicalismo en ese sentido. El incremento de la pobreza y cierta redistribución de la estructura ocupacional claramente provocaron un quiebre de identidades. Esta es otra instancia, un tercer hito desde el regreso de la democracia, y en muchas cosas hay que barajar y dar de vuelta. La Argentina lleva tres años de crisis permanente y esto termina debilitando identidades políticas preexistentes”.Romero previene: “No me animo a afirmar que en algún momento la relación planes-votos haya sido lineal. Lo que hay es un voto de sentido peronista de los segmentos medios, medios bajos, que hoy se sigue verificando pero en menor medida. Lo llamativo de estos resultados fueron los niveles de ausentismo en zonas de bajos ingresos. Los municipios del GBA donde menos participación hubo son Florencio Varela, Moreno y José C. Paz, tres distritos donde habitualmente hay un voto mayoritario para el Frente de Todos”.Según el director de Synopsis, “hay una desvinculación entre el asistencialismo y el voto, y puede ser que se haya vuelto más clara. Lo que sí es cierto es la relación entre dependencia del empleo público y voto. En aquellos lugares donde el empleo público es más significativo, más importante, la tendencia hacia el oficialismo local sigue vigente. Ahí hay una necesidad de revalidar con el voto la continuidad o estabilidad laboral. Pero un plan social no te garantiza que tenés ese voto cautivo”.Jorge Giacobbe, director de Giacobbe & Asociados, coincide en que el plan social le garantiza menos efectividad electoral al oficialismo que en el pasado. “Hay mucha fantasía en el sistema político de que esto es una relación estímulo-respuesta. Ahora, si te ponés a contar la cantidad de planes sociales que hay en la Argentina, sumada a la cantidad de empleos públicos, te vas a dar cuenta de que son más que la cantidad de votos que saca el oficialismo”.Giacobbe ejemplifica con un caso concreto. “En municipios como Moreno, en el oeste bonaerense, dos elecciones antes de que Mariano West perdiera la votación, ya venía sacando menos votos que la cantidad de planes sociales que manejaba. Esa mecánica ya no funciona. Es cierto que cuando aparecieron los planes sociales los analistas y encuestadores hacíamos la siguiente cuenta: un plan social, cuatro votos. Después pasamos a calcular un plan, un voto. Y hoy tenemos que contar menos de un voto por plan social. Eso me lleva a pensar que cuando no hay nada bueno para votar y no hay un enojo tremendo, la gente quizá vota al que le da algo. Pero cuando el enojo es muy grande, la gente se sale de ese lugar y opera con libertad”.Mucha broncaMayra Arena, dirigente social peronista reconocida públicamente a partir de una charla TED titulada “Qué tienen los pobres en la cabeza”, aportó una mirada complementaria. En un artículo reciente publicado en Infobae describió: “La crisis de representación que existe en los barrios despertó la ira de muchos compañeros que tratan de ingratos a los que menos tienen. Esta irracionalidad de creer que los pobres te deben algo, ya sea simpatía política, el voto o lo que fuera, ha mostrado las hilachas de quienes creen que el pobre es solo un estómago o solo un bolsillo: no conciben que un pobre no los banque ideológicamente”.Ella también introduce la educación, o su falta, como factor determinante en el resultado electoral de las últimas PASO. “Hace diez días –cuenta–, hablé con un amigo al que le dije que íbamos a perder en barrios pobres, que la gente estaba enojada porque no hubo clases y ahora los hijos no quieren volver. Por suerte, no me corrió con que clases siempre hubo. ¿Para quién? Para los que pudieron adaptarse al cambio, para los que tenían más de un celular por familia, para los que tienen wifi”.La pandemia parece haber acelerado el ritmo de cambios políticos que venían desarrollándose. Por ahora, la experiencia electoral de este 2021 está demostrando que el plan social dejó de funcionar como una herramienta electoral lineal, a diferencia del empleo público, que sigue demostrándose efectivo, sobre todo en las provincias del norte argentino, como Formosa o San Luis.Los políticos deberán anotar que hoy el plan social no es condición suficiente. Cuando hay otros factores que alteran el sentido del voto, pierde eficacia electoral para los oficialismos. Son un reaseguro de calma social más que de fidelidad política, sobre todo en territorio bonaerense.Crisis económicas recurrentes, inflación, desempleo. Lo vivido por los argentinos en los últimos quince años no hizo más que desgastar ese vinculo histórico que unió por décadas al peronismo con sus bases más postergadas, incluido el recurso mecánico del clientelismo. La moneda está en el aire.
Fuente: La Nación