La traducción admirable de la Teoría pura del derecho, de Hans Kelsen, bastaría para asegurar un lugar destacado a Roberto Vernengo entre los juristas argentinos de su generación.Hizo mucho más que eso, desde luego, en el campo de la filosofía del derecho y, en particular, de la filosofía analítica, el maestro y pensador positivista que falleció en Buenos Aires, a los 94 años. El núcleo de su actuación en la Facultad de Derecho de la UBA se había configurado después de 1955, con el recambio de autoridades tras la revolución que derrocó a Juan Perón. Fue bajo el liderazgo intelectual y organizador del profesor Ambrosio Gioja.Pudo hablarse así por muchos años de que había en esa facultad una escuela orgánica de filosofía del derecho, con profesores que no solo transmitían conocimientos, sino que procuraban además continuarlos a través de la pléyade de discípulos que se empeñaron en formar. Estaba Vernengo, y junto a él, figuras del predicamento intelectual de Carlos Alchouron, Eugenio Buligyn y Jorge Bacqué. Con la expulsión, en 1955, de Carlos Cossio se quebrantaría otra línea de pensamiento, asentada en la fenomenología existencial y la teoría egológica del derecho. Lo que no hubo fue ruptura en el sentido ordinario de las disidencias cuando se las lleva a la negación personal: quienes sucedieron a Cossio y sostuvieron ideas que le eran ajenas nunca descalificaron los méritos genuinos de un catedrático cuyo prestigio trascendió las fronteras nacionales.El ejercicio de la profesión fue para Vernengo de un carácter casi experimental. Integró, apenas poco después de recibido, el estudio Landaburu, Carrió, Vernengo. Viajó a Europa en esos primeros años de la década del 50 y obtuvo una licenciatura en Ginebra, en la Escuela de Altos Estudios Superiores, en tiempos en que desempeñaba funciones en la Organización Internacional del Trabajo.Al volver al país, en 1959, ingresó como abogado en la Procuración General del Tesoro. Arturo Frondizi había llegado al gobierno un año antes y los proyectos del nuevo presidente entusiasmaban a algunos de sus amigos más cercanos, como Pedro Aberastury, Genaro Carrió y Jorge Bacqué. Vernengo se afilió a la UCRI y se aproximó a la usina generadora de ideas gubernamentales que respondía a Rogelio Frigerio e integraba otro colega de su relación, Oscar Camilión. Compartían un espíritu férreo de certezas poco frecuente en la política, más trabajada en general por dudas y vacilaciones.Estuvo en la Procuración hasta poco después del golpe militar que derrocó a Isabel Perón. Confidencias provenientes de la Armada le hicieron saber que podía correr serio peligro si caía en manos de algún “grupo de tareas”. Lo tachaban de marxista, algo cuestionable tanto por razones ideológicas conocidas como por hechos igualmente comprobables: había sido secretario de Cultura de la ciudad en la intendencia del general Manuel Iricibar, durante la presidencia de Onganía.Emigró a México y allí fue catedrático en la UNAM y en la UAM, entre 1977 y 1982. Al volver, se encontró con hombres afines a sus reflexiones, como Carlos Nino, que tendrían gravitación intelectual en el espacio que se ensanchaba alrededor de la figura de Raúl Alfonsín. En 1985 fue designado investigador principal de Conicet.Vernengo ahincó en el estudio del lenguaje formal en el derecho y observó que podría contener la realidad si se llegaba a aceptarlo en el análisis económico del derecho en términos que nos han sido negados hasta aquí.Escribió ocho libros –desde El relativismo cultural desde la moral y el derecho a La interpretación literal de la ley y Curso de Teoría General del Derecho– y más de un largo centenar de artículos especializados. Estaba casado con María Amelia Bascary, con quien tuvo seis hijos; entre ellos, Javier Vernengo, quien integró nuestra Redacción por largos años.Había nacido en Buenos Aires el 5 de diciembre de 1926.

Fuente: La Nación

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