La casa está en desorden. El regimiento está desmadrado. Hay dos generales obstinados. Lo sabíamos, siempre lo supimos. Desde el día en que una vicepresidenta nos anunció que había elegido a su compañero de fórmula. Este engendro nació desordenado y estaba condenado a desordenarse aún más.La derrota fue el dinamizador de este daiquiri explosivo. Adentro de la licuadora, dos egos y millones de seres humanos exhaustos que ven cómo dos personas se pegan cachetazos mientras la hambruna azota a la población y las vacunas aún tardan en llegar. Sobre los escombros de una Argentina que fue y ya no es, dos personas que hace tres años se odiaban hoy se siguen odiando.En verdad, era la falsa tregua entre ellos la que era la noticia y no está convulsión interna. El descalabro era vaticinado por todos aquellos que no quisimos comprar aquella versión acústica de Alberto y Cristina masterizados en la azucarada coctelera.La acidez de este trago ha cansado a todos, hasta a los más pobres que no quisieron votarlos. Cristina, la doncella mitológica que se queda con el canto y nos deja el silencio, no puede creer semejante desamor por parte de las clases bajas y los desclasados.¿Cómo, en su pequeña libertad, los pobres osaron desconocer la magnanimidad de los bolsones? ¿Cómo no vieron la significativa bondad de los planes? ¿Cómo no se sintieron profundamente abrazados con las migajas estatales?Ella les dio todo a los descamisados del conurbano. ¿Y así le pagan? Desagradecidos. ¿No se acuerdan aún de lo bien que estaban en 2007 con Néstor? Sólo han pasado 14 años.Lo cierto es que la ecuación no ha cerrado y por eso todo este descalabro. Los egos se derriten cuando el calor del sol y de los votos los achicharran.Los seres humanos somos complejos, muchas veces esquivamos la verdad, preferimos habitar cavernas con sombras fantasmagóricas, antes que reconocer los trazos de la realidad que habla. ¡Y vaya si habla!Las derrotas son las mejores formas de tomar conciencia. No bastaban las marchas de las piedras, los padres organizados, los jubilados desesperados, las vacunas VIP, las fiestas en Olivos. No.Ellos no hablan ese lenguaje de la ética que a usted y a mí nos convoca. Ellos sólo escuchan eso que ponemos en las urnas: nuestros votos. Y los escuchan sólo porque eso les da mayor o menor poder, no porque les agrade oír lo que decimos. En el medio, entre votación y votación, se vuelven hipoacúsicos funcionales: eligen no oírnos.Eligieron no oír que las escuelas cerradas destruían la vida de niños y adolescentes, eligieron no oír que el cierre de la economía trituraba a los sectores más postergados y que a quienes estaban en la hoja los empezaba a llevar a los márgenes. Eligieron no oír que robar vacunas era gatillar sobre otros cuerpos, eligieron no oír que se les iba la mano encerrando y haciéndose los machitos con la ciudadanía.Eligieron… eligieron decirnos idiotas y mandarnos a leer la Constitución. Como si de un mandamiento pagano se tratara, eligieron menospreciarnos por sobre todas las cosas.La grieta los agrietó a ellos. La Reina y su alfil ahora retobado, juegan en este ajedrez con sus peones: los mandan a decir, a callar, a poner a disposición renuncias. Voceros de un mismo lado de la subgrieta generada dicen cosas contradictorias. Los noticieros estos días parecen un programa de chimentos.Peleas palaciegas de una baratez nauseabunda. Ambos se apellidan Fernández pero son Nerones jugando con fuego mientras nuestra aldea ya está incendiada, miles de jóvenes se fueron a vivir a otros poblados y los ancianos no tienen pan para sobrevivir. La escasez lo domina todo, el agotamiento nos deja sedientos. El polvo que trae el viento se ha impregnado en nuestros rostros. “No doy más”, se escucha a lo lejos en estéreo como un eco nacional.Nuestras tiendas de campaña humean mientras los señores feudales juegan al pan y queso tirándose catapultas de escoria.Es loco, porque los pobladores de estas chozas, cansados de sentirse menospreciados, categóricos, como nunca antes, les dijeron basta.Pero la respuesta de ellos, en vez de escuchar ese basta, fue seguir entretenidos disputando para ver quien tiene el fuego más grande.Como si estuviéramos en el medioevo pero en tiempos de whatsapp, los párvulos se envían misivas literarias en vez de juntarse a dialogar. Los infantes que peinan canas se lanzan cartitas, avioncitos narcisistas que van desde el aula del Congreso a la de la Casa de Gobierno. Un espectáculo vergonzoso.Pero es, sobre todo y ante todo, triste. Argentina es un país distinto al que conocimos. Casi la mitad de nuestra gente es pobre. La mitad de los niños de la provincia de Buenos Aires es pobre y tiene una escuela pobre que estuvo cerrada. La calidad de los alimentos que han recibido durante los años más importantes para el desarrollo de sus cerebros sólo se ha deteriorado. El nivel de analfabetismo funcional sólo ha aumentado.Muchos jóvenes no volverán a la escuela nunca. El narcotráfico lo sabe y ahí tiene posibles clientes y vendedores. Esto es un páramo. Los vestidos de la Señora República Argentina están rasgados, sucios y harapientos. El paisaje yermo aprieta el corazón turbado.Estamos hambrientos, aislados, parados arriba de un basural y mientras tanto, nuestros líderes discuten férreos acerca de cuál de los dos es más bello.Ven pero no entienden. El fruto se ha caído por su peso. Escuchan pero no oyen el estruendo de aquel impacto.No sé si usted lo sabe, pero hay un gran secreto. Cuando colocamos los sobres adentro de aquellos sagrarios que llamamos urnas, los sobres llenos de libertad hacen un pequeño estruendo. Imagine ese impacto multiplicado por millones.Pum, pum, pum… el domingo era posible escuchar los sobres cayendo sobre el tejido social decrépito, sobre el agotamiento de madres viendo el deterioro de sus hijos, sobre pymes en quiebra, sobre nuestros familiares muertos.Los votos parecen inofensivos, pero han impactado el tejido de ese silencio, erosionando la desidia sostenida, la charlatanería de desconocer el sufrimiento.Por eso se pelean, por eso tanto alboroto. Por eso tanto desasosiego. Están confundidos, perdidos, heridos… son muchas, son demasiadas libertades juntas las que cayeron.El encierro prolongado opera de diversos modos en el psiquismo humano. O uno se vuelve miedoso y sumiso, o se torna más libre y audaz. Quizás, algo aprendimos encerrados.Cuando tuvimos la posibilidad de expresar nuestras libertades, hicimos que escucharan nuestro canto.Filósofo, PhD, Coach Ejecutivo y especialista en Storytelling. Columna realizada en el segmento “El Salvavidas” del programa Confesiones de Cristina Pérez por Radio Mitre.
Fuente: La Nación