Aturdida por el voto popular que desnudó los límites de su poder, Cristina Kirchner cometió un acto de autodestrucción política bajo el imperio de una emoción violenta. La idea de plantearle un ultimátum público y desproporcionado a Alberto Fernández para que se sometiera a su voluntad es dinamita pura en los cimientos del Frente de Todos. Una jugada desprovista de racionalidad política, que hace inverosímil un repunte electoral en noviembre, limita el margen de maniobra del Gobierno en medio de la crisis económica y siembra dudas sobre la gobernabilidad hasta el 2023.En las trincheras del albertismo retumba la palabra “traición”. Wado de Pedro desató una cascada de renuncias que llegaron a los medios de comunicación antes que al despacho presidencial. En el manual del kirchnerismo eso constituye una declaración de guerra: así se lo habían hecho saber a Martín Guzmán en mayo, cuando quiso echar a través del periodismo al subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo. El estupor es indisimulable en la Casa Rosada en estas horas de indefinición y versiones cruzadas. Sus habitantes le gritaban “destituyente” a Mauricio Macri porque dijo sin mucho cuidado aquello de “o cambian o se van a tener que ir”. Los hechos propios ridiculizan las palabras ajenas.El durísimo audio de Fernanda Vallejos sobre Alberto Fernández: le dijo “enfermo”, “mequetrefe” y “atrincherado”Cristina habló con Fernández el martes, en una reunión hermética en Olivos, sobre una reformulación urgente del gabinete y de la política de Guzmán, a la que atribuye la magnitud del castigo electoral. A la discusión en privado le siguieron las presiones públicas. El Gobierno se desayunó el miércoles con las renuncias en bloque del gabinete de Santa Cruz y de Buenos Aires, los dos territorios donde Cristina ejerce sin limitaciones su voluntad (en la Provincia finalmente Axel Kicillof no le aceptó a nadie la dimisión). Al mediodía, Fernández reivindicó a Guzmán en un acto en la Casa Rosada y le cedió la palabra para que diera un discurso amablemente desafiante, en el que dijo que todas las medidas que tomó contaban con el respaldo de Cristina, Kicillof, Máximo y Sergio Massa.Martín Guzmán y el presidente Alberto Fernández: el acto que antecedió a la tormenta (Ignacio Sánchez/)De Pedro disparó la primera renuncia apenas después. El sacudón puso a Fernández ante una encrucijada apremiante. Se rinde y entrega los últimos jirones de su autoridad presidencial o se sumerge a la dimensión desconocida de gobernar sin el kirchnerismo, en un estado de minoría angustiante. Decidió parar el reloj. En parte es su costumbre patear los conflictos para adelante. Pero en este caso -casualidad o estrategia- el tiempo podía jugarle un poco a su favor: el Frente de Todos es una familia mal ensamblada en la que la amenaza de ruptura toca los intereses de muchos actores relevantes. Más que nunca cuando hay elecciones legislativas en el horizonte cercano. Con el correr de las horas empezaron a llegar apoyos de gobernadores, diputados, intendentes y sindicalistas. La sangría de renuncias se detuvo, en un impasse dramático. ¿Cuánto más podrá demorar una definición?, es la incógnita en los sectores de poder.En vivo: las últimas novedades sobre la crisis políticaCristina Kirchner nunca imaginó que justo ahora su criatura presidencial fuera a empacarse. En su entorno, consideran que Fernández debe “allanarse”. Lo culpan de llenar el gabinete de amigos sin capacidad de conducción política (apuntan sobre todo pero no únicamente a Santiago Cafiero) y de validar el ajuste del gasto que promovió Guzmán en su camino por pactar con el FMI. El impactante audio de la diputada Fernanda Vallejos, en el que trata al Presidente de “enfermo”, “mequetrefe” y “okupa”, retrata la virulencia que condimenta el desacuerdo.La presión kirchnerista para hacer cambios urgentes respondía al miedo a que en noviembre fuera demasiado tarde para torcer el rumbo. Vislumbraban dos caminos contradictorios, igual de preocupantes:Que sin una reacción clara el resultado de las legislativas fuera otra paliza que dejara al Gobierno en minoría en las dos cámaras, maniatado y con el “boleto picado” de cara a 2023.Que con algunos ajustes en la campaña, ciertas medidas de estímulo y un mayor compromiso militante de la dirigencia peronista el Frente de Todos pudiera mejorar algo sus números y que eso pudiera ser interpretado por Fernández como una validación de su equipo y sus políticas. Es decir, que todo siguiera más o menos igual, en vuelo crucero hacia un fracaso dentro de dos años.La lógica fue atacar en caliente para forzar los cambios ahora. No meditaron lo suficiente las consecuencias de arrojar semejante misil. El silencio presidencial, las reacciones peronistas y la perplejidad de la opinión pública descolocaron a los promotores de la ofensiva. Fue llamativo el interés de la propia vicepresidenta por difundir a través de su vocero que había llamado a Guzmán para decirle que no pedía su cabeza. Ahora empiezan a ensayar un giro discursivo: no se buscó golpear al Presidente con las renuncias, sino “liberarlo para que actúe sin presión”.Los caminos posiblesEmisarios de distintos sectores intentan una mediación entre Alberto y Cristina, de momento trabada por el orgullo. “La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”, tuiteó al mediodía el Presidente. Como quien dice “mando yo”. Edulcoró el mensaje al enfatizar su vocación de mantener unida la coalición.Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el escenario de la derrota electoral (Franco Fafasuli / POOL Argra/)La opción de que todo vuelva a fojas cero con un acuerdo en el que todo el gabinete siga en sus cargos suena a cuento fantástico. ¿Puede De Pedro mantenerse en el Gobierno después de encabezar el virtual motín contra el Presidente? Parece muy improbable. También que Cristina, después de semejante asedio, acepte dejar a su gente en la administración si Fernández no entrega a Cafiero, Guzmán o alguna cabeza de alto valor. Un canje costosísimo para ella, pero cualquier otra cosa implicaría asumir una derrota adicional a la que le propinaron las urnas. Tienen que sentarse a negociar, claman desde despachos relevantes del Congreso, desde las gobernaciones oficialistas y la CGT.El vértigo no ayuda a calmar ansiedades. Desde la Casa Rosada, a De Pedro lo dieron por caído y lo levantaron en cuestión de minutos. Sergio Uñac apareció como un potencial reemplazo, pero se volvió a gobernar su provincia, San Juan, después de reunirse a solas con el Presidente. Todo incertidumbre.A Fernández un grupo de sus fieles le recomendó, en cambio, ir por otro camino: aceptar todas las renuncias presentadas por los kirchneristas, formar un nuevo gobierno de tinte peronista clásico y tratar de recomponer su autoridad desde allí, con soporte institucional de gobernadores, intendentes y gremios. Acaso con un acuerdo (improbable con ojos de hoy) con la oposición. El viejo sueño trunco del albertismo. Es un sendero riesgoso que en la práctica implicaría convertir en ficción definitiva el Frente de Todos. ¿Qué haría Cristina en ese caso? ¿Se acomodaría en la hipocresía o avanzaría hacia la ruptura, con una separación de bloques legislativos y una política de resistencia para proteger su tan preciado “capital simbólico”?Santiago Cafiero, al entrar en la Casa Rosada (Silvana Colombo/)Una batalla en la cima abre el riesgo de explosión en las capas inferiores. La unidad está atada con hilo de coser en muchos distritos, donde reina la desconfianza entre peronistas tradicionales con los dirigentes de La Cámpora, el massismo y los representantes de movimientos sociales. La inminencia de unas elecciones en las que se juegan bancas de verdad agrega dramatismo e incertidumbre.Opinión. Presidente, queda poco tiempoPor eso hay tanta gente en el Frente de Todos en shock. Solo explican la reacción de Cristina en el desconcierto que le pudo causar el resultado. No es que ella esperara ganar. Es una obsesiva lectora de encuestas, que marcaban niveles récord de insatisfacción social. Toda la campaña se pensó como una contienda para disimular la debilidad del Gobierno. La llave maestra era ganar aunque fuera por un voto la provincia de Buenos Aires, con el sobreentendido de que Juntos por el Cambio ganaría el país. Eso le hubiera permitido salvar la ropa, culpar a la pandemia y dejar prendida la llama de una recuperación política de cara al 2023. El kirchnerismo ya volvió de otras caídas en las elecciones de medio término. Pero el escrutinio no dejó a nadie a salvo. Perdió el país por 9 puntos, la provincia por 4,4, cayó en Santa Cruz y en bastiones de La Cámpora, como Quilmes. El mapa pintado de amarillo fue una humillación lacerante, amplificada por la sorpresa. El comando de campaña oficialista había confiado en la encuesta a boca de urna del CEOP que le daba 8 puntos de ventaja sobre el bloque opositor.Y sin embargo existían hasta el miércoles a la mañana muchas razones para pensar que en noviembre el Gobierno podía mejorar. Acaso no para ganar, pero sí al menos para acercarse a Juntos por el Cambio y retener la mayoría absoluta en el Senado. La propia oposición lo admitía. Hubo bajísima participación en distritos peronistas, como Chaco, San Luis o La Pampa, en los que una movilización mayor del aparato oficialista podría torcer el resultado. Un análisis en frío de los errores de la campaña podía insuflar otra energía al oficialismo. Está a la mano el ejemplo de Macri en 2019 después de unas PASO famélicas. Se podía contar con una mejora de la situación sanitaria y de un efecto en el consumo de las políticas alentadas desde el Gobierno. La oposición se benefició el domingo con internas muy competitivas en casi todos los distritos, que explican en buena medida su gran desempeño.Esas condiciones quedaron sujetas a revisión cuando Cristina decidió incendiar Roma. La guerra a cara descubierta entre el kirchnerismo y el Presidente empina el camino hacia noviembre del Frente de Todos, que coquetea con la posibilidad de una catástrofe electoral. No hay campaña posible con un gobierno entre paréntesis.
Fuente: La Nación