El detonante fue apenas un grito de su hermano, de ocho años, que estaba jugando a la Play. Nunca había ocurrido antes. Isabella, de 14, estaba desencajada. Empezó a vociferar, a tirar objetos, rompió un vidrio e intentó pegarle a su madre, que no sabía qué hacer. El desborde duró unos minutos y después de eso, se quedó dormida durante diez horas seguidas. Al despertar, era como si nada hubiera ocurrido. Los padres estaban preocupados, consultaron a su pediatra y a la psicóloga que la estaba tratando desde que descubrieron que la adolescente se lesionaba. Eran pequeñas heridas en las piernas y en los brazos, cada vez más frecuentes. Los desbordes se repitieron pocos días después. Al menor estímulo, volvía el estallido. Esta vez, la psicóloga y el pediatra coincidieron en que tenía que participar del tratamiento una psiquiatra. La resistencia llegó cuando, después de estudiar el caso, la especialista les dijo que la adolescente tenía una depresión profunda, mucha angustia y ansiedad, potenciadas por el encierro de la pandemia, y propuso darle medicación psiquiátrica para poder empezar a trabajar. Los padres al principio no quisieron saber nada. “Es muy chica, cómo la vamos a medicar. Tiene que haber otra forma”, decía su mamá. Finalmente, cuando vieron que la situación era incontrolable para ellos, y después de consultar a otros especialistas, accedieron a iniciar el tratamiento con psicofármacos.“Fue un fraude”: profesionales de la salud protestan frente al Ministerio tras problemas en el examen de residenciaNo es un caso aislado y el tema preocupa a los expertos, que confirman que en los últimos meses han notado un importante incremento en las consultas psiquiátricas en adolescentes y en niños y también que se registra un aumento en la prescripción y venta de medicación de este tipo para los tratamientos.Risperidona y aripiprazol son los dos psicofármacos que más están utilizando los psiquiatras en niños y adolescentes: “Son neurolépticos atípicos y funcionan como reguladores conductuales. Apuntan a regular el aparato psíquico. Pero la medicación no es todo el tratamiento, es apenas un fertilizante para que la psicoterapia funcione”, explica Andrea Abadi, psiquiatra y directora del Departamento Infantojuvenil de Ineco.La venta de aripiprazol, en el país, creció en lo que va del año un 13% con respecto a 2020, período en el que no tuvo una caída en las ventas, describen a LA NACION desde Iqvia, una consultora internacional de investigación del mercado farmacéutico, especializada en ciencia de datos en salud. La risperidona tuvo un crecimiento del 1%, con picos de un 5% en los últimos meses. Vale aclarar que esta no es una droga exclusivamente pediátrica, por lo que es difícil medir qué proporción corresponde a niños y adolescentes medicados.La risperidona y el aripiprazol son compuestos químicos antipsicóticos que actúan modificando la actividad de ciertas sustancias naturales en el cerebro, se explica en el sitio de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos. Generalmente se usan para el tratamiento de la esquizofrenia y el trastorno bipolar, entre otros. También se destinan para regular problemas de conducta como agresividad, autolesiones y cambios repentinos de estado de ánimo. Además, para atacar la depresión cuando los síntomas no se pueden controlar solamente con antidepresivos. Y para controlar conductas como agresión, rabietas y cambios de humor frecuentes en niños con autismo.Las causasEl incremento del uso de la medicación psiquiátrica en menores de edad preocupa a la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). “El uso de medicación psiquiátrica pediátrica está indicada exclusivamente para evitar que el chico sea víctima de sus propios impulsos”, explica la psiquiatra infantil Beatriz Bakalarz, miembro del Comité de Familia y Salud Mental de ese organismo. “Esto es, una situación que ponga en riesgo su propia vida, su desarrollo y su relación con el entorno. Pero por supuesto que el aumento en la indicación de medicación psiquiátrica en niños nos debe preocupar. Sobre todo, por lo que marca. Esto es parte de las consecuencias de la pandemia: los chicos vivieron entornos sin rutinas, muy desestructurantes de su psiquis, en contextos familiares donde la convivencia en muchos casos resultó en violencia, donde perdieron los vínculos con los pares y con el afuera. Además, donde las terapias virtuales no tuvieron el mismo impacto que las presenciales. El gran desafío es recuperar el vínculo de estos chicos con la sociedad”, explica Bakalarz.“Los psiquiatras infantiles estamos desbordados. Lo saben los padres que atraviesan estas crisis. Prácticamente no se consiguen turnos. Los efectos de la pandemia se están haciendo muy evidentes en este tiempo en los chicos”, indica Abadi. “Con la vuelta a clases la situación se descomprimió un poco, pero no del todo, porque los chicos no volvieron a sus vidas. No hay espacios de intercambio real con sus pares como antes. Y muchos chicos que ya tenían una predisposición vieron agravados sus cuadros durante la pandemia”, agrega.Marina Manzione, psicóloga especialista en niñez y adolescencia, formó parte de Equipo Pionero, un grupo interdisciplinario que realizó un diagnóstico de la situación emocional de los adolescentes en pandemia. En su consultorio cada vez recibe más casos extremos de adolescentes que requieren de la participación de un psiquiatra y del uso de medicación.Menos infectados, pero más burbujas aisladas. En las escuelas porteñas bajaron 28% los contagiosLesionesLo que están notando en los últimos meses, coinciden los especialistas, es un aumento en los casos de chicos que adoptan actitudes autolesivas e incluso en casos extremos que intentan suicidarse. “Esto es muy preocupante y hay que poner una alerta”, advierte Abadi. Y completa: “Las consultas fueron aumentando, pero en los últimos dos meses vemos una prevalencia de chicos de 12 años en adelante con intentos de suicidio y autoinjurias”. En algunos casos, las autolesiones implican cortes superficiales en los brazos y piernas. Son heridas no visibles para los padres, porque quedan debajo de la ropa, pero se vuelven una conducta irrefrenable. Hace algunos años, con el famoso juego de la ballena azul, muchos adolescentes comenzaron a autolesionarse. Ahora, debido a la prolongada sensación de incertidumbre y a la angustia que trajo la pandemia, los casos se hacen cada vez más frecuentes en los consultorios.“Es difícil de entender por qué lo hacen. Es algo que les produce alivio temporal en sus crisis de angustia. Es una forma de descarga, en muchos casos no está relacionado con la idea de suicidio, pero puede ser peligroso de todas formas. En otros, la idea de quitarse la vida aparece después”, explica Manzione.“La mayoría de las veces estos cortes no tienen como objetivo el suicidio. En cambio, se cortan para sentir que están vivos. Que pueden sentir algo. Porque el gran dilema existencial que atraviesan es que no pueden sentir”, explica Abadi.TabúSofía tiene 17 años y desde que empezó la pandemia, sus padres casi no la reconocen. Se volvió muy retraída. De ser una adolescente brillante y una gran estudiante, a casi no conectarse a los Zoom del colegio. Además, dejó de frecuentar amigos, incluso cuando se levantaron las restricciones. Empezó a estar muy pendiente de su imagen. Su madre la llevó a la psicóloga, porque creía que estaba anoréxica. Cuando la especialista la atendió, descubrió que ese era el menor de sus problemas. La depresión era tan aguda que estaba pensando seriamente en el suicidio. Fue entonces cuando llegó la intervención de un psiquiatra y la medicación. Los padres también se resistieron, pero después comprendieron lo que planteaban los especialistas. Había que sacarla de la zona de riesgo para poder empezar a trabajar sus emociones en terapia. Desde hace cinco meses que está en tratamiento y los cambios fueron notorios. Hace unas semanas volvió al colegio. Empezó a escribir lo que estaba viviendo, sus padres se involucraron en la recuperación y, de a poco, está recobrando las ganas de vivir.De todas formas, el aumento del uso de medicación psiquiátrica en la población pediátrica enciende una alerta. Y en muchos casos, los padres del chico que está atravesando esta situación se niegan a que los consuma.“Existe un gran tabú sobre el uso de medicación psiquiátrica en pediatría. Obviamente, que antes de indicarla se deben hacer todas las valoraciones que nos aseguren que es el tratamiento que ese chico requiere. Pero parte del temor de los padres tiene que ver con creer que es para toda la vida y no es así. Además hay que entender que es parte del tratamiento, que incluye psicoterapia, entre otras cosas, y que requiere de la participación de la familia”, explica Abadi.PatologíasAlgunas de las patologías que aumentaron su incidencia en adolescentes durante la pandemia, explica Bakalarz son las anorexias nerviosas. “Se incrementaron mucho, los chicos están muy solos. Vivieron la pandemia en soledad. Con la vuelta a la escuela mejoró bastante la situación, pero dentro de las casas, la pandemia activó una bomba de conflictos familiares. Por eso, vemos un aumento de todas las patologías vinculados con un contacto excesivo con la familia”, dice.También aumentaron los casos de estrés postraumático, por el miedo a la enfermedad, en cuadros agudos y crónicos, que puede derivar en trastorno del sueño y ansiedad. También se registra un incremento en los cuadros de chicos y adolescentes con trastornos obsesivos compulsivos (TOC). “El mecanismo obsesivo es una forma de organizar un pensamiento. Hay una desorganización que se defiende con la organización obsesiva”, explica Bakalarz. “Notamos brotes de trastornos obsesivos en la infancia, un cuidado excesivo por no ensuciarse. La idea de contaminación y muerte generó mucha vulnerabilidad”, agrega Abadi.Los cambios en los ritmos de sueño en los adolescentes durante el último año y medio todavía no han logrado revertirse con la vuelta a clases presenciales. Esta puede ser una de las explicaciones de los trastornos de ansiedad, señala Manzione. “Los adolescentes durante el encierro, se acostumbraron a habitar la noche, el único momento de recuperar espacio individual, de conversar con sus amigos sin el oído de los padres. Después se conectaban cómo podían al colegio y dormían a la tarde. Pero con la vuelta a clases, se volvió insostenible. Y se acostumbraron a dormir poco, pero esto genera muchas alteraciones en la conducta. Es algo a lo que los padres deberían prestar atención. También evaluar el ánimo de sus hijos. Cuantas ganas tienen de hacer las cosas que hacen. Porque ese es un gran indicador”, concluye la especialista.¿Dónde pedir ayuda?Hospital de Salud Mental Infantojuvenil Carolina Tobar García. Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia. Teléfono: 4304-4937. Se encuentra en Dr. Ramón Carrillo 315, Barracas. En Facebook @hospital.tobar.garciaIneco. Instituto de Neurología Cognitiva. Departamento Infantojuvenil. Tel. 0810-266-4203Hospital Garrahan: Tel.: 011 4122-6000Hospital Gutiérrez: Tel.: 011 4962-9247

Fuente: La Nación

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