Tendrá que ser más adelante. Ejecutivos que invitaron en estos días a Sergio Massa a encuentros corporativos a los que el líder del Frente Renovador va con frecuencia se sorprendieron esta vez con una respuesta diferente: no antes de las elecciones, contestó él, y agregó que hasta entonces toda su energía estaría abocada a la campaña. Y, como los frustrados anfitriones pensaron por un momento que hablaba de las primarias de mañana, tuvo que ser más preciso en el plazo: “Olvídense hasta el 14 de noviembre”.Raro. Massa siempre ha hecho esfuerzos por convertirse en vínculo entre el Frente de Todos y el establishment económico. “Nexo no formal con los informales del Instituto Patria”, se define él. Por eso algunos de sus interlocutores de siempre empiezan a sospechar que ahora puede haber tomado en serio una recurrente propuesta de Santiago “Patucho” Álvarez, vicepresidente de Asuntos Públicos de YPF y uno de los militantes que, con Juan Courel, se encarga de la campaña. Quiere incorporarlo. Los camporistas no están conformes con la instrumentación de la estrategia electoral. La consideran un “caos”. Y necesitan, dicen, un jefe de campaña. Alguien que por lo pronto la coordine. Que junte las piezas publicitarias, diseñe la comunicación, arme en el territorio y hasta coteje el almanaque para no superponer actos. ¿Podría ser Massa? Álvarez le insistió unas cuantas veces, pero venía cosechando evasivas del diputado. “Se hace el boludo”, admitió hace unos días ante un confidente.Es probable que todo dependa en buena medida del resultado de mañana. En el massismo no tienen tan claro cuál será la respuesta de su jefe. Lo más natural sería que intentara mantener protagonismo a través de la agenda parlamentaria. La semana próxima, por ejemplo, estará concentrado en proyectos de beneficios impositivos para las industrias automotriz y metalmecánica.No es un momento fácil. Ni político ni económico. Massa está alarmado por la amenaza que representa la deuda de Leliq y pases del Banco Central, y para eso ha empezado a consultar a analistas. Y, en el terreno electoral, él y Cristina Kirchner han tomado conciencia de que deben darle un inequívoco respaldo a Alberto Fernández. Hasta la oratoria de la vicepresidenta cambió en ese sentido: a diferencia de lo que habían sido sus últimos discursos –un compendio de los “días felices” hasta 2015–, anteayer, en el cierre de campaña, le dedicó por primera vez elogios al actual período presidencial. Es cierto que fueron breves, porque enseguida los reenfocó a la administración bonaerense y nunca volvió al nivel nacional. Pero son un tenue indicio. Ella le agregó en Tecnópolis, por lo pronto, cinco minutos a aquella metáfora futbolera del 18 de agosto en Avellaneda, cuando sentenció que el partido del Gobierno no había siquiera empezado. “Se pasó directamente a los penales”, dijo entonces. La figura retórica tuvo anteayer un pequeño retoque: “Entramos y, cinco minutos del primer tiempo, afrontamos, hicimos una jugadita acá, otra jugadita allá… ¡No, momento, se suspende el partido, a atajar penales!”, dijo la jefa.El problema es que buscaba un goleador. Las críticas de Cristina Kirchner, que siguen trascendiendo y hasta expresa en público, coinciden con las de Massa. Hay consejos que se transmiten en la intimidad. El más elemental: antes de soltarse a hablar temprano en una radio, lo lógico sería consultar con su equipo de asesores y, por qué no, hasta con los servicios de inteligencia, que a veces tienen un panorama más amplio de los problemas.Los empresarios contemplan el escenario perplejos. Creen que algo mucho más relevante se derrumba en otra parte, lejos de estos desencuentros. Como si la postergación de las reuniones con Massa hasta no antes del 14 de noviembre estuviera explicando un orden de prioridades. Es probable que Eduardo De Pedro haya intuido parte de esta intranquilidad. Hace dos semanas, antes de que se encendiera el Zoom de un foro de la cámara de comercio norteamericana en la Argentina (AmCham), el ministro del Interior admitió que el Gobierno necesitaba de la inversión privada. Pero el kirchnerismo es demasiado ambivalente para capitalistas reacios a la aventura. El 6 de agosto, casi al mismo tiempo que Alberto Fernández almorzaba con Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de Biden, funcionarios de la misma delegación norteamericana se reunían en la Casa Rosada con Juan Manuel Olmos, jefe de Asesores de Presidencia; Claudio Ambrosini, líder del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom), y Guillermo Rus, representante de Arsat. Eran Ariana Berengaut, asesora senior de Sullivan en el Consejo de Seguridad Nacional, y Tarun Chhabra, director senior de Tecnología, que transmitieron inquietud por la expansión de China con la tecnología 5G, algo que acababan de plantearle también en Brasilia al gobierno de Bolsonaro. Consultaron, por ejemplo, si debían tomar como el anticipo de una política de Estado la contratación que Arsat hizo de Huawei. Los funcionarios argentinos contestaron que no, que sólo era un caso aislado. Los representantes de la Casa Blanca quisieron entonces sondear la postura de las empresas telefónicas, también presentes en el encuentro, y la respuesta fue que existía todavía demasiada incertidumbre no sólo sobre el espectro radioeléctrico con que debían operar, sino con los precios que en adelante tendría el sector. Hablaban de los alcances del decreto 690, que el año pasado definió las telecomunicaciones como servicio esencial.Si la charla no había despejado las dudas, al lunes siguiente, 48 horas después, la perturbación se ahondó. En un acto en Tecnópolis, sin que nadie le preguntara, Alberto Fernández sorprendió definiéndose como “revolucionario” y agregó: “Se enojan porque digo que internet es un servicio público… ¡Que se enojen! Porque vamos a hacer de internet un servicio público para que llegue a todos los argentinos y las argentinas y que no nos estafen ni nos roben con las tarifas”.Desde entonces, el Departamento de Estado les recomienda prudencia a los interesados en el tema. Lo dice en jerga de management: walk the talk, algo así como constatar en los hechos lo que se dice en una charla. No hay hasta ahora, advierten los norteamericanos, y pese a la negativa del gobierno argentino, nada que indique que la contratación de Arsat no ha sido el inicio de una política más general con Huawei. Néstor Kirchner solía salir de estos apuros con el mismo concepto. “No presten atención a lo que digo, sino a lo que hago”, decía. Pero el universo post pandemia exige pruebas. Lo que entonces pudo ser una cuidada ambigüedad, se vuelve en este contexto polisemia indescifrable. Como varios aspectos de la campaña electoral del Gobierno. ¿Quién podría arriesgar una moneda pensando en el futuro, si parece incoherente hasta el plan para la única obsesión de acá a dos meses?
Fuente: La Nación