Los argentinos Alejandra Ciappa, doctorado de genética en Columbia, y Alejandro Vigilante, pintor, vivían en Nueva York cuando sucedió el atentado terrorista más grande que se haya conocido en la historia.Ambos tenían por delante un día como cualquier otro: la doctora caminaba a su trabajo en un laboratorio de la zona norte de Manhattan; mientras que el artista estaba en el subte, junto con un amigo, que era quien lo estaba hospedando en su casa. Recuerdan la primera sensación de sorpresa y negación, después la toma de consciencia de que se trataba de un atentado y que ellos estaban siendo testigos de eso.Veinte años después, Nueva York frena para recordar su trauma imborrableVigilante se dedicaba a pintar techos italianos en Miami, y había sido contratado por una empresa rusa para pintar el hotel Mariott, ubicado a una cuadra y media de las Torres, y para hacer un trabajo en la joyería Tiffany de la Quinta Avenida. Aquel día, el 11 de septiembre de 2001 se dirigía al Down Town cuando el subte en el que viajaba se detuvo, ya muy cerca de allí. “Cuando salimos a la calle, estábamos en un laberinto, la Torre Norte aun quedaba en pie. De repente estoy mirando la torre fijamente y veo que se empieza a correr la antena, fue un ruido impresionante. Por un momento, perdí a mi amigo, empecé a ver cómo la gente trepaba el alambrado de un estacionamiento para escapar, y ahí escucho que él me grita, estaba detrás de una cabina. Mi amigo rompe un auto y nos metimos adentro, junto con dos policías. Todo el polvo y los escombros entraban dentro del auto, que flameó, fue como una honda expansiva. Pensé que me moría ahí”, relató el sobreviviente.Por su parte, Ciappa se encontraba a unas 70 cuadras de distancia, pero al día siguiente del atentado se ofreció como rescatista en la Cruz Roja y participó del operativo de rescate. “Ni bien entramos nos dijeron que no iba a haber sobrevivientes, sabíamos que había gente viva debajo de los escombros y parecía imposible no poder acceder. El tiempo se para en ese momento, no tenía mucha consciencia. Dimos varias vueltas, deambulabas dentro. Muchos bomberos perdieron a sus compañeros, ibas a ayudar y no pensabas que estabas en riesgo y sin embargo la gente se lastimaba, tenía trastornos psicológicos por ver cosas de las que no estabas acostumbrado. Eran como seis a diez pisos de escombros. La dimensión era muy grande”, rememoró. Y reconoció, veinte años después de aquel día: “La mayor tarea que hicimos fue la humanitaria”.La doctora fue consultada sobre el fenómeno que se vivió en la ciudad luego del atentado en donde muchas personas sufrieron de estrés post traumático. “Uno de los temas que se veían ahí automáticamente era que pensamos que la gente iba a tener algún problema psicológico. Se empezó a hablar de eso. Veías carteles sobre el estrés, porque la gente empezaba a tener flashbacks, insomnio o distintas sintomatologías como problemas en atención y conducta, ansiedad o depresión. Todo esto se sentía en la sociedad”, contó. Ciappa precisó que hubo más de 420 mil personas con estrés post traumático por haber estado en Nueva York en ese momento, y después, comenzaron a aparecer las secuelas en la salud de las personas tras la caída de las Torres.“Esto te toca y te traspasa. Yo tuve mucho enojo con la vida, estudiaba el Alzheimer para tratar de descubrir la cura, y que la vida sea más larga y mejor y de golpe vez un atentado que mata. Me preguntaba: ‘Qué sentido tiene lo que estoy haciendo, para qué si esto sucede’”, reflexionó. Y continuó: “Además de que uno tiene que lidiar con el dolor y la muerte de otros que no conoce, pero que indirectamente me afectaban. Yo no tuve un daño por las Torres, tuve un proceso doloroso de duelo, natural, que me dejó mucho aprendizaje. Me siento muy privilegiada de haber podido vivenciar y trascender, pero fue muy duro”.En cambio, Vigilante dijo: “A mi todo esto me traumó, yo quedé traumado”. Y cerró su testimonio: “Viví cerca del Aeropuerto LaGuardia, en Queens, y todas las noches sentía los aviones y la sensación de que estaban volando bajo, de que era otro atentado. Era terrible. Vos caminabas por las calles de Nueva York y, automáticamente, todos contra las paredes”.

Fuente: La Nación

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