Los ritos funerarios son cosa seria e ir contra ellos suele resultar contraproducente. En 1955, el cuerpo embalsamado de Eva Perón deambuló de un lugar a otro antes de su partida hacia una tumba secreta en Europa. Uno de ellos fue el Servicio de Informaciones del Ejército (SIE), que funcionaba en la esquina de Callao y Viamonte. Supuestamente, nadie sabía dónde estaba oculto. Sin embargo, cada día aparecían velitas encendidas en esa vereda. Lo que se pretendía ocultar tanto, se volvía más perceptible por su incierto paradero. Innecesario recordar cuánto se agigantó el mito de Evita gracias a los inútiles esfuerzos de sus enemigos en desaparecerla.No es lo mismo, está claro, pero nuevos apropiadores vuelven a caer en un mecanismo con ciertas similitudes: el Gobierno secuestró en la noche del lunes último las piedras con nombres inscriptos que una gran cantidad de personas acercó a la Plaza de Mayo y a la Residencia Presidencial de Olivos, como testimonio de los más de 110.000 muertos que en la Argentina se llevó hasta ahora el Covid. Así, lo que se intenta invisibilizar, tal vez una vez más termine agigantado.De hecho, cada día desde entonces, aparecen nuevas piedras en ese paseo público en el que los argentinos desde 1810 solemos expresar como pueblo nuestras mayores alegrías y tristezas. Ya se habla de una segunda marcha de las piedras, hay amparos presentados en la Justicia para recuperarlas y las redes sociales estallaron con #devuelvanlaspiedras y otras leyendas. El Gobierno proyecta construir con esas piedras dos memoriales (uno en provincia y otro en CABA, aunque no descarta que finalmente sea uno solo).Tenía 18 años y me mandaron a cubrir una de las primeras marchas de las Madres de Plaza de Mayo. En un momento, el fotógrafo que me acompañaba y yo recorrimos por separado las inmediaciones de la Casa Rosada. Nos desencontramos y me volví a la redacción. Él llegó bastante después: unos desconocidos lo habían subido a un auto para quitarle el rollo de fotos que contenía su registro de las Madres de aquel día. Poco después, un grupo de tareas secuestró a la primera presidenta de esa organización, Azucena Villaflor. Pero ni el rollo velado de mi compañero ni la desaparición de aquella madre fundadora y de tantos otros miles de argentinos impidieron que, empecinadamente, un grupo de mujeres silenciosas cada jueves hiciera su ronda para llamar la atención sobre sus hijos ausentes. Un gesto simple y sencillo, pero que muy pronto empezó a dar la vuelta al mundo. Antes que ellas, en 1975, madres de víctimas de la guerrilla fueron a dejar claveles rojos al pie de la Pirámide de Mayo y pañuelos blancos con los nombres inscriptos de los asesinados. El rito se replicaría más adelante por los desaparecidos.¿Temió el gobierno actual ser interpelado por aquellas piedras que se acumularon en torno del mástil de la Plaza de Mayo y ante las rejas de la Casa Rosada y que representan a otros muertos incómodos? ¿Podían convertirse con el paso de los días en un monumento funerario informal que concitara la constante procesión de deudos y curiosos, y que -una vez más- la Plaza de Mayo fuese noticia mundial?Si tanto le temen a las imágenes banales de la celebración del cumpleaños de la primera dama, al punto de dar a conocer los videos el propio gobierno por medio de un intempestivo flash en la TV Pública y en un medio paraoficial para que la repulsa generalizada no se pegue demasiado al momento de votar, ¿cómo no iban a querer dar vuelta la página rápidamente de ese silencioso velatorio popular que llevó hasta las puertas del poder la expresión de un dolor intenso que no cesa?Sin reparar en los ecos ominosos de su decisión, en un operativo comando, amparado por las tinieblas de la noche, llevaron en carretillas al interior de la Casa de Gobierno todo ese hondo testimonio mineral. Todo no, en la mudanza a los apurones, algunas cayeron por el camino.Las piedras, finalmente, quedaron “a disposición del Poder Ejecutivo” (aquella fórmula que usaba la dictadura para apresar formalmente a la gente que no hacía desaparecer). Travesuras macabras de nuestra agitada historia que vuelven a la boca con el sabor amargo de una mala digestión.La idea original fue de una tuitera, Ani Marino, que enseguida se viralizó y canalizó ese estado de angustia que el Presidente había criticado en mayo de 2020. “Angustiante es enfermarse; no salvarse. Angustiante es que el Estado te abandone”, retó a la periodista Silvia Mercado.Aún no había vacunas y Alberto Fernández proclamaba entonces que prefería un 10% más de pobres que cien mil muertos, cifra que se alcanzó el 14 de julio último. En la semana que pasó, el mandatario agradeció no tener 250.000 muertos. “Gracias a Dios, la estadística falló o nosotros nos movimos muy bien y eso no ocurrió”, dijo. Impresiona su colosal y persistente falta de empatía.El gélido homenaje oficial a las víctimas, en el CCK, en el mes de junio, no logró el efecto catártico de liberar tanta angustia y tristeza acumulada en la población como la marcha de las piedras.El corte abrupto e inconsulto de ese duelo operado por el Gobierno tendrá sus consecuencias. Los muertos mal enterrados, tarde o temprano siempre vuelven a salir a la superficie.
Fuente: La Nación