Por Alexandra Ulmer y Kristina CookeSAN FRANCISCO, 20 ago (Reuters) – Mientras la embarcación de
12 metros se tambaleaba durante las 12 horas de viaje nocturno
en el Pacífico de Tijuana a California, un inmigrante mexicano
llamado Eberardo trataba de mantener el ánimo de los pasajeros
que estaban en pánico.”Piensen en Dios y en lo que más quieren: un hijo, su mamá”,
recuerda haber dicho Eberardo, de 36 años, que intentaba volver
con su familia en el Medio Oeste de Estados Unidos tras ser
deportado a México. “Que eso te dé fuerzas”Finalmente, la escarpada costa de California empezó a verse
más cerca.”Vamos a llegar”, dijo Eberardo a los otros 31 pasajeros,
todos ellos, excepto uno, inmigrantes mexicanos como él que
habían pagado a un contrabandista para realizar el arriesgado
viaje aquel día de principios de mayo.Entonces, cuando se acercaba a la popular zona de senderismo
de Point Loma, en San Diego, el barco chocó con algo: rocas o
una fuerte ola.”¡Se está metiendo agua!”, gritó alguien.Julio, un mozo de almacén mexicano de 25 años, dijo a
Reuters que trató de subir a la cubierta, pero que no pudo
atravesar la aglomeración de otros pasajeros. Dijo que él y otro
hombre intentaron abrir una ventana, mientras las agresivas olas
los lanzaban de un lado a otro de la habitación.Pronto, el agua le llegó al cuello. Dos mujeres que estaban
cerca empezaron a hundirse.”Pude ver la angustia en sus ojos”, dijo Julio. Él también
sintió que se hundía, pero le vino la imagen de su hija de tres
años y pensó: “No, tengo que sobrevivir”.El naufragio, en el que murieron tres personas, fue un
ejemplo mortal de una tendencia creciente en la costa de
California: cada vez más migrantes cruzan por mar hacia Estados
Unidos, ya que la frontera terrestre se ha vuelto más difícil de
atravesar, según la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras
de Estados Unidos. La entidad reportó que las detenciones en el
mar en el área de San Diego se han duplicado con creces con
respecto al año fiscal 2019 hasta alcanzar los 1.626 a mediados
de agosto.El año fiscal 2021 también ha superado a otros años
recientes en cuanto a muertes de migrantes en el Pacífico en el
área de San Diego.Además de las personas que murieron en el naufragio de mayo,
el recuento de 2021 también incluye a un hombre que fue
encontrado muerto en un bote en Carlsbad y a un hombre hallado
en el oleaje cerca de Wipeout Beach en San Diego el 20 de mayo,
después de que los contrabandistas les dijeran a los pasajeros
que saltaran al agua y nadaran hasta la orilla.Dos migrantes a bordo del Salty Lady, la embarcación que
zozobró con Eberardo a bordo, afirman que éste salvó vidas al
vigilar de cerca al capitán de la embarcación, el ciudadano
estadounidense Antonio Hurtado, de 39 años, quien, según dicen,
actuó de forma errática durante todo el viaje.El abogado de Hurtado y sus familiares no respondieron a las
solicitudes de comentarios. Hurtado ha sido acusado de
contrabando de personas, incluido contrabando con resultado de
muerte, y de agredir a un agente de la Patrulla Fronteriza tras
el naufragio cuando los agentes intentaban colocarle los
grilletes.Se ha declarado inocente y está en prisión a la espera de
juicio. En 2018, Hurtado fue condenado a 60 días de prisión
preventiva por posesión de una sustancia regulada, según los
registros judiciales.Este relato del hundimiento del Salty Lady se basa en
entrevistas con Eberardo y otros dos migrantes a bordo y con
algunos de sus familiares y abogados, así como con testigos
presenciales que vieron cómo se partía el barco.Los migrantes y sus familias hablaron con la condición de
ser identificados sólo por sus nombres de pila.Eberardo “fue nuestro ángel”, dijo Edgar, un agricultor
mexicano de 31 años que estaba a bordo.Para Eberardo, sus acciones fueron también una oportunidad
de redención.Un terrible errorCuando Eberardo tenía 6 años, dijo, se encontró el cuerpo de
su padre con un disparo en un camino rural cerca de su rancho en
México. La familia sospechaba que había sido víctima de una
disputa de tierras, pero la madre de Eberardo advirtió a sus
cinco hijos que era demasiado arriesgado investigar, relató.Ella empezó a despertar a Eberardo a las 3 de la mañana
para que ayudara en la granja buscando agua y arreando el
ganado, recuerda él. Agotado, se quedaba dormido en la escuela,
para pasar las tardes vendiendo queso y crema a los vecinos
hasta las 10 de la noche. Dejó la escuela a los 13 años y empezó
a realizar esporádicos bombeando gasolina o fabricando puertas.Cuando su hermano mayor le propuso venir a Estados Unidos,
Eberardo, que entonces tenía 19 años, aprovechó la oportunidad.
Cruzó la frontera de Texas sin ser detectado y se instaló en el
Medio Oeste, donde trabajó en algunas fábricas y se enamoró de
una mexicana, que también estaba en Estados Unidos ilegalmente y
tenía un hijo de una relación anterior.Eberardo y su esposa, María, tuvieron dos hijas, ambas
ciudadanas estadounidenses, y él se dedicó a ellas. Cuenta con
orgullo que cambiaba la mayoría de los pañales. Las fotos de su
página de Facebook muestran a sus hijas con vestidos con
volantes y coletas altas.Ganaba unos 2.000 dólares al mes trabajando en una fundición
de aluminio. Pero cargar con los moldes, que pesan hasta unos 80
kilos, le pasó factura. Cuando, dolorido, fue al médico cerca de
la Navidad de 2014, le dijeron que tenía tres hernias discales,
señaló.La lesión apenas le permitía caminar, dijeron Eberardo y
María, y mucho menos de trabajar en una fábrica. Contrajo una
deuda de unos 12.000 dólares.Entonces, relató Eberardo, recibió una oferta: Entregar un
kilo de heroína en el aparcamiento de un supermercado. Dice que
dudó. Pero su contacto no dejaba de recordárselo y finalmente el
atractivo de poder reducir las deudas con los 5.000 dólares que
le ofrecían fue demasiado fuerte.El cliente de la heroína, sin embargo, era un agente de la
ley encubierto, muestran los registros judiciales. El 18 de
septiembre de 2018, Eberardo fue detenido y acusado de intento
de distribución de una sustancia regulada.En los registros judiciales que explican cómo debe ser
sentenciado, el gobierno reconoció que la infancia de Eberardo
se vio afectada por la muerte de su padre.”Pero este crimen no nació de la desesperación, ni fue
predestinado por su crianza”, dice el memorando de sentencia del
gobierno. “En última instancia, el acusado tomó una serie de
malas decisiones como adulto, decisiones que fueron suyas, al
igual que las consecuencias de esas decisiones son suyas”.Eberardo se declaró culpable y fue condenado a tres años de
prisión. Salió en libertad anticipada el 7 de abril de 2021,
debido a su buena conducta, según los registros. Inmediatamente
fue recogido por agentes de inmigración y dos días después,
devuelto a México.”¿es 1oo% seguro?”En un mes, dijo Eberardo, encontró un contrabandista en
Tijuana que le dijo que podía llevarlo a Estados Unidos por mar.
“¿Es 100% seguro?”, le preguntó Eberardo.
“Nada es 100%, solamente la muerte”, respondió el
contrabandista. “Es 99% seguro que lo lograrás”.Eberardo dijo que pagó a un contrabandista mexicano 200
dólares y prometió pagar el resto de los 17.000 dólares al
llegar a Estados Unidos. La red de contrabando le dijo que
fingiría que el crucero con cabina era un barco turístico, y
aconsejó a Eberardo que se vistiera como tal. Se puso unos
pantalones cortos y una camiseta, y se compró una gorra de
béisbol blanca.Hacia las 19 horas del sábado 1 de mayo, Eberardo fue
trasladado en una pequeña embarcación hasta el crucero. Era su
primera vez en el mar. Todos los migrantes eran mexicanos,
excepto uno de nacionalidad guatemalteca, lo que refleja la
demografía de los cruces marítimos recientes, dijo Aaron Heitke,
agente jefe de la Patrulla Fronteriza en San Diego.Heitke dijo que los contrabandistas están utilizando una
serie de embarcaciones, incluyendo barcos de pesca de madera
locales conocidos como pangas, embarcaciones de recreo e incluso
motos acuáticas.El barco de Hurtado era más grande que la mayoría, pero no
estaba en buen estado, según otro funcionario de la frontera.
“No era la embarcación más apta para el mar”, dijo Michael
Montgomery, jefe de las operaciones aéreas y marítimas de la CBP
en San Diego.Las detenciones en el mar en el sector de San Diego habían
aumentado gradualmente desde 2015. Pero en el año fiscal 2020,
se dispararon en más de un 90% hasta llegar a 1.273, lo que los
agentes y los defensores dicen que puede deberse a una
aplicación más estricta de la ley en la frontera terrestre y a
los cierres fronterizos relacionados con la pandemia.Las detenciones en el mar en el año fiscal 2021, que termina
el 30 de septiembre, ya han superado la cifra de 2020.El presidente Joe Biden ha mantenido en vigor una política
promulgada bajo el mandato del ex presidente Donald Trump al
comienzo de la pandemia de coronavirus que permite a los agentes
de la patrulla fronteriza expulsar inmediatamente a los
migrantes que encuentren.La política ha bloqueado a la mayoría de los migrantes que
solicitan asilo en la frontera entre Estados Unidos y México. En
general, las detenciones en la frontera han aumentado a sus
niveles mensuales más altos en dos décadas, aunque esas cifras
están infladas por los que cruzan de nuevo y que fueron
expulsados previamente.Con la frontera terrestre en San Diego “bastante segura
desde el punto de vista operativo”, dijo Montgomery, “el camino
de menor resistencia ahora sería el agua”.A bordo del Salty Lady, Hurtado instruyó a los inmigrantes
en inglés para que se agacharan mientras partía hacia Estados
Unidos, según los tres inmigrantes que hablaron con Reuters.
Hurtado no hablaba español, dijeron los migrantes, así que
Eberardo dijo que le ayudó a traducir, aunque su propio inglés
es débil.Al cabo de un rato, a Eberardo le empezó a doler la espalda
de estar agachado. Se sentó en lo que más tarde descubriría que
era el tanque de gasolina. Desde allí pudo ver mejor a Hurtado,
que, según él, apoyaba la cabeza en el volante.”Despierta”, le dijo Eberardo. Hurtado parecía indicar que
no quería que le tocaran, y algunos de los inmigrantes dijeron
que temían enfadarle. Sin embargo, Hurtado seguía quedándose
dormido, así que Eberardo dijo que le daba un empujón al volante
para despertarlo. Debió de hacerlo unas siete veces, dijo Edgar.El Pacífico se estaba volviendo duro. Hurtado ya no podía
controlar la embarcación, según dos de los inmigrantes a bordo.
Entonces, en un aparente intento de estabilizar el barco, “tiró
el ancla”, dijo Edgar. “Entró y dijo: ‘Sorry, guys'”.Eberardo dijo que después de unas horas en las que el barco
se balanceaba violentamente en el lugar, Hurtado intentó
levantar el ancla pero tuvo dificultades. Eberardo intervino y
cortó el cabo del ancla con una sierra, contaron él y Edgar.Pero cuando Hurtado intentó acelerar, el motor se apagó. La
embarcación empezó a tambalearse y los inmigrantes temieron que
fuera a zozobrar.Julio dijo que él y su primo, que también estaba a bordo,
empezaron a gritar que debían pedir ayuda antes de que fuera
demasiado tarde. “¿A quién marcamos?”, preguntó Julio.Alguien sugirió contactar con las autoridades de
inmigración. Otro pasajero se opuso, temiendo ser detenido y
deportado. La discusión era irrelevante. Nadie tenía cobertura
en el móvil.Pánico en el hundimientoCuando la embarcación comenzó a hundirse, los inmigrantes,
presos del pánico, se agolparon en una de las dos puertas de la
cabina.A Eberardo le preocupaba que el barco estuviera a punto de
volcar.”Vengan para el otro lado para que hagan contrapeso”, dice
que gritó.Pero era demasiado tarde; el barco giró de costado,
sumergiendo la puerta. Eberardo se abrió paso hasta el otro lado
del barco, que aún estaba por encima del agua.Cuando estaba a punto de saltar al Pacífico, se volvió y
bajó la mano en la cabina para ver si podía ayudar a alguien que
aún estuviera atrapado. Un joven lo agarró y Eberardo dijo que
lo arrastró hasta un lugar seguro. Edgar, el agricultor que iba
a bordo, confirmó que el joven describió el rescate al grupo
cuando se encontraban en custodia más tarde. No fue posible
contactar con el joven para que hiciera comentarios.Tras saltar del barco, Eberardo se aferró a un flotador
rojo, pero éste empezó a arrastrarlo mar adentro. Trató de
mantenerse a flote, la gorra de béisbol blanca que había
comprado en Tijuana se perdió en el oleaje. Los excursionistas
del sendero frente al mar lo observaban conmocionados. Alguien
llamó a los servicios de emergencia poco antes de las 10 de la
mañana. La Guardia Costera de Estados Unidos y las agencias
estatales y locales acudieron al lugar.”Llegó un momento en que ya no podía nadar”, dijo Eberardo.Un socorrista en una moto acuática se acercó a toda
velocidad. Temblando e hiperventilando, Eberardo se subió.
Dijo que le habían dejado en una embarcación de rescate y que le
habían pedido que intentara reanimar a un hombre inconsciente
mientras los socorristas intentaban sacar a otras personas.
Eberardo empezó apresionar el pecho del hombre, pero no obtuvo
respuesta. Siguió presionando, pero finalmente comprobó el
pulso. Nada.Agachado sobre el cuerpo del hombre, Eberardo comenzó a
llorar. “Lo miraba como de mi edad. Se me vino el pensamiento
que tal vez era un papá como yo”, dijo Eberardo.Eberardo no está seguro de quién era el hombre. Ese día
murieron tres personas: dos mujeres y un hombre de 29 años
llamado Víctor Pérez. Contactada a través de un abogado, la
viuda de Pérez no quiso hacer comentarios.Eberardo fue interrogado por las autoridades fronterizas y
luego estuvo detenido durante unos dos meses en una prisión de
San Diego como testigo material en el caso contra el capitán. Se
ordenó su puesta en libertad el 2 de julio después de que su
abogado argumentara que sus declaraciones como testigo material
habían terminado y que no había razón para seguir reteniéndolo.Edgar y Julio, detenidos en la misma prisión como testigos
materiales antes de ser devueltos a México en junio, atribuyeron
a Eberardo su supervivencia. “Yo me puse a pensar en la celda,
si no hubiera venido Eberardo, ¿qué nos habría pasado?”, dijo
Edgar.El 7 de julio, Eberardo fue devuelto a México. Ahora
arrienda una habitación solo y busca trabajo en una fábrica,
pero hasta ahora no ha tenido éxito y depende del dinero que le
envía María. Tanto él como María afirman que su familia tiene
dudas sobre si unírsele, especialmente porque su hija mayor
aspira a estudiar medicina en Estados Unidos.
“No dejo de sentirme culpable”, dice Eberardo sobre su decisión
de involucrarse en el negocio de la droga. “Destrocé mi vida con
el error que cometí”.
(Por Alexandra Ulmer y Kristina Cooke; Editado en español por
Juana Casas)
Fuente: La Nación