Alberto y Cristina lo están haciendo de nuevo. Como en 2019, cuando le terminaron ganando a la fórmula de Macri y Pichetto, en primera vuelta, 48 a 41. El truco, entonces, parecía demasiado obvio. Pero les resultó. Y parece todavía más cantado hoy, después de un año y 8 meses de peleas expuestas y una muy mala gestión: poner al tope de la lista a candidatos aparentemente moderados para colar por detrás a los más ideologizados y “piantavotos”. Esconder a lo “peor” detrás de lo “digerible”. La receta de 2019 tuvo algunos condimentos dignos de recordar. Por ejemplo: todas las altas fuentes del Frente de Todos se encargaron de decir a los periodistas que Cristina casi estaba retirada de la política. Que solo se dedicaría a cuidar a su hija Florencia, después de su convalecencia en Cuba. Que ella por fin había aceptado que tenía un techo de voto negativo muy difícil de perforar. El relato, la ilusión o el hechizo se rompieron la misma noche de la victoria, y a partir de ese momento, el juego de la vicepresidenta y los chicos grandes de La Cámpora no tardó en revelarse en todo su esplendor.Se sabe: Alberto quería un gabinete de lujo, integrado, entre otros, por Massa y Florencio Randazzo. Y solo pudo elegir unos cuantos ministros propios, algunos de los cuales tuvo que “entregar”, como María Eugenia Bielsa y Marcela Losardo, después de una fuerte presión de Cristina y Máximo Kirchner. En un país con la memoria tan corta, no es ocioso recordar que Bielsa fue la única dirigente del kirchnerismo que aceptó, de manera pública, que integraba una fuerza política que “robó”. Y que Losardo se negó, hasta donde pudo, a presionar a fiscales y jueces con el único objetivo de lograr la impunidad de la expresidenta.El jefe del Estado tuvo que ceder, entre otras posiciones estratégicas, las que representan enormes cajas políticas, como el PAMI, YPF y la Anses. Y aceptó, más allá de cualquier límite moral, presiones que lo obligaron a cambiar de opinión en temas altamente sensibles, como el memorándum de entendimiento con Irán. Ahora, la elección de Victoria Tolosa Paz como primera candidata a diputada nacional en la provincia de Buenos Aires, y de Leandro Santoro, como primer postulante en la ciudad de Buenos Aires, tiene la misma lógica. Tanto una como el otro aparecen como las “caras presentables”. Sin embargo, por detrás se encolumnan, en las posiciones con altas chances de entrar a la Cámara baja, dirigentes incondicionales de Cristina.Tolosa Paz es, sin dudas, una albertista de la primera hora. Ella y su pareja, Enrique “Pepe” Albistur, fueron de los pocos que supieron, mucho antes de mayo de 2019, que Alberto y la expresidenta integrarían la fórmula presidencial. Aunque se muestra algo arrebatada, cada una de sus decisiones políticas es meditada con mucha antelación. Cristina no la considera tropa propia, pero valora su capacidad para responder a los periodistas críticos. Cristina, así como hizo uso de Alberto mientras le sirvió, se prepara para hacer uso de “los activos” de Tolosa en esta campaña. Pero si el Frente de Todos saca un voto menos de lo que la vicepresidenta considera aceptable, será puesta en capilla, igual que el Presidente, por más que su postulación haya facilitado el ingreso de políticos “indigeribles”. Para decirlo de manera sencilla: ella se adjudicará cada voto a favor y le facturará a Alberto cada voto que considere que pierda.En el Senado, el oficialismo tiene mayoría propia. Y en Diputados, está a ocho bancas de quorum propio. Es decir: a siete diputados de quedarse con todo. ¿Qué pasaría entonces si el Frente repitiera el resultado de 2019? Podría sumar 65 bancas, con lo que llegaría a la friolera de 133 diputados nacionales. Cuatro lugares más de los que posee ahora y otros cuatro votos más por encima del quorum. Al mismo tiempo, Juntos por el Cambio apenas lograría renovar 56 lugares y alcanzaría 112 bancas. Es decir; cuatro menos de las que posee hoy. La provincia de Buenos Aires renueva 35 diputados. Y si, como sus dirigentes esperan, el Frente de Todos obtiene en ese distrito el 45% de los votos, podrían ingresar a la Cámara baja hasta los primeros 15 o 16 candidatos de la lista.El número dos es nada menos que Daniel Gollán, exministro de Salud, el primero que echó la culpa a los porteños por la propagación del virus. Gollán fue recientemente –y oportunamente– sobreseído en la causa denominada Qunita, una investigación judicial por la contratación con presuntos sobreprecios de un kit para bebés. Se supone que va a hacer campaña para defender el programa de vacunación “más importante de la historia”. ¿Se lo creerán de verdad? Porque cualquiera sabe que a la Argentina nunca la había impactado una pandemia como la actual. Y que el gobierno de la provincia es, para vacunar, mucho más lento y menos efectivo que la mayoría de los distritos del país, sin hablar de su predilección por la vacuna rusa.Después de Gollán se ubica Marcela Passo, del Frente Renovador. En el cuarto lugar aparece Sergio Palazzo, quien podría sentirse muy incómodo si alguien le preguntara por Juan José Zanola, el exsecretario general de la Asociación Bancaria que estuvo preso dos años por la causa denominada la mafia de los medicamentos. En el quinto lugar se presenta Agustina Propato, exfuncionaria del Ministerio de Seguridad y esposa de Sergio Berni, otra de las abanderadas del “pero Vidal”. En el sexto se encuentra Leopoldo Moreau, quien sigue batallando para transformar a la multiprocesada Cristina en una mártir de la “mesa judicial” de Macri y el periodismo crítico. Lo mismo que Vanesa Siley, otra incondicional de Cristina, como quien le sigue, Hugo Yasky, y la que ocupa el noveno lugar, Constanza Alonso. También responden a Cristina, antes que a nadie, Rogelio Iparraguirre, número 14 de la lista, y Mónica Macha, dirigente de Nuevo Encuentro y esposa de Martín Sabbatella, a quien hace muchos años parecían importarle los hechos de corrupción.Hacia abajo, la lógica es más o menos parecida. Pero, de nuevo, si se revisan los 15 primeros lugares se concluirá que por lo menos en 9 casos se habría impuesto la decisión de Máximo y Cristina. Y en la ciudad de Buenos Aires la lógica no parece ser muy distinta. Porque a Santoro se lo considera un hombre de Alberto, pero desde hace tiempo viene haciendo todos los deberes para que Cristina sepa que nunca dirá o hará nada en su contra. Y lo mismo quien lo secunda, Gisella Marziotta, quien a pesar de responder al secretario general de los encargados de edificios, Víctor Santamaría, dijo e hizo tantas cosas para contentar a la vicepresidenta que su perfil de progre no kirchnerista está siendo puesto en duda hasta por sus propios compañeros de ruta.Se descuenta que también por la ciudad va a renovar su banca Carlos Heller, uno de los casos más particulares de la política argentina. Se autopercibe de izquierda, pero maneja un banco que se presenta como cooperativo, progresista y solidario aunque cobra una de las tasas más altas del mercado. Heller vive del capital de los demás, pero es anticapitalista. Y este año, además de elaborar, junto con Máximo Kirchner, el proyecto de ley para cobrar un impuesto especial a los grandes patrimonios, se destacó por dos acciones muy “productivas”, ambas en plena sesión. Una: festejar la conmemoración de los 35 años del gol que Diego Maradona hizo a los ingleses. Y dos: solidarizarse con la dictadura de Cuba, cuyo gobierno reprimió y metió presas a cientos de personas que reclamaban contra el hambre y a favor de la libertad. “Patria o muerte venceremos”, proclamó. La Argentina acababa de superar los 100.000 muertos por Covid.

Fuente: La Nación

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