La relación de Josefina Fornieles con Palermo Chico se remonta a 1943, cuando no tenía dos años. Su familia se mudó entonces a Ocampo 2985. Allí vivió su madre hasta julio de 2016. “Fue mi barrio de siempre, mi vida. Fui al colegio La Asunción –hoy San Martín de Tours de mujeres–, que estaba a tiro de piedra de casa”.La tapa de Palermo Chico, nuevo libro de Josefina Fornieles.Muchos años después, a finales de los años 90, se enteró de que cada vez que el Banco de Boston inauguraba una sucursal, la Fundación Banco de Boston publicaba un libro con la historia de ese barrio. “Con mi amiga y vecina Mónica Rocca Rivarola, decidimos presentarnos y proponer la edición de un texto que diera cuenta de algunas anécdotas y vivencias de Palermo Chico. El panorama cambió cuando aparecieron, planos, escritos, sucesiones, revistas barriales y la historia oral… siempre presente. Le presentamos el proyecto al Dr. Enrique Morad, y aunque Palermo Chico no era un barrio en sí mismo, y la sucursal estaba a una distancia considerable, nos lo aprobaron”.20 años despuésPasaron 20 años pero, como suele pasarles a quienes les apasiona la investigación, el tema nunca se cerró. Fornieles siguió reuniendo anécdotas y encontrando documentos. “Un día, un señor me comentó ‘ahí en Palermo Chico, las Unzué tenían un lugar de venta de animales y quienes paseaban por la elegante avenida Alvear se quejaban de que en esa cuadra, había olor a potrero’. Tuve reuniones con la familia, entrevistas con descendientes, sin mucho éxito, hasta que Luisa Videla y su marido, se interesaron por el tema y me entregaron parte de la Hijuela de las hermanas Unzué que aparece en el libro, es su soporte documental”, explica.Josefina Fornieles frente a la Embajada de Polonia, la primera casa que se construyó en el barrio y cuya fachada tuvo premio municipal en 1915. (Gentileza Josefina Fornieles/)Así fue que echó manos a la obra y publicó este año con Maizal Ediciones, el libro Palermo Chico 1850-1910. Es decir, desde que esa pequeña porción de Buenos Aires era parte de la quinta Palermo Chico de Juan Manuel de Rosas, hasta su transformación en uno de los primeros barrios parques de la ciudad.Una larga historiaSi hubiera que poner un principio, bien podría ser el lote 8 del camino a Palermo, adquirido por el Restaurador de las Leyes para don Nicolás Mariño, su edecán. Muy valorado por el entorno del Gobernador, Mariño adhirió a la causa rosista toda su vida. Quizás por eso, Rosas agregó el lote 9, lindero al anterior, el 22 de enero de 1848. Una vez concretada la venta, mandó construir una linda casa de material, donde instaló a María y Nicolás Mariño, entregándosela como propia. Con los años, y dada la relación que sus moradores tenían con el Gobernador, pasó a llamarse “Palermo Chico”.La casa de Juan Manuel de Rosas en San Benito de Palermo (Archivo General de la Nación/)El siguiente hito llegó con la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. María Rodríguez, heredera de Mariño, trató de obtener el título de su propiedad y lo consiguió, a través de Juan Nepomuceno Terrero, en su carácter de apoderado de Rosas. Dos meses después de obtener la propiedad, María Rodríguez la permutó con don Máximo Elía, quien le entregó a cambio una casa en la calle Parque 143, y $10.000 moneda corriente.Máximo Elía Álzaga, propietario de Palermo ChicoHijo de Ángel Mariano de Elía García de Zúñiga (1771-1822), Máximo nació el 30 de mayo de 1811. Estudió con su hermano Nicanor en París, en el Liceo Henri IV. Ambos regresaron de Francia hacia 1830, interrumpiendo sus estudios, para contribuir en la administración de la estancia El Potrero de San Lorenzo, que la familia tenía en Entre Ríos. Su madre era Isabel Álzaga Cabrera (1786-1858), hija de Mateo Ramón de Álzaga, primo de primo de José Urquiza y Álzaga y tío de Justo José de Urquiza. La relación entre los Urquiza y los Elía fue muy estrecha: se consideraban “tía” y “sobrino” respectivamente.Máximo, en representación de su madre y varios de sus hermanos, acabó firmando la venta de El Potrero a favor de Justo José de Urquiza.En posesión de Palermo Chico, hacia 1857 –cuando ya había realizado su primer viaje la locomotora La Porteña–, Máximo vendió tres 3.400 varas al Ferrocarril del Norte para el tendido de sus vías que pasarían por la propiedad en su recorrido hacia el Tigre. En 1862, Máximo viajó a Brasil donde conoció a Isabel Foster, hija del representante de Inglaterra en la corte de Pedro I. Se casaron y tuvieron un hijo: Nicanor Elía Foster.Máximo Elía y su esposa, Isabel Foster de Elía. (Gentileza Josefina Fornieles/)Máximo murió poco tiempo después, el 24 de junio de 1865. Los herederos eran su esposa Isabel, y el pequeño Nicanor de dos años. Isabel se presentó ante el juez y solicitó que designara como albacea de la herencia a su cuñado Nicanor Elía Álzaga y como tutor al yerno de este Carlos Saavedra Zavaleta (nieto de Cornelio Saavedra).A pesar de la buena administración, en 1872 Palermo Chico salió a remate judicial. Si bien el comprador fue Mariano Saavedra y Otálora, en la práctica el verdadero propietario fue su hijo Carlos Saavedra Zavaleta, quien estaba inhibido por cumplir el doble rol tutor de Nicanor Elía Foster y comprador del bien. Las cosas no terminaron bien, y cuando Nicanor cumplió 18 años, entabló una demanda contra su tutor aduciendo mala administración, que no prosperó.Los Saavedra Zavaleta-Elía fueron propietarios y vivieron en la quinta Palermo Chico durante 13 años. En ese lapso la zona se transformó. El camino a Palermo se convirtió en Av. Alvear, su trazado continuaba hacia el norte.Por otra parte, en 1872, el FCA, que corría paralelo a la Av. Alem, en el encuentro con la actual Av. Pueyrredón, construyó la estación Recoleta. Durante 44 años, las vías de este ferrocarril corrían por la actual av. Figueroa Alcorta. Entre esta estación y la estación Palermo, los trenes atravesaban las quintas de Samuel B. Hale, Palermo Chico, la Quinta Castex y la de Vicente Costa.Saturnino E. Unzué, precursor de la ganadería argentino y propietario de Palermo Chico.A raíz del forzado retiro, Carlos Saavedra, sin recursos fluidos para hacer frente a sus obligaciones, recurrió a préstamos que no pudo devolver. En 1885 vendió Palermo Chico a Saturnino E. Unzué.Saturnino E. UnzuéPropietario de enormes extensiones de campo en todo el país, en 1880 llegó a poseer 250.000 hectáreas, lo que lo convirtió en el mayor terrateniente y un gran precursor de la ganadería argentina. Así las cosas, la quinta de Palermo Chico, con su estación ferroviaria, era estratégica para el movimiento de la hacienda que debía traer a remate de sus estancias. Saturnino falleció en 1886 y su hijo Saturnino José se hizo cargo de la administración de los campos. Las hermanas mujeres, María Unzué de Alvear, Concepción Unzué de Casares y Ángela Unzué de Álzaga, heredaron por partes iguales la quinta de Palermo Chico, y confiaron la administración del bien a Saturno, como llamaban a su hermano Saturnino.Saturnino J. Unzué presentando un magnífico padrillo del Haras San Jacinto. (Archivo Thomas de Luynes/)Los Unzué, junto con Benito Villanueva y otros amantes del turf, fueron importadores de caballos reproductores. Desde 1901, se remataban en la quinta Palermo Chico los pura sangre que llegaban en ferrocarril. Fornieles estima que fue por entonces que se debe haber demolido la casa construida por Rosas y habitada por Máximo Elía y los Saavedra Zavaleta. Un proyecto de loteo de 1904, en nada diferente al damero del resto de la ciudad, muestra la existencia de una gran construcción en medio del terreno, probablemente el tinglado donde se realizaban los remates. De las antiguas construcciones, no quedaron ni rastros. Palermo Chico se convirtió en un local de venta de caballos.En 1906, la casa de remates de Adolfo Bullrich (ya fallecido), alquiló Palermo Chico a las hermanas Unzué para abrir otro local. Hay varios testimonios que dan cuenta de que los remates se sucedieron allí entre 1906 y 1909. Para entonces, los terrenos sobre la Av. Alvear comenzaron a cotizarse muy alto. A su vez, la ciudad se preparaba para los festejos del Centenario.25 de mayo de 1910Para la celebración del Centenario, el intendente Manuel Güiraldes llegó a un acuerdo con las hermanas Unzué que fue el puntapié inicial para la transformación de ese rincón de Buenos Aires. La Municipalidad adquirió una parte de la quinta.El Pabellón de España se montó exactamente en lo que fue la quinta Palermo Chico, que las hermanas Unzué le vendieron a la Municipalidad. (Colección Ferias & Congresos/)Los pabellones levantados para la ocasión fueron cinco: Ferrocarriles y Transporte, Industria, Arte, Higiene y Agricultura, todos a lo largo del eje de la actual Av. Libertador. La quinta Palermo Chico fue solicitada por la Cámara Oficial Española de Comercio y Navegación para levantar allí el Pabellón Español. La Madre Patria se convirtió así en el único país que tuvo un espacio físico aparte, y mucho mayor en superficie que los que tuvieron los demás países.La Infanta Isabel en persona, que viajó para la ocasión, colocó la piedra fundamental el 30 de mayo de 1910. Los trabajos insumieron cuatro meses y la apertura oficial tuvo lugar el 29 de octubre, con la presencia del flamante presidente Roque Sáenz Peña.La Infanta Isabel visitó la Argentina con motivo del Centenario, en mayo de 1910. (Colección César Gotta/)Los comerciantes eligieron el boceto del arquitecto Julián García Núñez, el mismo que construyó el Hospital Español, y propuso un diseño innovador, con una serie de edificios espaciados entre sí, abiertos, aunque a su vez articulados.Las exposiciones mostraron al mundo que la Argentina estaba en condiciones de ser una potencia. Los hombres del Centenario tenían claro que aún faltaba mucho por realizar. Entre lo “pendiente” estaba la modernización de la ciudad que aspiraba a tener tres grandes parques. Contaba ya con el Parque 3 de febrero, en 1904 se concretó el Parque Chacarita, y para 1928 se inauguraría el Parque Rivadavia.Palermo Chico en 1904. (Gentileza Maizal Ediciones y Josefina Fornieles/)Los Barrios ParqueEn la sesión del Concejo Deliberante del 1 de diciembre de 1911, se hace menciona la voluntad de crear barrios parques en la ciudad. “Los terrenos destinados a la venta por esta ordenanza serán deslindados en el concepto del mayor embellecimiento debiendo en lo posible los bloques deslindados ser rodeados con calles abiertas entre jardines… de manera de asegurar a estos barrios parques un tipo especial de edificación diferente a los demás del municipio, ver la mejor forma para dotar de barrios parques a todas las parroquias del municipio, calculando las necesidades actuales, sino también las del rápido y lógico desarrollo de la ciudad.Josefina Fornieles. Ha investigado Palermo Chico durante más de 20 años.Es importante notar que “barrio parque” es, entonces, un nombre genérico que implica un barrio con calles curvas, abiertas entre jardines, con construcciones diferentes al resto de la ciudad, no con la idea de crear algo exclusivo.En 1912, mientras de ensanchaba la Av. Alvear, Carlos Thays preparó los primeros proyectos del primer barrio parque que tendría la ciudad, en la quinta de Palermo Chico. El 1 de diciembre de 1912 se aprobó el acta de creación, y en 1913 comenzaron las ventas. La primera casa que se empezó y concluyó en tiempo y forma según lo estipulado por el proyecto fue la de Eduardo Lanús, actual Embajada de Polonia. En 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, y con ella se dieron algunas postergaciones.El emblemático lapacho de Av. Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla, construida por los arquitectos Acevedo, Becú y Moreno para la familia Díaz Vélez. (Sophie Le Comte/)Una vez levantadas las vías del Ferrocarril del Norte, que corrían por la actual Av. Figueroa Alcorta, las hermanas Unzué vendieron el resto de la Quinta de Palermo a la compañía de Seguros La Mundial. Si bien los planos de este sector no están firmados por Carlos Thays, ni por su sucesor Benito Carrasco, el diseño es el de un perfecto barrio parque. En este loteo se destaca la residencia de Av. Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla, construida por los arquitectos Acevedo, Becú y Moreno para la familia Díaz Vélez, conocida por los porteños como “la casa del lapacho”.
Fuente: La Nación