La cuenta de IG de Carmelo Carrá (Italia, 1945) parece esos parajes abandonados por la reestructuración de las líneas ferroviarias. Quedan allí detenidos en un páramo delineado por líneas de metal donde sobrevive el esqueleto de lo que antes era un nodo, un punto de contacto entre soledades, idénticas, seriales casi. Hay aquí apenas 15 publicaciones sin actualizar desde fines de 2020 con obras que van desde fines de los 60 a mitad de los 80, donde sobresale el lote más antiguo. Son proezas de un pop art que no es de aquí, ni de allá como decía la canción aquella: Carrá pasó como un cometa por la escena porteña dejando algunas obras en el Museo de Arte Moderno que le dedicó una muestra en 1968, año en que se estableció en París. Su biografía es por demás escueta y muy difícil de reconstruir siguiendo sus pistas en Internet. Rafael Cippolini que lo incluyó en la muestra Argentina Lisérgica, un repaso libérrimo sobre el cruce entre el LSD y el arte, la moda y la publicidad en los 60 (El Moderno, de nuevo, 2014) dice ahora que “Carrá es el gran olvidado de los 60” y que rescató del acervo del museo obras que habían sido destratadas por años acaso por cierta impronta publicitaria. Se sabe que vive en París y no mucho más. Pero en su perfil (¿se dice así?) hay una obra magnética: “Noche de Saint Germain” (James Brown) fechada 1975. Es un retrato del reverendo del funk en acción con una técnica pop-psicodélica de acrílicos saturados y contrastados que Jorge de La Vega pintando a Hendrix en 1968 había resuelto desde el blanco y negro. Duelen los cuatro likes que se le dedican. Como flores de plástico en la tumba de un familiar lejano, olvidado.******La otra Carrá, también italiana y bastante argentina, había nacido tan solo dos años antes que nuestro pintor misterioso (se supone que vive) y mucho antes de que acelerara las hormonas de chicos, chicas y quienes luego crecieran en una franja sexual indistinta (así quedó documentado en la profusión de obituarios selfie que capturaron la atención del lector digital en esta semana de su muerte) ella llamó la atención de un músico vanguardista argentino que paseaba por Roma. Hasta que no lo encontré en 2019 en un bar pequeño de la calle Azcuénaga Miguel Angel Rondano había sido dado por muerto por los mismos que posaron con él en la tapa de Primera Plana en agosto de 1966 cuando el Pop argentino irrumpió en los kioscos del país. Rondano quedó entonces imantado por el musical Ciao Rudy donde Marcello Mastroianni retomaba la leyenda de Valentino en el teatro Sistina rodeado por un coro de chicas entre las que estaba una tal Raffaella Carrá de poco más de veinte años que venía de bajarse de una posible carrera en Hollywood. En Buenos Aires, Ciao Rudy fue Help Valentino! la primera obra de café concert que reunió sobre un mismo escenario a Carlos Perciavalle, Antonio Gasalla y Edda Díaz. Diez, doce años antes de que los especiales de Raffaella enloquecieran a mi hermana (me parece más bella ahora en el necro-inventario que entonces que ya era…bomba) frente al televisor blanco y negro, de algún modo, a través de un músico que el futuro creería muerto antes de tiempo su desnuque había llegado a Buenos Aires.*******Obituario selfie: Nada sobre no saber lo que pasaba en el país mientras las tacitas de té del Ital Park giran que te giran, el Boca de Lorenzo se lleva todo puesto y Raffaella provoca que los cuerpos rígidos, entumecidos por el rigor mortis del régimen, se muevan. Como sea, con un número de teléfono de estribillo (¿poesía concreta?) o la historia de Luca que acá fue “Lucas” (pero no Prodan). Nada tapa la tragedia que se vivía más o menos a las sombras pero tampoco es justo que su figura radiante (¡todos queríamos una tía lejana así para la mesa de Año Nuevo!) tenga que cargar el peso de la época. Por lo pronto, a escondidas, hurgaba el casette de Grandes Exitos de mi hermana para escuchar “Black Cat”, una canción en inglés de la Carrá que era lo más parecido a mi rock pre teen de Kiss y Queen. Cruzadas las carreras de la Carrá y el Carrá ahora imagino una sala con esas pinturas de pop desviado, colores planos y la banda sonora de ese Shangri La gay compuesta por sus hits. Muestra, que fantástica, fantástica, esta muestra. Arrivederci Raffealla y Benvenutti Carmelo (es hora).

Fuente: La Nación

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