Solo dos cosas –dos guerras, las más terribles– lograron interrumpirlo. Desde su creación, a principios del siglo XX, el Tour de Francia viene realizándose cada año, con su despliegue de esfuerzo, belleza, festejos, emoción. Solo la Primera y la Segunda Guerra mundiales pudieron con él. En lo que toca a este siglo y a su particular contienda sanitaria, hasta el momento la pandemia de coronavirus no afectó a la competición que, así lo atestigua esta imagen, se encuentra en pleno desarrollo.Julio es un buen mes para estar en Francia: temporada de verano, tiempo de festivales. Brilla la fotografía en Arles, el teatro en Avignon, el cine en Cannes, la ópera en Aix-en-Provence. Y por supuesto, beneficiados por el buen tiempo y a través de paisajes que van del mar a la montaña y de allí a la campiña, los ciclistas del Tour marcan también su presencia.Aquí atraviesan el territorio de Saint-Laurent-du-Pont, región Ródano-Alpes, una de las 21 etapas que los participantes deben recorrer desde el 18 de junio, fecha de inicio de la competición, hasta el 18 de este mes, fecha de su cierre.Este año el Tour arrancó con un accidente a tono con una época enamorada de la imagen y las selfies: una espectadora, que portaba un curioso cartel escrito a medias en francés y a medias en alemán (“Allez opi-omi”) intentó sacarse una foto donde aparecieran ella, su cartel y los ciclistas… pero terminó generando una desordenada y peligrosa caída en cadena de todo un pelotón de participantes.Como corresponde también a estos tiempos, la celebridad de la portadora del cartel y la viralización del video del accidente ya fueron convenientemente engullidos por la maquinaria de internet. Mientras tanto, el Tour de France continúa en lo suyo. Una puesta donde el deporte se encuentra con la estética, una aventura voluntariosa: el eco siempre bienvenido de los festejos colectivos.

Fuente: La Nación

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