En tiempos plagados de ficciones basadas en hechos reales, en libros sobre historias personales, series inspiradas en biografías o documentales que indagan sobre hechos pasados, el teatro no es ajeno a esta tendencia. La autoficción, el biodrama y el teatro documental buscan acercarse al hecho o al sujeto y mirarlo con lupa; analizarlo, desarmarlo.Decía el investigador Oscar Cornago sobre el biodrama en 2005: “En el teatro, en respuesta a una realidad mediatizada por las tecnologías de la imagen, se asiste a una reivindicación de una realidad humana en bruto. Se trata de una defensa de la subjetividad más allá de intelectualismos”. Suena más contemporáneo que nunca, pero ¿se puede revivir lo que ya pasó? ¿Se puede revivir lo que no se vivió? La pregunta está instalada hace siglos, esa tensa relación entre ficción y verdad. Si acaso son antagonistas o, al contrario, dos puntos de partida posibles para la creación.En Hiroshima mon amour, el cineasta Alain Resnais, uno de los exponentes claves de la Nouvelle Vague, que ya había realizado el documental Noche y niebla para retratar de un modo crudo y potente al Holocausto, no quiso repetir el mismo procedimiento de registro documental cuando le pidieron que hiciera un corto sobre la bomba atómica; porque empezó a advertir la imposibilidad de vivir lo que no se vivió. Para los documentalistas que corren detrás del suceso histórico aun buscando infinitos testimonios, sacando fotos, yendo a todos los lugares necesarios, en un intento de palpar al hecho, no, es esquivo. “No has visto nada en Hiroshima”, le dice él, y ella le responde: “Sí, lo he visto todo. Todo”. Ese será el debate, la distancia irreconciliable de ellos, de los protagonistas de una película que marcó a fuego al cine.¿Cuán cerca se puede estar del hecho real en una ficción? ¿Importa en definitiva de dónde provenga la historia?Enrique Dumont y Edgardo Moreira, en El Fixer, una obra que toca profundo la realidad argentina (Lucas Suryano/)Para entender esta profundización y tendencia en busca de la verdad en las artes escénicas quizás haya que remontarse al comienzo del teatro moderno, con el surgimiento del realismo a fines del siglo XIX como respuesta clara y contundente al romanticismo. Un momento histórico que empezó a reclamar una representación más acorde a la realidad. Hasta aquel momento, los textos no conectaban con la problemática cotidiana, con la realidad del espectador. Los dramas románticos, las peripecias y los enredos, los textos en prosa y verso clásicos del romanticismo parecían distanciarse en demasía de los hombres reales.“Estamos luchando por iluminar la oscura existencia de las clases pobres, por darles a ellos unos minutos de felicidad y de elevación estética que los alivie de la lobreguez que los envuelve”, decía el propio Stanislavski en el discurso de apertura de su Teatro de Arte de Moscú allá por 1898. La tarea parecía ardua. Llevar a las clases más humildes a las salas, que el teatro deje de ser para una elite. Y así los temas cambiaron. Aparecieron autores como Chejov, Strindberg, Ibsen, Zola, y luego se profundizaría el asunto con los realistas norteamericanos como Arthur Miller y Tennessee Williams. Los temas de la vida cotidiana, los tormentos diarios, la búsqueda por la propia identidad, la puja por romper los moldes que ajustaban se volvieron temas teatrales.“Seamos tan complejos y tan simples como la vida misma. La gente cena y al mismo tiempo logra la felicidad o destroza su vida”, decía Chejov para explicar la complejidad de lo simple. Y entonces hacía su ingreso al teatro el drama cotidiano.Hoy en día, eso parece no alcanzar. La realidad capaz de superar cualquier ficción copa la parada y se mete en el barro, de lleno, de cabeza. En este punto, se podrían diferenciar aquellas obras que parten de un hecho histórico como podría ser Happyland, de Gonzalo Demaría, dirigida por Alfredo Arias y en escena en el Teatro San Martín. Otro caso es Potestad, de Tato Pavlovsky, dirigida por Norman Briski e interpretada por María Onetto que toca el tema de la apropiación forzosa en la última dictadura militar. Hasta incluso El fixer, de Mario Diament, que se puede ver en El Tinglado y que toca temas políticos, históricos aunque cercanos. Barbijo mediante, dos argentinos se encuentran en Miami por casualidad, de a poco se irán descubriendo los misterios relacionados con un hecho prácticamente actual que incluso tomó forma de serie documental.María Onetto hace Potestad, de Pavlovsky, sobre los desaparecidos durante la dictadura militar“No veo al pasado como una realidad. El pasado, la historia, equivale a otra ficción, a algo que uno no vivió y de lo que solo puede informarse en otros libros. Incluso cuando uno escribe sobre hechos contemporáneos no está tomando la realidad, sino una conjetura”, reflexiona Gonzalo Demaría, autor de Happyland que toma como disparador la figura de Isabel de Perón para hablar de diferentes momentos de la historia argentina pero con humor, usando la sátira como procedimiento. “Hago de una Isabelita que alcanzó la Presidencia, pero es pura coincidencia. La vida al arte imita. Este cuento no ocurre aquí, tome nota porque son dos países de ficción: Argentina y Panamá. Yo como punta de lanza de toda esta compañía insistiré ante usía en la pura semejanza. Tome nota escribano, desde el código romano, la sátira es un derecho”, dice Alejandra Radano para darle comienzo a la obra.“Siempre hubo cierto morbo en recontar ‘historias reales’, como prueban, por ejemplo, los romances sobre bandidos en la lengua española o las baladas sobre criminales en la inglesa. Incluso leyendas de magia tan inverosímiles como la del Doctor Fausto (personaje que existió) fueron publicadas como historias reales, en este caso en 1587 y con larga descendencia en teatro, cine, ópera, etcétera. Actualmente las series toman esa tradición y, desde luego, con un mejor y más masivo marketing”, concluye Demaría ensayando una respuesta a la cantidad de propuestas basadas en la propia vida. ¿Existe algo semejante?La figura de Isabel Perón, como eje de Happyland, con Alejandra Radano y Josefina Scaglione (Carlos Furman / CTBA/)Otras obras, en cambio, narran hechos contemporáneos y puntuales. Como es el caso de La ilusión del rubio, disponible en el canal de YouTube del Cervantes Online; Jauría, en el Picadero, Cuántas mujeres son muchas, un estreno reciente del Cultural San Martín que toma el tema de la cantidad de femicidios que se produjeron desde 1993 hasta la actualidad en Ciudad Juárez, México. Unas tres mil mujeres murieron y todavía hay 600 desaparecidas. Hechos reales, contundentes, inimaginables, crueles pero que suceden, y siguen sucediendo y piden pista para no caer en el olvido. ¿Qué pasa cuando la realidad supera a la ficción?La ilusión del rubio, de Santiago San Paulo, dirigida por Gastón Marioni e interpretada por Martín Slipak, ficcionaliza de un modo original la dramática desaparición de Facundo Rivera Alegre en Córdoba en 2012. Con tan solo 19 años, salió de su casa el día anterior a la noche y nunca más se supo de él.“El texto lo escribí especialmente para la convocatoria del Teatro Nacional Cervantes. Conozco a la mamá de Facundo, Viviana, porque he participado de distintas actividades que ella ha realizado buscando a su hijo. La entrevisté en distintas oportunidades así que ella tiene una gran participación en el contenido del texto pero que, por supuesto, está atravesado por la ficción porque es lo que yo hago. La ficción ligada a la realidad es un modo de renovar los conceptos. A veces se piensa que la realidad y la ficción son cosas antagónicas cuando, en verdad, siempre han estado muy relacionadas. No sé si hay algo más antagónico de este casamiento entre la ficción y la realidad que la muerte misma, o la desaparición, que es un motor de vida este encuentro entre la realidad y la ficción”, cuenta San Pablo responsable de construir a un Facundo fantasmagórico e imaginar qué podría estar diciendo de sus últimos días. “La vida se alejó del teatro porque el teatro se alejó de la vida, decía Artaud. La obra es un intento de rebatir esa frase que aún nos interpela” concluye.Jauría es una obra documental de Jordi Casanovas, que retrata el crimen y la violación de una muchacha en San Fermín, en 2016 (Jacaranda Fossatti Gimenez/Prensa Jauría/)Gastón Marioni al mando de la dirección y Martín Slipak en la actuación terminaron de darle vida a esta obra imperdible. “El primer punto de trabajo para la construcción de La ilusión del rubio fue hablar con la mamá de Facundo. Lo principal fue pedirle permiso a ella. Tomar la voz de alguien que no está, que no puede hablar, teorizar sobre lo que una persona que está desaparecida diría si se sube arriba de un escenario. Interpretarla, ficcionalizarla, llamar al juego también. Porque la única forma de construir esta denuncia en un escenario era a partir del juego”, cuenta Slipak –Facundo en la obra–, que se reunió junto con Marioni con Viviana en un Zoom para mostrarle lo que habían construido y ella dijo que sí.“Muchas veces estás ficciones sobre hechos reales generan en el público la necesidad de revisar su rol social frente a un hecho determinado y obliga a preguntarse sobre su posición tanto hacia el pasado cómo hacía el futuro. La interpelación se vuelve más concreta”, concluye Slipak, que también pone el cuerpo en una obra documental como Jauría, de Jordi Casanovas, que parte del hecho concreto sucedido en 2016 en la Fiesta de San Fermín en el que cinco amigos violan en manada –¿o en jauría?– a una joven interpretada por Vanesa González. El texto de Casanovas fue creado a partir de transcripciones del juicio que tuvo lugar entre 2017 y 2019, con fragmentos de las declaraciones de acusados y denunciante publicadas en diversos medios de comunicación.Imprenteros, la obra de Lorena Vega y sus hermanos, en la que retratan su pasado familiarTambién se despliega otra ventana: aquellas obras que parten de imágenes propias, de recuerdos, de anécdotas de los protagonistas como sucede en los casos del biodrama (Imprenteros, por ejemplo, de Lorena Vega) o El equilibrista, de y con Mauricio Dayub, dirigida por César Brie, que puede verse en el teatro Chacarerean de viernes a lunes, que no se trata de un repaso específico por la biografía pero que sí trabaja con materiales que pueden dispararse de ella, con familiares, como homenaje también de las propias raíces.Se podrá pensar que prácticamente todas las historias pueden partir de un hecho “real”. Pero hay una diferencia sustancial entre aquellas que parten de un hecho histórico argentino, mundial, contemporáneo, lejano en el tiempo o incluso de la propia historia. El impacto profundo que produce en el espectador es incomparable. La pregunta sobre si esto que se está viendo frente a mis ojos pasó de verdad es incomparable. Propone un pacto de lectura distinto y mucho más profundo. Y ni que hablar si en la platea se encuentra sentada al lado de uno la madre de Facundo, Viviana, que grita y sigue preguntando “¿dónde está facundo?”.Mauricio Dayub en uno de sus mayores éxitos: El equilibrista (Gentileza Marcos López/)Para agendar:1. Cuántas mujeres son muchas, en el Cultural San Martín, viernes a las 20.2. Jauría en el Picadero, domingos a las 18.3. El fixer en el Tinglado, sábados a las 20.4. La ilusión del rubio en el canal de YouTube del Cervantes.5. Happyland, sábado 3 y domingo 4 de julio, a las 20.6. El equilibrista, en el Chacarerean Teatre, viernes, sábados, domingos y lunes a las 19.30.7. Potestad, reestreno el domingo 18 de Julio a las 20.

Fuente: La Nación

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