Una política de seguridad seria y duradera, sin importar los colores políticos que ocupen –transitoriamente– los despachos oficiales, parece ser una utopía en esta cada vez más asombrosa Argentina. Cada gobierno que asume el poder cree “descubrir la pólvora” frente a los graves problemas que acarrean el crimen y el criminal. “Más policías en las calles” es la frase fetiche que utilizan los ministros de seguridad desde la restauración democrática hasta nuestros días, como si fuese una fórmula mágica que, por sí misma, ahuyentará a la delincuencia y hará reinar la paz.Pareciera ser que entre los equipos técnicos de estos secretarios de Estado no son incluidos –o al menos, no son escuchados– los criminólogos o especialistas en psicología criminal. Estos profesionales, sin duda, le dirán al titular de la cartera de seguridad que el delincuente no se intimida frente a la policía, a los fiscales, a los jueces y todo aquel que represente al sistema penal del Estado. Por el contrario, el delincuente desafía al sistema. Permanentemente. Es inconcebible que este concepto básico de la psicología criminal no sea tenido en cuenta por las sucesivas administraciones y se intenten experimentos sociales con el derecho penal a un costo gigantesco: las víctimas de la delincuencia.La presencia de efectivos en las calles brinda una “sensación de seguridad” a los honestos. Pero de ninguna manera puede ser considerada una política de seguridad. Por una simple razón: el delincuente tratará de evitarlos y seguir con sus tropelías; y el Estado no podría tener nunca un policía en cada casa, en cada comercio, en cada plaza. Sumado a eso, si a la ausencia de estrategias antidelito, se agrega el enfermizo marketing político que informa detalladamente y mediante conferencias de prensa exteriorizadas en diarios, revistas, TV, portales de internet, redes sociales y hasta en plataformas de mensajería personal, de la presencia de las fuerzas del orden para luchar contra el delito, convirtiendo la propaganda en una obsesión de los asesores-gurúes de imagen de los dirigentes, el resultado no puede ser sino el fracaso. El rotundo fracaso.Pero existen muchos trabajos sobre tácticas y estrategias de prevención delictual. Otros tantos, sobre inteligencia criminal. Muchas obras cumbre describen y explicitan el proceso penal (la investigación, el juicio y la sentencia), etcétera. Sin embargo, hay un tema tabú en el sistema penal: la cárcel. La cárcel es políticamente incorrecta. De hecho, muchos pretenden su eliminación (aunque no ofrezcan alternativa alguna a cambio). Otros miran hacia el costado. No se inauguran nuevos establecimientos –salvo pequeñas alcaidías– ni se reparan los existentes. La cárcel es noticia cuando se cometen delitos detrás de sus muros o cuando se produce algún evento deportivo o artístico para los internos.El día a día solo es motivo de series para la televisión El cumplimiento de condenas en una unidad penitenciaria es el eslabón más delicado de todo el sistema penal. Hay cientos de tópicos para discutir en torno al sistema carcelario. Excedería con holgura esta columna. Solo un ejemplo: los internos deben hacer algo productivo en los penales. Trabajar, estudiar, aprender un oficio, enseñar un oficio, hacer deportes, etcétera. El ocio negativo engendra violencia y más delito. ¿El Estado puede obligar a un inocente (un detenido no condenado) a hacer cosas contra su voluntad?Si el Estado, a través de sus magistraturas judiciales, puede restringir a un todavía inocente su derecho a la libertad ambulatoria, ¿cómo no podría restringir su derecho a la vagancia y a la holgazanería dentro de un penal?Los que están en libertad sin procesos abiertos pueden optar por la vagancia. El que tiene deudas con la comunidad no. ¿Polémico? Pues, discutámoslo. Empecemos por el final. La cárcel puede ser el secreto de una política criminal, aunque sea, aceptable.Fiscal del Ministerio Público de la provincia de Buenos Aires
Fuente: La Nación