El trabajo de la médica Celeste Celano no se parece hoy mucho al que tenía dos o tres años atrás. A esta altura del año, su consultorio solía estar abarrotado de chicos con gripe o bronquiolitis. La previa a las vacaciones de invierno siempre se consideró la temporada alta de los consultorios pediátricos. Sin embargo, ahora el panorama es distinto. Es cierto, el protocolo despejó la sala de espera, pero eso no significa que haya menos demanda. El cambio más profundo reside en que las razones de las visitas dieron un giro copernicano. Ya no llegan niños con mocos, dolor de garganta o fiebre; tampoco hay madres preocupadas por una invasión de piojos ni por enfermedades infectocontagiosas. “Y no es que tenemos menos trabajo los pediatras. Hoy, más del 60% de las consultas que recibo están relacionadas con patologías generadas por la pandemia”, explica Celano. Chicos con dolor de cabeza sin causa orgánica, pacientes con trastornos alimentarios o angustias que se trasforman en insomnio, otros que tartamudean y una larga e inclasificable lista de padecimientos que tienen un origen común: el aislamiento tan prolongado.Y esto no ocurre únicamente en su consultorio. El denominador común en las visitas a los pediatras hasta antes de la pandemia eran las enfermedades infectocontagiosas y sus síntomas habituales: la gripe, la tos, la fiebre, el catarro; así como los dolores de estómago y de cabeza, las alergias, los calendarios de vacunación y controles. Ahora, el panorama es otro. La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) emitió el jueves pasado un comunicado en el que advierte sobre el aumento de los trastornos funcionales en niños, niñas y adolescentes a causa del aislamiento motivado por la pandemia. “Dolor abdominal recurrente, cefaleas, dolor en miembros inferiores, en la zona del tórax, son algunas de las manifestaciones que, sin tener un origen orgánico específico, aparecen y desaparecen como respuesta del organismo ante situaciones crónicas de estrés”, se explica.La pediatra Celeste Celano, en su consultorio en Caseros (Victoria Gesualdi / AFV/)¿Qué son los trastornos funcionales? Cuando las situaciones de estrés no pueden ser verbalizadas, suelen expresarse con síntomas como dolor, sin una lesión orgánica demostrable. “A esto se le llama síntomas funcionales. Cuando son intensos y afectan las actividades diarias como comer, dormir, jugar o aprender, se convierten en trastornos y suelen motivar la consulta médica. Algunas familias presentan una mayor tendencia a tener síntomas funcionales”, describe el pediatra Juan Pablo Mouesca, psiquiatra infanto-juvenil y miembro de SAP.“Aparecen las llamadas quejas somáticas, que es la forma en que el cuerpo expresa lo que se siente”, apunta Angela Nakab, especialista en pediatría y adolescencia, miembro de la SAP. Y advierte que los padres no deberían desatender estas llamadas de atención de los chicos. “El dolor no es inventado, lo sienten. Y los dolores se presentan en un amplio espectro: desde leves, universales y transitorios, hasta graves, raros e incapacitantes”, dice el informe.Un futuro incierto, el distanciamiento, miedos y angustia, temor a la enfermedad, cambios en la rutina cotidiana, situaciones de duelos familiares o pérdidas del trabajo, no poder encontrarse con familiares o amigos, no tener contacto físico ni abrazos ni ver a los abuelos, son todas situaciones características de la pandemia y del aislamiento y que agudizaron y aumentaron las consultas por trastornos funcionales, detalla el informe de la SAP.Entre los más chiquitos, suele ser el dolor abdominal recurrente, indica la pediatra Raquel Sanguinetti, miembro del Comité de Medicina Ambulatoria de la SAP. Entre los chicos más grandes, las cefaleas; y en la adolescencia, el insomnio y la fatiga. “Son todos síntomas que vemos con mucha más frecuencia en la práctica clínica diaria. Lo primero que hacemos es ver si tiene una causa orgánica. Para eso son fundamentales el examen clínico presencial y la entrevista con el chico y sus papás. Las causas que le están generando estrés pueden ser muchas y lo prioritario es encontrarlas para poder ayudarlo”, dice.Para esta época del año, antes de la pandemia los consultorios pediátricos tenían una avalancha de casos de enfermedades respiratorias (Victoria Gesualdi / AFV/)Que haya cambiado la jornada de los pediatras no significa que tengan menos trabajo. “No recibimos el aluvión de los cuadros agudos, porque toda consulta infectocontagiosa se deriva a las guardias o se canaliza primero mediante videollamada, porque así establece el protocolo”, recuerda Sanguinetti.También es cierto, coinciden los pediatras, que los padres desarrollaron nuevos criterios de alarma propios de la pandemia. Esto es, ante un golpe o una caída, un cuadro de 37°5 de fiebre o tres manchitas en la espalda, antes no dudaban en correr a la guardia o al consultorio de su pediatra de cabecera. “Ahora, se espera un poco más antes de tomar esa decisión, justamente por el miedo al contagio del Covid-19. Pero también significa que los padres están siendo más criteriosos a la hora de la consulta”, relata Celano.ContracaraEste temor también tiene una contracara: que muchos chicos se hayan atrasado en el calendario de vacunación o incluso que no se hayan realizado ningún control pediátrico en más de un año y medio. O también que, ante la decisión de esperar a ver si el cuadro es grave, finalmente lleguen a una primera consulta en estadios demasiado avanzados. “Este año tuve pocos pacientes con apendicitis, en cambio recibí varios con peritonitis. Esa decisión de esperar a ver si se pasaba el dolor de pancita terminó en un cuadro mucho más grave”, señala Celano.Otra parte del cambio en los consultorios pediátricos se explica por la aceptación social de la telemedicina. Casi todos los pediatras destinan uno o varios días para atender pacientes de forma remota. “Es una consulta más de seguimiento, porque siempre es necesaria la primera evaluación en forma presencial. Pero nos permite acompañar el tratamiento”, aclara Sanguinetti. Y por supuesto no sobrecarga tanto el Whatsapp de los pediatras fuera del horario de consultorio, un trabajo no remunerado que los obliga a estar disponible incluso en horas de desconexión.“Pero también nuestro trabajo cambió bastante a causa de las medidas de distanciamiento. El año pasado, cuando no hubo clases presenciales, casi no hubo circulación de adenovirus. La gripe, la bronquiolitis, que en esta época desbordaban los consultorios, las guardias y las internaciones, en este tiempo fueron mínimas. Nos hace falta reflexionar sobre la creencia de que los chicos se enferman por el frío. Y no es así”, dice Celano.“La incidencia de enfermedades respiratorias se da por permanecer en lugares cerrados, no por estar expuesto al frío. Este año casi no hubo bronquiolitis. La experiencia de la pandemia no deja dudas. Los chicos no se contagian por el frío, sino por permanecer mucho tiempo en ambientes cerrados y mal ventilados, con muchas personas. El uso del tapabocas también influyó. Es un aprendizaje que debería hacernos replantear algunas cosas, más allá de esta pandemia”, apunta Mario Elmo, pediatra miembro de SAP y vicedecano del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad de La Matanza.

Fuente: La Nación

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