La argumentación en términos políticos de amigo-enemigo está claramente presente en la construcción de poder en la Argentina de hoy. La teorización, desde el análisis de la dialéctica amigo-enemigo, proviene del pensamiento de Carl Schmitt para quien cualquier enfrentamiento público y cualquier oposición religiosa, moral, económica y social constituyen política siempre que tengan la fuerza suficiente para agrupar a las personas en amigos y enemigos.En su obra de 1932, El concepto de lo político, considera: “La esencia de las relaciones políticas se caracteriza por la presencia de un antagonismo concreto” cuya “consecuencia última es una agrupación según amigos y enemigos”. El enemigo es “el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo”.En esta visión, entonces, existen “ellos”, por un lado, y “nosotros”, por el otro. Dos colectivos enemistados. Este es el caso de parte de la sociedad argentina que comprende a la política como enfrentamiento.Cuando se trata de economía, el oficialismo tiende a recostarse sobre la teoría de la dependencia latinoamericana, surgida a lo largo de las décadas de 1960 y 1970, de fluctuante pero de gran influencia en las políticas económicas, desde esas décadas hasta la fecha. Los años del kirchnerismo están particularmente marcados por esta teoría.La teoría de la dependencia tiene varias corrientes, algunas muy próximas al marxismo. Pero, sintetizando, podría decirse que explica el problema de la pobreza en los países subdesarrollados como resultado de la estructura social, del mercado laboral, de la condición de explotación de la fuerza de trabajo y de la concentración del ingreso. Y denuncia que el capitalismo lleva siempre a la acumulación del capital en pocas manos, germen de la pobreza general. Y eso, más que justificar, exigiría una creciente intervención del Estado en todos los rubros del quehacer humano.Comprende al subdesarrollo no como una etapa, en un proceso gradual hacia el desarrollo, ni como una precondición, sino como una condición en sí misma. Y entiende que la dependencia no se limita a relaciones entre países, sino que se manifiesta también bajo diferentes formas en la estructura interna social, ideológica y política de cada país subdesarrollado.En tal caso, habría una interconexión de la pobreza global con la polarización social y la desigualdad entre y dentro de los países.Con una acentuada influencia en la formación de políticas económicas, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, surgido principalmente de la mano de Raúl Prebisch, luego de la Segunda Guerra Mundial, es tomado por la teoría de la dependencia.La idea de este modelo proviene de la presunta dependencia de los países “atrasados” de bienes manufacturados producidos por los países desarrollados. Para independizarse económica y comercialmente de los centrales, los países atrasados deberían concretar su propia industrialización y relegar la producción de alimentos y materias primas.Dada esta forma de visualizar la realidad, lógicamente, aquellos que siguen el ideario de la economía de libre empresa, que antepone los derechos y libertades individuales por encima de los colectivos, forman parte de “ellos”, el enemigo.Así las cosas, “nosotros” excluye toda empatía. Se trataría de un disvalor y cualquier forma de violencia verbal, un valor.Sin mayor posibilidad de consensos, el desarrollo se convierte en un espejismo. El consenso es condición necesaria para el desarrollo. Hacia allá debemos apuntar.Economista
Fuente: La Nación