A diferencia de crisis pasadas, la actual presenta un factor distintivo: no fue provocada por una disrupción económica, sino por una natural. Ese dato es central para entender sus contornos y desafíos, incluyendo la recuperación que en varios países ya está en marcha.Desde el empirismo más radical, se podría definir el plan para resolverla con tres acciones secuenciales: en el corto plazo, medidas de gobierno que mantuvieran por un período la estructura de la economía viva sin actividad; en el mediano plazo, vacunas y un esquema de vacunación eficaz; en el largo plazo, condiciones para una recuperación sostenida. Ni más ni menos.Todo plan tiene asidero en un sistema de ideas que se expresa en un discurso. Si se mira el resto del mundo, cambia el grado, pero no la sustancia; son semblantes distintos de una sola mirada.La Argentina tiene muchos problemas. Por empezar, incumplió las dos primeras fases del plan: destruyó la economía (10% de caída del PBI en 2020) e hizo caso omiso de un sistema de vacunación eficaz (casi llegamos a los 90.000 muertos). Para continuar, está haciendo todo lo posible para que no haya condiciones que nos permitan ser parte de un favorable rebote económico mundial. Pinceladas de un cuadro de yerros graves y sucesivos que comprometen aún más nuestro futuro: dos defaults de deuda soberana en menos de un año (vedando cualquier perspectiva de financiamiento) y restricciones incomprensibles para exportar, ante un boom histórico del precio de nuestras producciones.Hay que preguntarse por las razones, sin buscar un porqué superficial, sino un porqué profundo que permita entender nuestro presente y lo que nos espera. La respuesta es tan simple como contundente: ausencia de Estado de Derecho. Es decir, aquello que desde el respeto a la ley anuda lo político, lo institucional y lo económico. Un sistema, en definitiva, en el que el derecho y la economía se van modelando recíprocamente, uno como condición de posibilidad de la otra. Claro, es un concepto de orden liberal que tiene por propósito potenciar las libertades individuales y limitar al Estado, y que es extraño a una ideología que pasó del dicho al hecho aceleradamente en los últimos meses.Sin memoria histórica, el futuro es garantía de errores recurrentes, especialmente de los que han puesto a prueba valores esenciales como la libertad. Es por eso que vale la pena recordar el origen del Estado de Derecho como concepto: reacción ante los estados totalitarios del siglo pasado, que identificaban el poder publico con la voluntad del que gobierna. Y su triple fundamento: actuación del Estado en un espacio previamente delimitado por la ley; distinción de leyes generales y de validez universal con decisiones particulares del poder público, y posibilidad concreta, institucionalizada y eficaz de cuestionarlas. El Estado de Derecho está en jaque en la Argentina. Y no es un accidente. Tampoco resultado de la viveza criolla que tantas veces nos ha servido de justificativo para los atajos. Es mucho más grave esta vez: estamos ante el dominio de un sistema de creencias –no de ideas, siempre perfectibles– que deliberadamente busca dar cuenta de ese punto de apoyo estructural, para imponer una organización de poder pretérita y fallida. Y que parte de una hipotesis nada halagüeña: el dogmatismo, que se vale de afirmaciones de fidelidad más que de realidad, del orden del juramento y no de la constatación; que niega el principio cartesiano de observar y verificar. Una necrofilia ideológica que contamina cualquier plan y sacrifica la eficacia en un extraño altar de promesas vanas.No es muy difícil entrever el callejón sin salida hacia el cual nos dirigimos, ni las consecuencias. La impotencia ante los datos se impone a las opiniones y deriva en revoleo de culpas al capitalismo, al sistema financiero internacional y otras entelequias que han servido de chivo expiatorio ahora y siempre. Queda bregar activamente –y ya no solo confiar– por lo poco que queda de nuestro sistema institucional. Con la Constitución en la mano y una férrea defensa de la libertad que tanto nos costó conseguir como argentinos.

Fuente: La Nación

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