ALBUFEIRA, Portugal.- Hasta la semana pasada, Raissa Moura y sus compañeros de la recepción del hotel Pine Cliffs Resort eran optimistas: veían que la costa mediterránea de Portugal estaba volviendo a la normalidad.El año pasado, cuando la pandemia congeló todos los viajes, los inquietaba la desolación de ese complejo hotelero usualmente bullicioso, con sus 1300 camas. Sufrieron despidos, licencias forzosas, y los que quedaron tuvieron que trabajar semanas de corrido en ese lobby desierto procesando la cancelación de las reservas. Afuera, los zorros deambulaban descaradamente por el predio vacío.AstraZeneca: la UE agrega una enfermedad de la sangre como efecto secundarioPero el verano de este año todavía no ha había empezado, y en Algarve, destino turístico líder de Portugal, el panorama pintaba mejor. Los casos de Covid-19 habían disminuido tan drásticamente en Portugal, que Gran Bretaña lo había clasificado como “país verde”, lo que permite que los británicos lo visiten su tener que hacer cuarentena a su regreso. Las reposeras alineadas entre los pinos estaban todas ocupadas con turistas con un trago en la mano, y de las ocho piscinas llegaban las risas y el chapoteo de los chicos.“Hay esperanza”, decía Moura hace unos días, al ser entrevistada. “El hotel volvió a la vida”.Albufeira, Portugal.Pero al día siguiente, Londres se dio vuelta y le retiró a Portugal su calificación de “país verde”, argumentando una preocupante suba de casos. Moura y sus colegas se prepararon para lo peor: otra ola de cancelaciones. Así, repentinamente, quienes viven del turismo a lo largo de la costa lusitana -desde los paraderos playeros, hasta los restaurantes con vista y los alquileres de autos-, tuvieron que empezar a prepararse para otro verano perdido.Horror en Tenerife: qué es la “violencia vicaria” y qué tiene que ver con el caso de las dos niñas desaparecidas que conmociona a España“¡Otra vez lo mismo!”, recuerda haber pensado Moura al enterarse de la noticia.Viajé a Portugal desde Londres a principios de este mes para escribir un artículo que supuestamente iba a reflejar la reapertura del país al mundo, un esperanzador ejemplo de que Europa finalmente se estaba recuperando de la catástrofe económica que trajo aparejada la peor pandemia en un siglo. Portugal se había llevado la peor parte de la recesión de doble fondo que golpeó a Europa en los primeros meses de este año, cuando se impusieron estrictos cierres de la economía para frenar el avance del virus. Así que ahora los portugueses se preparaban para recibir su recompensa y recuperarse rápidamente.Las calles de Oporto (Reuters /)Pero aquel artículo sobre la llegada del verano a Portugal resultó ser un relato sobre la persistencia de la pandemia y sobre la volatilidad de cualquier expectativa frente a un virus que se obstina en cortar de cuajo toda ilusión de regreso a la normalidad. A pesar de las señales de avance, nadie sabe cómo sigue la cosa: ni en Portugal, ni en Europa en general, ni en el resto de las economías del mundo. Y esa incertidumbre obliga a empresas y familias por igual a avanzar con pie de plomo, a demorar cualquier inversión postergar planes de viaje y posponer toda decisión, a la espera de alguna certeza que se escapa entre las manos y que genera un estado de ánimo que en sí mismo podría alcanzar para perpetuar la recesión.Desde que se declaró la pandemia, los planificadores políticos de los países ricos explicaron que los cierres y cuarentenas eran un intento de frenar la propagación del virus. Los gobiernos amortiguaron los efectos de ese cierre con subsidios a los trabajadores, a la espera de que cediera la amenaza sanitaria. Según ese razonamiento, tarde o temprano podrían encender nuevamente el motor de la economía.Pero el inminente verano de dudas en Portugal revela a las claras que las economías no vienen con un botón de encendido y apagado. Los complejos hoteleros no consiguen personal temporario, ya que los trabajadores no quieren trasladarse hasta la costa hasta saber si habrá o no habría nuevos cierres. Los trabajadores locales son cuidadosos con su dinero. Los hoteles están postergando las renovaciones que tenían previstas, dejando sin trabajo a los obreros de la construcción. Y los potenciales turistas deben estar dispuestos a surfear las cambiantes políticas de los gobiernos sobre restricciones, cuarentenas y testeos.El Palacio Pena, en Sintra, reabre luego de meses de confinamiento (PATRICIA DE MELO MOREIRA/)“No es como prender una lamparita”, dice Thomas Schoen, gerente general del Pine Cliffs Resort. “Son todas marchas y contramarchas desde hace un año.”En líneas generales, la situación en Europa es cada vez más positiva. La fase inicial de la vacunación fue lenta y con interrupciones, pero desde entonces Europa fue ganando velocidad y los gobiernos pudieron aflojar las restricciones. Los comercios han reabierto en los 27 países de la Unión Europea (UE), aunque los bares y restaurantes todavía atienden solo en exteriores. La actividad económica en el sector servicios se incrementó exponencialmente.Los economistas prevén que este año las 19 naciones que integran la eurozona experimentarán una fuerte expansión económica de hasta el 4,2%, según un reciente pronóstico de Oxford Economics.Los turistas habían comenzado a regresar a las playa portuguesas de Algarve (captura /)Y la raíz de ese optimismo es que los europeos se están desplazando cada vez más, presagiando una temporada de verano potencialmente muy lucrativa.Durante el mes de mayo, el uso del transporte público dentro de la eurozona trepó hasta alcanzar el 72% de su nivel prepandémico, según relevamientos de la empresa de servicios financieros Jefferies. La actividad de las aerolíneas creció hasta un 28% de su nivel anterior al Covid-19, y las visitas a los sitios web de reserva de alojamiento saltaron al 110% de su nivel anterior al coronavirus, frente al 40% en diciembre.Dependencia del turismoLos más beneficiados parecen ser los países que dependen en gran medida del turismo, entre ellos Grecia, Italia y España. Y en ese sentido, ninguno estaba mejor preparado para recibir esas ventajas que Portugal, donde antes de la pandemia el turismo representaba casi una quinta parte de toda la actividad económica del país, según datos del gobierno.Durante los primeros tres meses de 2020, cuando el gobierno impuso un cierre, la economía de Portugal se contrajo un alarmante 3,3% en comparación con el último trimestre de 2020, mucho peor que la caída del 0,6% experimentada por la eurozona en su conjunto.Pero en Portugal ese padecimiento rindió frutos: de enero a mayo, los nuevos casos de Covid-19 se desplomaron de más de 15.000 a menos de 200 por día.“El panorama de la salud pública está mejor, y por lo tanto también está mejorando el panorama económico”, dice Ricardo Amaro, economista de Oxford Economics.Y gran parte de ese impacto positivo se debió a la calificación de Portugal como “país verde” por parte de Gran Bretaña. Los turistas británicos suelen elegir masivamente Portugal para tomarse un respiro de su clima usualmente lúgubre, así como los neoyorquinos van a Florida para escapar del invierno.En 2019, según la oficina nacional de turismo, Portugal recibió más de 2 millones de visitantes de Gran Bretaña, solo por debajo de la vecina España.En la región de Algarve -un imperio costero de mansiones, complejos turísticos y canchas de golf-, la tasa de desempleo se ubica obstinadamente por encima del 10%, frente al 7,1% de Portugal en su conjunto. Y se suponía que el nuevo despertar del turismo ayudaría a subsanar esa diferencia.Pero para la mayoría de los comerciantes locales, la recuperación fue más una aspiración que una realidad.Carlos Martins, de 41 años y padre de dos hijos, mantiene a su familia trabajando en un barco pesquero, arrastrando redes cargadas de sardinas. En veranos anteriores, cuando llegaban los compradores mayoristas desde España para llevarse la carga, el precio de las sardinas alcanzaba los 7 euros el kilo (unos 8,5 dólares). Pero el año pasado los compradores extranjeros nunca llegaron, el precio de la sardina se hundió un 85%, y lo mismo pasó con los ingresos de Martins.“Todos estamos esperando lo mismo: que los precios se recuperen”, dice Martins. “Cuando el pescado es casi gratis, los pescadores no ganan nada.”En una distribuidora de bebidas alcohólicas llamada Empro, en la localidad de Quarteira, el encargado señala una pila de 800 cajones de sidra que llega hasta las vigas del techo del depósito y se pregunta si encontrará compradores antes de la fecha de vencimiento.Más de dos tercios de las ventas de Empro dependen de los turistas británicos, y la sidra es uno de los productos que suelen acopiar para satisfacer exclusivamente el gusto de los británicos.“Nadie toma como los británicos”, dice Cavaco. Pero el comerciante no pierde la esperanza: dentro de tres semanas, el gobierno de Londres volverá a reconsiderar su lista de “países verdes”.The New York TimesTraducción de Jaime Arrambide

Fuente: La Nación

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