¿Es posible la paz entre “dos partes” cuando una propone la desaparición de la otra? Esta es la pregunta “por la cosa”, como diría Heidegger. Y lo es desde aquel lejano 14 de mayo de 1948 en que el Alto Comisionado británico, Sir Alan Cunningham, dejó Palestina para cumplir con la resolución de Naciones Unidas que creó dos Estados, uno judío y otro árabe. Desgraciadamente, todo el mundo árabe rechazó esa decisión, invadió e intentó destruir el naciente Estado de Israel, cuya independencia había proclamado David Ben Gurion, la misma tarde, en el Museo de Tel Aviv. Sobrevivió a la guerra, hasta hoy llamada “de la independencia”, cuando un incipiente ejército israelí asombró al mundo derrotando a las fuerzas de siete países que le atacaron en cuatro frentes.Teóricamente, habían nacidos dos Estados, pero el fanatismo musulmán impidió lo que tres cuartos de siglo más tarde seguimos procurando. Parece increíble. Sin embargo, es necesario recordarlo, porque principio tienen las cosas y estas tempestades las siguen arrimando aquellos vientos.Estos días, aliviados por el cese al fuego pactado, volvemos -una vez más- a la enésima conversación de paz entre Israel y unos palestinos que no sabemos bien si están representados por la Autoridad Palestina o por Hamas, una organización terrorista -como lo establecen EE. UU. y toda Europa- que no puede ser equiparada a un Estado, aunque detente el poder en Gaza después de una seudoelección realizada bajo la violencia. Es más, hay quienes piensan que toda esta desmesura de lanzar 4000 misiles contra Israel, con el pretexto de un incidente relativamente menor en Jerusalén, fue el resultado de unas programadas elecciones en la Autoridad Palestina que su presidente Mahmoud Abbas temía le fueran adversas y por eso suspendió.Los buenos oficios que, entre otros, intentan EE. UU. y Egipto, tienen que partir de aquel mojón inicial. Si él no está, nada puede construirse. Ese fue el mérito de Arafat, cuando en 1988 reconoció el derecho de Israel a existir, luego de años de terrorismo. Pero enseguida apareció el grupo más radical de la Jihad Islámica y vuelta a las armas, hasta que en 1993 se firman los acuerdos de Oslo y nace la Autoridad Palestina. Poco después, en 1995, esta polémica Franja de Gaza, ocupada por Israel desde la guerra de 1967, a expensas de Egipto, fue devuelta unilateralmente en 2005. Lo hizo nada menos que el gobierno de Ariel Sharon, un militar considerado un “halcón”, que desde la guerra de 1948 estuvo en la línea de combate y que en esa Guerra de los Seis Días comandó una división de tanques. ¿Fue un precio de paz? Intentó serlo, pero fracasó, porque Hamas se hizo del poder en la región, jaqueó al presidente y ha mantenido el conflicto.Los episodios actuales ocurren en el contexto de una división entre palestinos y una mucha mayor entre chiítas y sunitas musulmanes. De ahí que Irán esté detrás de Hamas, mientras Israel se ha aproximado al resto y, además de sus acuerdos anteriores con Egipto, Jordania y Líbano, ha logrado reconocimientos de los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos, Sudán y Mauritania.Ya van siete guerras, por lo menos dos intifadas e innumerables batallas como la que acaba de terminar. Es lo que ha pasado una y otra vez. Y siempre resulta que Israel tiene que dar explicaciones por haber sido agredido mientras que a los terroristas, en cuanto son terroristas y no un Estado democrático, nadie les pide respuesta. Desgraciadamente, suele ocurrir, como es en este caso el del gobierno argentino, que hay quienes alegan el “uso inapropiado de la fuerza” o la “respuesta desproporcionada”.¿Qué tenía que hacer Israel cuando empezó la lluvia indiscriminada de misiles contra la población civil? Si hubiera respondido con otra andanada igual, estaríamos ante un desastre humanitario. Creo que nadie duda de que las Fuerzas de Defensa de Israel están en capacidad de retomar Gaza, pero sería a un costo tremendo, a pesar de que podría sostenerse que sería una respuesta proporcional al ataque masivo que estaba sufriendo. Lejos de ello, la réplica ha sido contenida, dirigida a la red de túneles y a las bases de la organización terrorista, aunque haya que lamentar muertes de civiles, como también los hay del lado israelí.Por supuesto, el tema es muy espinoso. La situación de Jerusalén, por ejemplo, es emocionalmente laberíntica, porque, a pesar de que es un lugar sagrado para las tres religiones monoteístas, no posee el mismo valor para cada una de ellas. La cristiandad reverencia rastros históricos de la vida de Jesús, pero no hay una población habitando y su capitalidad está en Roma. Para los musulmanes es un lugar sagrado, pero no el primero ni el único, sino el tercero detrás de la Meca y Medina. Para el mundo judío es el primero y principal y allí está la simiente de lo que fue luego el cristianismo y más tarde el Occidente, cuando Grecia y Roma le añadan la racionalidad filosófica y el derecho. Lo que resulta evidente es que aún temas tan difíciles podrían encaminarse de otro modo si los palestinos de Gaza vivieran mejor y si quienes les alimentan el fanatismo y los proveen de armas, invirtieran en hoteles para explotar sus playas o les ayudaran a generar fuentes de empleo y educación.Como dijo Golda Meir hace muchos años, “la paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”. Cada vez son más los ganados para ese sentimiento. Pero la hipocresía de los fanáticos alimenta el odio de los que, en la precariedad de su vida, nada tienen para perder.Expresidente de Uruguay
Fuente: La Nación