Son legión los autores soviéticos que –incluso sin renegar del socialismo– lo pasaron, por decir lo menos, mal: entre los narradores del principio, desde el doctor Mikhail Bulgakov, siguiendo por Boris Pílniak, hasta llegar a Andréi Platónov (1899-1951). Al último, el Nobel Joseph Brodsky lo consideraba el gran maestro de la lengua rusa y lamentó en un artículo que sus mayores proezas verbales fueran intraducibles. En los años noventa, circuló en español la póstuma La excavación, que transcurría en tiempos de la colectivización. A pesar de los entusiasmos de Platónov por la novedad artística y política, un cuento suyo despertó la inquina de Stalin, lo que le vedó toda publicación en vida. Como anota Juan Forn en el prólogo a Moscú feliz, era un autor que “dinamitaba la realidad soviética en nombre del ideal soviético; hacía realismo socialista, ciencia-ficción disidente y gran literatura rusa, todo al mismo tiempo”. Esta pequeña joya, que se traduce por primera vez a nuestro idioma, es una de las pruebas más optimistas de un modo de imaginar. Moscú no es la ciudad, sino la protagonista, Moscú Chestnova, una paracaídista que surge del cielo y que con su presencia y entusiasmo trastoca el espíritu de ingenieros y médicos (los personajes técnicos eran recurrentes en el autor) en pos de una aventura inédita. Bulgakov había imaginado en El maestro y Margarita que el diablo bajaba a la capital soviética para montar allí su desopilante fiesta anual. Platónov es más modesto en las ambiciones de su descenso, pero no menos delicioso.Moscú feliz
Andréi Platónov
TusquetsMoscú felizTusquetsTraducción: Alejandro Ariel González172 páginas. $ 1420

Fuente: La Nación

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