Cuando don Miguel de Unamuno escribía sus artículos lo hacía más bien sin plan. Ni siquiera los llamaba artículos. “Ensayos a lo que salga”, decía que hacía. En realidad, es propio del ensayo, de todo ensayo, que sea escrito “a lo que salga”. Lo que pasa es que eso “que salga” no a todos les sale bien. Son innumerables las notas que Unamuno prodigó en las páginas de El Imparcial, de Madrid, y sobre todo en LA NACION. Muchas fueron recopiladas en los volúmenes que Manuel García Blanco tituló De esto y de aquello. Decía también Unamuno: “En vez de recogerse uno a meditar sus propias concepciones y organizarlas y tramar una obra orgánica y completa, se apresura a echar fuera lo que se le vaya ocurriendo. Y hasta los libros suelen hacer el efecto de colecciones de artículos”. El vínculo con este diario era sin embargo diferente del resto. El propio Unamuno explica la situación en un artículo de 1908 a propósito de un libro del poeta murciano Vicente Medina, recién emigrado en la Argentina: “Es que yo, por ejemplo, ¿no he emigrado, por mi parte? Desde hace más de un año casi todo lo que escribo es para América, y de esto que para América escribo casi todo es para LA NACION. Fuera de ello, me atengo a preparar mis futuros libros”. Afirmar que fue una época irrepetible del periodismo en el Río de la Plata es una estupidez porque todas las épocas son irrepetibles. Con todo, algunas logran parecerse. Será difícil que alguna se le parezca a esa en la que escribía Unamuno. La dificultad no consiste únicamente en que haya cambiado la manera de escribir en los diarios, y aun los diarios mismos; también cambiaron los lectores, y es difícil decidir (o será cuestión de especialistas en comunicación) qué cambio ocurrió primero, y si ese cambio primero trajo el otro.Como sea, quien quiera conocer esa época tendrá que leer Retratos a medida. Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958), que publicó hace un mes en España la Fundación Santander en la formidable Colección Obra Fundamental que dirige Francisco Javier Expósito Lorenzo. Ahí están, además de Unamuno, Pío Baroja, Julián Marías, Ramón Menéndez Pidal, Margarita Xirgu, Pablo Picasso, Lola Membrives, Camilo José Cela, Camilo José Cela. Pero la razón para leer este libro cae más del lado de quien entrevista que de quien es entrevistado. No podría decirlo mejor Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, autora de esta inteligentísima y sensible antología, en el estudio preliminar: “La originalidad, la rareza y la magia de esta antología radican tanto en lo que se cuenta como en el cómo se lo cuenta. La relevancia histórica de las figuras entrevistadas y el valor de su testimonio solo es equiparable al talento y el arte desplegados por entrevistadores… de tal manera que ellos mismos se proyectan en escena”.Hay dos extremos: en uno, leemos a Andrés Muñoz, otro español que encontró casa en LA NACION; en el otro, a Juan José de Soiza Reilly, sobre todo en Caras y Caretas. De las dos maneras de poner a salvo la voz de entrevistado (y no es otro el fin último de la entrevista), Muñoz opta por la estrategia del repliegue: tira la piedra y esconde la mano, pregunta lo que hay que preguntar y se ausenta. Soiza Reilly, en cambio, logran transcribir lo que no se dice, el silencio. Pasa entonces que pueda haber una entrevista casi sin citas del entrevistado, y que aun así, o por eso mismo, oigamos la voz. Uno de los golpes de genio de Beatriz Ledesma es haber incluido, a modo de coda, una entrevista al entrevistado Soiza Reilly, que dice: “¿Cómo se hace un reportaje? Como un cuento. Haciéndolo”. También él, igual que Unamuno, trabajaba “a lo venga”. No hay planes. En la presentación de Retratos a medida, director hasta hace nada del diario ABC, señaló que entonces, en las primeras décadas del siglo XX, además de potencia periodística, la Argentina era potencia mundial. Desde entonces, también la patria cambió mucho; tanto que cuesta a veces reconocerla.

Fuente: La Nación

Comparte este artículo en: