“A veces tengo suerte y consigo un auto que me lleva directo y llego temprano a la escuela”, confiesa Patricia Ibañez (49 años), docente de una escuela rural de Villa Iris (Puan), en lo profundo del sudoeste bonaerense.Todos los días tiene que hacer dedo para llegar al aula donde la esperan 20 alumnos. Recorre 200 kilómetros, ida y vuelta. “Cuando acepté el cargo sabía que la única manera de llegar a los niños, era haciendo dedo”, cuenta.Horacio Rodríguez Larreta presentó el amparo ante la Corte por las clasesTiene seis hijos, terminó la secundaria a los 35 y se recibió de docente a los 44. “Sé que es un gran esfuerzo, lo importante es que los niños puedan tener acceso a la educación”, sostiene.Patricia Ibáñez tiene seis hijos, terminó la secundaria a los 35 y se recibió de docente a los 44. “Defiendo la presencialidad, más en el ámbito rural”, confirma Patricia. Sabe de esfuerzos. “Los niños esperan ir a la escuela, la extrañan”, explica. La virtualidad es un problema aún mayor en el campo. No todos tienen internet y los que sí, el servicio es defectuoso. “Los chicos preguntan cuándo se va a terminar el protocolo, la vuelta a los recreos de antes”, afirma. “Es difícil para ellos y para nosotras las docentes, pero cumplimos con todos los protocolos”, sostiene.Vive en Puan (ciudad cabecera, a 580 kilómetros de CABA) Su día comienza temprano, antes de las 10 de la mañana debe estar parada en una garita en las afueras del pueblo para hacer dedo. “No todos los días son iguales, a veces me levantan más rápido, a veces no aparece ningún auto”, cuenta.Para llegar a la escuela en donde es titular, en la lejana Villa Iris, debe atravesar gran parte de la dilatada geografía del Distrito de Puan. “No tenemos medios de transporte ni combis que nos lleven”, anticipa. Su sueño: poder tener por lo menos un transporte público que la acerque. “Se ha naturalizado que las maestras rurales tenemos que hacer dedo, no está bien”, confirma.Algunas maestras tienen auto, pero deben pagarse el combustible hasta la escuela, las distancias son inmensas. “Es muy costoso”, afirma Patricia. Hay casos que aceptan doble cargo, para poder costearse la nafta.La travesía es épica. “Pocas veces hago un viaje directo, sino es por etapas”, sostiene. No tiene mucho tiempo: a las 12.45 debe estar a 100 kilómetros de su punto de partida para dar clases a sus alumnos de segundo grado. La aventura de esta maestra rural emociona a vecinos y a los padres de sus alumnos. Por caminos solitarios e internos, debe cruzar Azopardo, Bordenave, 17 de Agosto y finalmente una interminable recta hasta el cruce de la ruta 35. A cuatro kilómetros está la Escuela EP 3 de Villa Iris.Rotisería“Los días que llego temprano puedo pasar por la rotisería y comprarme algo para almorzar”, afirma Patricia. La suerte está de su lado, pocas veces queda varada en el camino. “Nunca he llegado tarde, para mí eso es esencial”, sostiene. La incertidumbre es algo que debe dominar. Está a merced de conductores que recorren estas huellas desamparadas. “Dependo mucho del tráfico con Bahía Blanca y de pampeanos que están en tránsito por Buenos Aires”, afirma.El regreso es incierto. “Se me complica salir de Villa Iris”, afirma. A medida que avanza la tarde, el tráfico cesa y la oscuridad crece. “Puedo estar llegando entre las 19.30 y 20 horas”, sostiene.“Los días que llego temprano puedo pasar por la rotisería y comprarme algo para almorzar”, dice¿Quiénes la levantan? “Trabajadores rurales, gente que hace trámites y camioneros, pero pocos porque no pueden por el seguro”, dice. “A veces viajo con personas que ya me han levantado”, confiesa. La confraternidad que se entabla en estos viajes es profunda. “Nos contamos nuestras vidas, a veces me toca reír, pero otras, ver el llanto de las personas”, relata.El viaje desde Puan a Villa Iris es de 100 kilómetros, pero parecen mil. “Generalmente avanzo por etapas”, sostiene Patricia. Va de pueblo en pueblo, esperando que alguien pase o salga para que la alcance a la localidad que sigue. Existe un trecho temido, cuando llega a 17 de Agosto (300 habitantes), en el centro del Distrito, un rincón atravesado por la soledad, plena pampa bonaerense. “Se va la señal”, afirma. “Cuando hay tormenta, sé que no tengo plan B, pero no siento miedo”, asegura.Otras maestrasNo es la única en los caminos, un puñado de maestras rurales se encuentran en este punto ciego. “Caminamos por la ruta buscando una raya de señal para mandar un mensaje de texto”, explica Patricia. Enviar un Whatsapp es imposible, hacer una llamada, utópico. “La familia queda muy preocupada”, agrega. El milagro de aquella raya a veces tarda en suceder. Cuando es, avisa que está bien.El último tramo es complicado, a la falta de conectividad, se le suma el poco tránsito en el camino. “Si veo que llego tarde, aprovecho para darle aviso a la escuela”, sostiene. En Villa Iris, todos están atentos al viaje de Patricia.La docencia llegó tarde a la vida de Patricia. Nacida en La Plata, vivió hasta los 18 años en Guernica (Partido de Presidente Perón) A esa edad a su marido le salió un trabajo en la maltería de Púan. Cambiaron de vida y les fue bien. Tuvieron seis hijos. “Al principio fue difícil conseguir trabajo”, recuerda. Se dedicó de lleno a criarlos. La decisión rindió frutos, todos estudian y se abren paso a la vida. Ella es un gran ejemplo.“Terminé la secundaria a los 35 años”, confirma. La vida familiar le permitió hacer estudios nocturnos. Cuando terminó le ofrecieron trabajar dando clases de apoyo para los alumnos con más problemas. A la par, comenzó a dar clases de catequesis. “Me gustó el contacto con los niños, transmitir información, educar”, sostiene. En 2014 comenzó a estudiar magisterio, en 2018 se recibió y dio clases en una escuela de San German, a 125 kilómetros de Puan.“Sabemos que cuando tomamos estos cargos tendremos que hacer dedo” reconoce. Son decisiones que se debaten en familia. “Me apoyaron”, afirma. Durante un año realizó 250 kilómetros por día para dar clases en aquel pueblo, alejado de todo. Por problemas burocráticos, recién tuvo su diploma en febrero de este año. “Estoy un poco más cerca de casa”, se refiere a los 100 km de Villa Iris.Su orgullo es su familia, sus hijos, su debilidad. Mayra (30 años) es Diseñadora de Imagen y Sonido egresada de la UBA, Erik (28) es asesor político, Mailen (20) estudia Ciencia de la Comunicación en la UBA. Débora (31) estudia fonoaudiología. Marlene (27) trabaja en el vacunatorio de Puan y le dio dos nietos, su hija más joven, Salet está terminando la secundaria y estudiará fotografía.“Elegimos un estilo de vida más tranquilo y nos resultó muy bien”, afirma. Puan es una localidad típica del sudoeste bonaerense, en la frontera con La Pampa. “No existe la vida vertiginosa de la gran ciudad”.“Muchas veces cuando estoy sola en la ruta hago un balance”, reconoce Patricia. Permanecer tantas horas a la intemperie, con frío, lluvia, calor, vientos, tiene un costo. “Lo importante es estar al frente del aula, todos los días”, resume. “Si tuviera que elegir de nuevo qué camino hacer, elegiría el que estoy haciendo ahora”, sostiene. “No puede ser que por problemas de distancia, los niños se queden sin maestra”, se convence.

Fuente: La Nación

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