Con el declarado propósito de frenar las subas de precios en el mercado doméstico, el gobierno nacional dispuso cerrar las exportaciones de carne vacuna “por treinta días o hasta que haya una solución”. La medida, un manotazo de las autoridades nacionales frente a la estampida inflacionaria, solo generará perjuicios al país en términos de menores exportaciones y de la posible pérdida de mercados externos, y distará de resolver el problema que se pretende paliar. La Argentina tiene un tristemente rico historial en decisiones intervencionistas de esta clase. Corresponde recordar que una medida similar a la tomada en las últimas horas fue adoptada por el gobierno de Néstor Kirchner hacia 2005. Como fruto de esa determinación, junto a la suba de retenciones a las ventas al exterior y los controles de precios, se produjo el cierre de más de un centenar de plantas frigoríficas, con la consecuente pérdida de fuentes de trabajo, y desaparecieron numerosos pequeños y medianos productores, al tiempo que el stock ganadero se vio reducido en unos 11 millones de cabezas en los siguientes años.Estamos así ante otra pésima señal a los mercados internacionales en momentos en que la Argentina precisa exportar cada vez más. Mostrará un país que incumple sus compromisos y solo beneficiará a nuestros competidores en el comercio mundial de carnes, tal como ocurrió en otros tiempos.Como era de esperar, la decisión del gobierno de Alberto Fernández provocó fuertes críticas de las entidades rurales, que estimaron pérdidas para la actividad ganadera por unos 240 millones de dólares, solo por el mes en el que se cerrarían las ventas al exterior. Pero también mereció reparos por parte de gobernadores de la propia fuerza política gobernante. Tal fue el caso del mandatario de Santa Fe, Omar Perotti, quien sostuvo que “la solución es aumentar la producción y no cerrar las exportaciones”, dado que la Argentina tiene la posibilidad de abastecer tanto al mercado local como al externo.La inconsistencia de la medida gubernamental se advierte en que la mayor parte del tipo de carne que la Argentina exporta no se consume en nuestro país. En cambio, los cortes vacunos que prefiere el público local, como el asado o el vacío, no son comercializados al exterior.Por tales razones, no debería esperarse que los precios de la carne en el mercado doméstico bajen. En el mejor de los casos, la medida oficial podría lograr contener los precios en el corto plazo. Pero, a mediano plazo, su prolongación solo provocará daños considerables a la actividad e hipotecará al sector. Habrá una caída en la producción que derivará en menos carne y a precios más elevados en la “mesa de los argentinos” que tanto dice proteger el Gobierno. En otras palabras, carne para hoy y hambre para mañana.Los permanentes cambios en las reglas de juego, en especial cuando se recurre a políticas que ya han probado sobradamente su fracaso, solo generarán una mayor contracción de la actividad ganadera en particular y de la economía argentina en general.El cierre de las exportaciones se contradice también con las propias declaraciones del actual presidente de la Nación. En 2014, consideraba que cerrar las exportaciones era un “disparate” y se jactaba de haber sido él quien las reabrió en 2007, en acuerdo con la Mesa de Enlace de entonces. Siendo candidato, en 2019, Alberto Fernández señaló en la Fundación Mediterránea que para conseguir dólares la Argentina solo podía optar por “el camino de exportar”, al tiempo que consideró que “consumir y exportar no son conceptos antagónicos”. “Lo que más necesitamos ahora es entender que es imperioso que exportemos. Ese es nuestro gran desafío”, expresaba. Como a otras tantas promesas, a la devaluada palabra presidencial se la han llevado los vientos del populismo.
Fuente: La Nación