A nadie le gusta entrenar. No, ni siquiera a mí. A todos nos significa un esfuerzo y requiere una gran voluntad. Y si bien algunos tienen más disciplina que otros, nadie aprecia ese momento de cansancio, cuando todo lo que el cuerpo quisiera es tirarse en el pasto a respirar. Lo que a todos nos encanta por igual, en cambio, es la percepción del después. Las endorfinas excitadas disparando sensaciones de placer y la consciencia feliz del deber cumplido.¿Será que hay una respuesta psicológica a por qué nos cuesta tanto hacer ejercicio? Mi amigo, el doctor en Neurociencia Cognitiva Sergio Lotauro, ensaya una respuesta: “Parte del problema radica en la misma naturaleza humana. Así como por su condición a un perrito le está vedada la posibilidad de aprender a leer, nosotros arrastramos evolutivamente una serie de sesgos mentales que muchas veces hacen que nos comportemos en contra de nuestros propios intereses”.En principio, el problema reside en que las decisiones que tomamos a diario son las que hacen que vivamos bien o mal, y mucho o poco. “Tomar decisiones acertadas depende de si tenemos un cerebro sano, y un cerebro sano depende de nuestro estilo de vida”, ilustra. Este círculo puede ser vicioso o virtuoso, retroalimentándose de forma permanente. Una alimentación sana y el ejercicio físico influyen directamente sobre la salud del cerebro.Luego, la gente suele olvidar que sus decisiones se clasifican en constructivas o destructivas. Cada cosa que hacemos nos beneficia y potencia, o bien nos perjudica y limita. Y aunque solemos felicitarnos por aquello que hicimos bien, tendemos a subestimar el riesgo de las malas decisiones. Básicamente, porque sentimos que a corto plazo no es grave, como si no hubiera un futuro que en algún momento nos va a alcanzar. “Podemos decirnos que no pasa nada si hoy en lugar de entrenar nos quedamos comiendo helado, pero si por cada bol de helado aumentamos un 0,1 % la posibilidad de enfermar, luego de dos años tendremos más de un 66% de probabilidades de desarrollar diabetes”, advierte Lotauro.Aunque exista un sesgo ancestral, también hay formas de hackearlo Una es trazar un plan estableciendo una visión y metas, que sean en pasos pequeños y específicos. Es crucial centrarnos en aquello que podemos controlar y no gastar energías en lo que no. Es decir, no tener un deseo irreal. “Somos perezosos, física y cognitivamente. Queremos todo rápido y fácil, nos encantaría que un laboratorio desarrolle la píldora del éxito. Pero los buenos resultados solo se obtienen con esfuerzo. Y el esfuerzo no se puede evitar, solo posponer”, sostiene muy sabiamente Lotauro. La cuestión radica en entender que si no empezamos a tomar decisiones que nos favorezcan, nuestra biología lo hará por nosotros.Cuatro librosPara mantener la mente en formaQuiero vender. Daniel ColomboLa mente en equilibrio. Daniel FernándezZero frequency. Mabel KatzConfianza. Sebastián Palermo
Fuente: La Nación